Por Pedro López Nieves y Pedro López Bravo 

Es fácil entender que recurso natural renovable es aquel que nos proporciona la naturaleza para cubrir nuestras necesidades y que se va regenerando, de modo que siempre estará a nuestra disposición. Pero esta es una versión simplista de su verdadera acepción: un recurso es renovable si su tasa de regeneración en la naturaleza es mayor que la tasa de consumo del mismo. La energía del sol, la de las mareas, la del viento, son recursos que no se agotan; el agua, los bosques, la energía hidroeléctrica pueden ser prácticamente inagotables en ciertas zonas, y en otras comportarse como recursos no renovables por el inadecuado gasto que se hace de ellos. En el uso de los recursos naturales renovables es, pues, imprescindible una gestión de ellos, pero también son necesarias unas dosis de sensatez por parte del usuario final.

Para una adecuada gestión de cualquier recurso lo primero que hay que tener en cuenta es la cantidad disponible del mismo y, en el caso del agua para consumo humano, su calidad. El agua habitualmente es suministrada desde embalses o desde los acuíferos subterráneos. Con una disminución de las precipitaciones (que inciden en la disminución del caudal de los ríos: 1,5% menos de caudal en la cabecera de los ríos cada año) y las épocas de sequía, la reserva de agua va disminuyendo. Por el contrario, la demanda y el consumo de agua va aumentando. En cuestión de los recursos renovables, desde hace muchas décadas, se ha postulado que es considerablemente mejor la gestión del recurso (de la oferta), que la gestión de la demanda. Pero la realidad parece ir en sentido inverso: se permiten más hectáreas de regadío (“Caso Doñana”, proliferación de cultivos en regadío de olivo, pistacho, almendro) aunque el agua disponible no se sepa de dónde llegará, se permite que se agoten acuíferos fósiles (que prácticamente no tienen posibilidad de recargarse), que se sobrexploten o que se salinicen, por poner sólo unos ejemplos de que se gestiona la demanda, pero no la oferta disponible.

En los ejemplos expuestos lo que ocurre es que el usuario gasta agua como si esta no se agotara y cuando necesita o quiere más, el gestor de la misma, poniendo en riesgo el futuro del recurso, se la suministra; hasta que se agota. En muchos de estos casos se alegan, para la demanda, cuestiones económicas y ante eso no hay político que no presione a los técnicos para que la satisfagan (aunque se tenga que sacar el agua de la manga), pero en otros casos es el uso desmesurado por parte de los ciudadanos, en su quehacer diario, el que malgasta el agua y la reclama alegando, quizá, el mantener un nivel de vida adecuado (y ante esto tampoco un político se va a mostrar insensible, claro).

En nuestra comarca, el agua no abunda, pues los ríos son de escaso caudal, los embalses pequeños, las precipitaciones poco abundantes y el único acuífero que hay (administrativamente está divido en dos partes, correspondientes a las dos cuencas) es de escasa entidad (Gráfico 1). Ante esto, se debería extremar el cuidado en la gestión y en el uso del agua, pero pasa como con santa Bárbara, que nos acordamos de ella sólo cuando truena. El agua no es un problema, ni para gestores ni para usuarios: mientras salga por el grifo y no la corten. Pero cuando baja la calidad o hay cortes, ya empezamos a poner el grito en el cielo, a hacer declaraciones o manifestaciones: entonces sí es el agua un problema.

El año pasado, antes de la llegada del verano, se sugirió que los ayuntamientos racionalizaran el uso del agua e incluso que hicieran cortes a determinadas horas: caso omiso, ya llegarán las lluvias de otoño que aliviarán la situación. En verano se limitó la cantidad de agua que llegaba a los depósitos municipales: nada se hizo, algún municipio se quedó sin ella y otros fueron advertidos de que estaban al límite. No llegan las lluvias de otoño, el agua se va agotando y a ver de dónde la sacamos: obras de emergencia en el embalse de la Colada (con los años que llevaba construido y sin utilidad alguna y a nadie se le pasó por la cabeza que podía servir para abastecimiento humano). Ya no hay problema, podemos seguir abriendo el grifo; pero resulta que el agua del trasvase parece estar contaminada y hay que recurrir a cubas: no es mucho problema, total para beber la compramos. Pero, fatalidad, se rompe no sé qué y el agua deja de fluir; ¡uf!, problemón: comunicados, notas de prensa, manifestaciones, culpa de unos para otros, indignación. Solucionado el problema con la maquinaria, se soluciona el problema del agua: podemos seguir regando los jardines que tienen abundante césped, podemos abrir el grifo durante muchos minutos para regar-limpiar aceras, patios, terrazas y cocheras, podemos llenar piscinas (porque una vez llena, el agua dura años). Se “soluciona” el problema del abastecimiento urbano, pero queda pendiente, el más grave (pues no sólo afecta a la calidad de vida, sino a la economía de la comarca), el de las aguas subterráneas que abastecen a las explotaciones ganaderas.

Hace un par de años nos propusimos tratar de “analizar” el grado de concienciación del ciudadano con el problema que representa la escasez de agua (cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas). Las encuestas no valen, evidentemente, pues la respuesta va a ser que están no sólo preocupados sino también comprometidos con el ahorro. Pensamos que lo que cuenta es la actitud, los hechos. Por ello nos fijamos en algo que podría dar algún indicio de cómo se percibe el problema de la escasez de agua y el grado de compromiso en lo que se refiere a poner un granito de arena en la solución. Nos referimos a la posesión de un elemento que desperdicia agua, la retrae del consumo más necesario (beber, lavarse, cocinar, limpiar, mantener la ganadería) y sin el cual se podría vivir: las piscinas. Además, nos podría indicar también el grado de compromiso de las distintas administraciones con el ahorro del agua y, también, con la adecuada ordenación del territorio, pues, aunque parezca que no tiene nada que ver, existe relación entre proliferación de piscinas y ordenación y gestión del territorio.

El propósito era contar el número de piscinas (públicas, privadas, fijas, móviles) que existían en la comarca hacia 2020; para ello se utilizó un SIG (Sistema de Información Geográfica) en el que se usó como capa base la ortofotografía del PNOA (Plan Nacional de Ortofotografía Aérea), que tiene una excelente resolución. Además, se emplearon capas de PNOA anteriores si podía existir duda sobre los elementos a contar. Se creó una capa poligonal en la que situaba el elemento en su posición y se registraba el municipio, coordenadas, superficie y código individual; posteriormente de esta capa se extrajo una capa de puntos. Para facilitar el conteo, se dividió la comarca en cuadrículas de 2×2 km. Cuando existía duda sobre si lo que aparecía en la ortofotografía era una piscina u otra estructura (por ejemplo, una alberca para riego) no se registraba. Las superficies y, posteriormente, la profundidad, se han estimado siempre a la baja.

Los resultados quedan plasmados en la tabla siguiente, mapas y gráficas, que, prácticamente, no es necesario comentar, pues hablan por sí solas.

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Gráfico 1. Mapa de situación de las piscinas (puntos rojos) en la comarca de Los Pedroches. En tonos de azul la extensión del acuífero de Los Pedroches. Ambos acuíferos, atendiendo a la formación geológica, tienen la consideración de: Insignificant aquifers – local and limited groundwater

Se puede observar que la máxima concentración (concretamente, 1360 piscinas) está sobre el acuífero y, para más inri, en la zona donde también se concentran las explotaciones ganaderas que más necesitan de esa agua.

Los siguientes gráficos reflejan la distribución de piscinas por términos municipales, la distribución en el casco urbano y fuera de él, el número de piscinas por habitante y la cantidad de agua que es detraída de la red (como es en la mayor parte de los casos de las piscinas situadas en urbano) y de los acuíferos (como es el caso de casi todas las situadas en el ámbito rural) para llenar las piscinas.

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Para el cálculo del volumen de agua “almacenada” en las piscinas, la superficie de cada una se corresponde con la del polígono que representa a cada elemento inventariado y la profundidad media se ha estimado muy a la baja, pues están contabilizadas las piscinas portátiles que, aunque en algunos casos tienen una superficie mayor que una fija, su profundidad es pequeña. En Los Pedroches el agua almacenada es de 79.132,2 m3, es decir, 79.132.200 L.

Si recurrimos a las consabidas comparaciones con elementos conocidos, estos fríos datos nos pueden dar una idea mejor de que esta cantidad significa un derroche. Si suponemos un consumo medio de 10 m3 por familia cada mes, esos 79.132,2 m3 “almacenados”, equivalen al consumo de 3957 familias en dos meses (la temporada media de piscina); estimando que una familia está compuesta por tres personas (de nuevo, somos prudentes) nos resulta que es el consumo de 11870 personas (el 23% de la población total de Los Pedroches).

Pero no queda ahí el problema, el siguiente gráfico nos pone más clara aún la cuestión del derroche de agua que suponen estas instalaciones cuando el agua SÍ es un problema.

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A pesar de que algunos ediles y la mayoría de las personas utilicen como argumento (por desconocimiento, como consuelo personal o por interés) para abrir o instalar una piscina que, una vez llena, el agua permanece año tras año, no hay nada más alejado de la realidad. Una piscina puede perder agua por muchas causas: fugas en la instalación, agua que se pierde en el proceso de filtrado y depurado, salpicaduras durante el baño, agua que se lleva el cuerpo al salir y, sobre todo, por evaporación. El agua perdida es, pues, muy difícil de calcular (salvo que se haga instalación por instalación); sólo en el caso de la evaporación podemos aproximarnos algo, pues ésta depende, a su vez, de múltiples factores. Después de consultar varios trabajos realizados en varios lugares de España y en diversos tipos de instalaciones (embalses, balsas, depósitos descubiertos, piscinas) hemos escogido un valor medio ponderado y, una vez más, a la baja: 5 L/m2/día en ambiente urbano y 6,5 L/m2/día en ambiente rural. En el conjunto de la comarca, se pierden 24.744.292 L en los dos meses; es decir, una piscina habrá tenido que reponer (sólo por evaporación) casi un tercio del agua inicial al cabo de dos meses de funcionamiento: el consumo de unas 3700 personas en esos dos meses. La situación es más preocupante si nos fijamos en los gráficos 6 y7, en los que se observa que la mayor parte del agua con la que se llenan las piscinas es de origen subterráneo (la mayoría de las situadas en el medio rural la extraen de pozos o sondeos) y que, por consiguiente, la que se pierde es del acuífero. De él extraen el agua necesaria para su actividad económica multitud de explotaciones agrarias. Para ellas el agua no es sólo un recurso que permite una mejor calidad de vida, es un un recurso del que depende su modo de vida.

Evidentemente, las numerosas piscinas no son las responsables únicas de que el agua sea escasa; es más, tal vez en el conjunto del gasto general sólo representen una pequeña fracción. El problema viene dado por que llueve poco y se gasta mucho con comportamientos derrochadores en el ámbito doméstico, municipal, agrario, etc.; sumados son los que contribuyen a agudizar el problema de la escasez de agua: muchos picos de cera hacen un cirio pascual(dicho popular).

Ante la situación en la que nos encontramos se empiezan a repartir las culpas: los ciudadanos a las autoridades y estas a las distintas administraciones que gestionan, en un nivel u otro, el agua. La realidad es que las culpas nos las tenemos que repartir entre todos, pues ni gestión ni uso están en consonancia con la posibilidad de regeneración del recurso. Es necesario hacer un poco de autocrítica. Quizás, deberíamos pensar que de manera individual no hemos realizado el mejor uso de este recurso que, aquí, se puede considerar parcialmente renovable.

Las distintas administraciones no han sido sensibles con este problema (al menos en cuanto a actuaciones, otra cosa es el “postureo”). No creemos que sea posible impedir que alguien se construya una piscina, pero con la correcta gestión del recurso y la aplicación de la normativa sobre ordenación del territorio, se podría evitar tamaña proliferación. Sólo con tener en cuenta la Ley de Aguas, que impuso como principio, que las aguas superficiales y subterráneas pertenecen al Dominio Público Hidráulico, y, por tanto, para el aprovechamiento de las mismas es necesaria la obtención de una concesión administrativa de uso, ya tendríamos avanzado mucho camino.

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Una adecuada vigilancia evitaría imágenes como las de las fotografías (1 y 2); ¿se ha vigilado que los pozos que abastecen las piscinas cumplan la distancia mínima entre ellos? ¿han contado con las preceptivas licencias de obras municipales? ¿exceden las superficies de las viviendas el 1% de la superficie de las parcelas? ¿cuentan los pozos, captaciones o sondeos con las preceptivas licencias administrativas? La vigilancia del territorio es actualmente muy fácil: más de 3.200 km2 de territorio hemos escrutado con un SIG; para un ayuntamiento, con sólo unas cuantas decenas o algún centenar de kilómetros cuadrados de superficie, la tarea es mucho más sencilla y rápida. Sólo es cuestión de voluntad; como con el ahorro del agua.

PD. Hecho sin ánimo de molestar; sólo para concienciar.