Por Juan Andrés Molinero Merchán

 

Las grandes fiestas y tradiciones conforman estampas que son un auténtico emblema. El Camino de la Virgen de Luna es, con toda contundencia, una de esas imágenes y circunstancias que dejan impronta. Mucho poso. La significación es tanta, que apenas si puede glosarse en unas líneas.  No existe realmente un camino, sino muchos caminos en la Romería de la Viven de luna: porque el camino es una realidad física; es un sentimiento religioso;  un producto histórico consagrado como tradición; una confluencia social ingente de un Pueblo en un momento preciso, con grandes derivadas; es una fiesta sembrada de alegría que representa un gigantesco repositorio de sentimientos. Todos los que hemos realizado el Camino de la Virgen de Luna, que somos todos, conocemos bien de las vivencias que se ciernen en este acontecimiento fraguado al calor de los siglos. Constituye siempre, sobra decirlo, una experiencia única por el impresionante tráfago de asuntos y vivencias que se compaginan alegremente.

En lo más básico, decimos, el camino es una realidad física en un contexto  geográfico determinado: un itinerario tradicional desde Pozoblanco al Santuario, que discurre raudo por el encinar centenario de la dehesa pedrocheña. Solamente con este ingrediente llenaríamos las alforjas de impresiones inolvidables: porque recorrer la dehesa es vivir las esencias de la naturaleza. Los romeros vivencian el campo con todo el fragor del mundo en momentos claves de los ciclos de renovación, observando los colores vívidos y olores del frescor de la mañana y el atardecer; se escucha el silencio, se siente el fresco y se mira el cielo. La naturaleza viva de La Jara despliega el encinar pletórico de vida y animales en una impagable sinfonía de sensaciones. Año tras año descubrimos la bonanza de un entorno mágico, insustituible, que nada tiene que ver con nuestro envoltorio diario urbanita. 

El camino, sin embargo, no es simplemente un trazado físico más al uso. Es también una vivencia religiosa, para muchos, una experiencia personal con la imagen de la Virgen que está sembrada de principios y valores existenciales; es una réplica, dicen muchas y muchos, del tráfago de la vida con movimientos dispares (tropiezos y levantadas), con un análisis serio e introspectivo del discurrir existencial. Esa combinación del camino físico y la imagen durante centurias, convertida en ritual, define como nadie la tradición y la fiesta. Porque el Camino es indudablemente una tradición consolidada durante siglos, hecha precepto incluso, convertida en mil rituales que los romeros viven con intensidad, en las salidas y entradas de la imagen, abanderamientos, música, Pozo de San Diego, Venta Caída…, etc.

Con los Hermanos como protagonistas de excepción, en los rituales de protocolo, y porteadores de la imagen silentes, sembrados de generosidad. Todo ello se materializa y consolida anualmente en el baúl del tiempo. Pero más allá de las esencias religiosas, de la naturaleza y la Historia, el Camino es una fiesta. Es un canto de alegría en un trayecto  largo de trece kilómetros que dan para mucho: se canta y baila; se ríe y se llora, se bromea y se hacen amistades a espuertas… se habla mucho, se come y bebe. Los sonidos del Camino son de muchos quilates: la música del tambor y la banda ensalzan el espíritu con un burbujeante poso de alegría y contento; ruidos y  silencios, bisbiseos, ecos de voces varias y conversaciones pausadas, desenfadadas, a veces solemnes y de profunda reflexión. Casi siempre las cosas importantes se dicen y escuchan en la romería, en el camino, donde nada pasa desapercibido sobre vivos y muertos. Es precisamente en esta conjunción de la vecindad toda, mezclada en una conciencia única, donde El Camino despliega el mayor carácter social: porque todas y todos convivimos en una misma experiencia, nos vemos y miramos, callamos y decimos; todos y cada uno de nosotros tiene un camino particular y un conjunto inmenso de miradas diferentes. La intergeneracionalidad se produce en el conjunto de la Virgen. Los más jóvenes realizan a menudo, con inmensa vitalidad, caminos de ida y vuelta, con la particular vivencia que ofrece la edad y el desparpajo de los años. Asimismo los mayores realizan el camino de la espera, del recuerdo con la retrospectiva de la vida, teniendo siempre in mente las experiencias personales que conocen como nadie. En la romería de Pozoblanco el Camino constituye un hito de mucha trascendencia. Es un acontecimiento de alto standing de intensidad emocional.

No es para menos, porque el Camino constituye una realidad física sobrecogedora, un sentimiento religioso centenario, una realidad económica tradicional (defensa de pastos) y una fiesta grande desbordada. El concurso perfecto de elementos para definir un sentimiento fuerte de identidad. Eso es El Camino de la Virgen de Luna.