Hay políticos que hacen época y pasan a la historia y políticos que contemporizan con sus cargos efímeros cuyo único proyecto es buscar cada día la frase esperpéntica o injuriosa que les otorgue dos minutos de telediario para poder sobrevivir. Gran diferencia entre aquellos que dedican su vida al servicio de los demás y ponen sus intereses personales al servicio de su ideas luchando por hacerlas una realidad y aquellos otros que engordan su ego, arañando el poder para mantener su soberbia e incrementar su propio bienestar. La grandeza de los primeros resiste al paso de la historia, dejándonos un legado de experiencias y ejemplos que permanecen para ser recordados cuando la miseria de los segundo nos embarga.

La más reciente historia de nuestro país nos ha dejado algunos memorables e insignes personajes, que aún después de sus derrotas políticas (en un caso) y  de su muerte (en otro) siguieron siendo ejemplares y ejemplo de futuro. Manuel Azaña y Julio Anguita. Dos republicanos de bien, denostados por sus adversarios políticos a quienes la historia, ha hecho en uno, y hará en el otro, el tributo de justicia de que fueron merecedores.

La coherencia, la dignidad, el liderazgo y el ejemplo, fueron sus valores testimoniales que han hecho de ellos el reconocimiento público y el respeto a sus figuras, incluso por sus adversarios políticos que no se rasgan las vestiduras, así  reconociéndolo, cuando nombran al “Califa”

A Don Manuel Azaña la historia negra lo denostó atribuyéndole miserias humanas que en nada se correspondían con su talante político y ética personal, “Casas Viejas” “La Ley de Reforma Agraria, “El Estatuto de Cataluña” la “ Ley de Congregaciones Religiosas”  y otros acontecimientos, que asumió como errores propios responsabilizándose como jefe del gobierno de la II República en el primer bienio de libertades.

A Julio Anguita “el visionario”, un Salvador Gaviota entre la mediocridad de los políticos contemporáneos al que nunca pudieron atribuirle responsabilidades de tal calado por sus adversarios, intentaron denostarlo mediante el insulto el sarcasmo y la terrible amenaza de sus ideales. Si Julio Anguita fue el baluarte de las teorías comunistas, adelante con ese comunismo utópico que nos hizo mantener la esperanza en una sociedad más justa y más libre.

Hombre tímido y discreto que nunca buscó el protagonismo. Sus palabras iban a él. No buscaba las frases rimbombantes que le produjeran un aplauso fácil e innecesario. Por favor decía, alzando sus manos a media altura, no aplaudan escuchen, escuchen, la memoria, echen mano de su memoria.

Siempre un contenido de enseñanza en sus mensajes, sembrando permanentemente las semillas para el desarrollo de un pensamiento y actitud crítica un análisis mesurado y una alternativa a todo aquello que criticaba desde la serenidad, el respeto personal a los demás y su estoicismo ejemplarizante.

Julio Anguita podría haber sido ese presidente republicano encarnado en la persona del ínclito Indalecio Prieto, al frente de cuyo gobierno hubiera resistido Manuel Azaña las patrañas del Lerrouxismo (cuyo líder, Alejandro Lerroux,  nació republicano, vivió del dogma  y la demagogia y terminó abrazando el régimen franquista) del Maurismo (cuyo líder Antonio Maura, cambiaba de pelo, pero no de costumbres) y otros miserables, que los hubo, pero nada comparables a los actuales.

Julio Anguita no tuvo la oportunidad de ser presidente (que lo hubiera sido, llegado el caso, aún en contra de su propia voluntad) de la deseada Tercera República, pero su legado está presente y se alimentará de esos que aspiramos legítimamente, dentro del orden, al final de esta monarquía corrupta que nada nuevo nos aporta, sino el continuismo de un miserable espíritu borbónico, que unos tras otros, han huido de sus responsabilidades  cuando llegó el momento de rendir cuentas a ese “ su pueblo” que nunca les eligió.

Azaña-Anguita, Anguita-Azaña, dos ejemplos de políticos republicanos sobre cuyos pilares ideológicos y figuras personales deben fundamentarse el proyecto político de un nuevo republicanismo, que hoy vuelve a hacerse imprescindible para sacar de nuevo a este país de la ciénaga en que le han sumido estos políticos de bandera y pulsera, cuyo programa político se resume en  “Dios, Patria y Rey “.

Ninguno de los símbolos decadentes que conforman ese proyecto, dará vivienda a los sin techo, futuro a nuestros hijos ni reconocimiento igualitario a todos los ciudadanos/as sea  cual fuere el origen y tendencia que los identifique.