Por Juan Aperador García

 

Esta semana se han cumplido diez años del entierro de los restos de mi abuelo, Juan Aperador García, en el cementerio de El Guijo. Desde entonces y por fin, reposa junto a los restos de su mujer, mi abuela, Adoración Castaño Gálvez. Era su segundo entierro. El primero fue aprisa y corriendo, con nocturnidad y alevosía, en una fosa común en el cementerio de Pedroche, el 19 de diciembre de 1948.

Mi abuelo, junto con su cuñado, Rafael Fernández Muñoz y Pedro Castillo Fuentes, fueron víctimas de la Ley de Fugas. Pastor, porquero y casero, respectivamente, fueron fusilados sin juicio previo, acusados de tener relación con los maquis que en días anteriores habían dado muerte en las inmediaciones de Pedroche a cuatro personas. La Guardia Civil, autora de los hechos, nunca reveló a sus familiares dónde fueron enterrados. Nunca pudieron llorarles ni llevarles flores el Día de Todos los Santos. A la aniquilación física, proseguía el intento de destruir su memoria y la de los hechos acaecidos en aquella aciaga y larga noche que fue la posguerra y la dictadura franquista en Los Pedroches. 

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Tras encontrarse la fosa los familiares pudieron llevarles flores por vez primera en 58 años. Foto: Rosa García Aperador

Pero la historia da, a veces, giros inesperados. Mi padre siempre había tenido la esperanza de dar con los restos de mi abuelo para darles una digna sepultura. Ahora todavía, con más de ochenta años, recuerda como si hubiera sido ayer, aquel nefasto 18 de diciembre de 1948, cuando la Guardia Civil se llevó a su padre que se encontraba junto a él cuidando del rebaño de ovejas que tenía a cargo, con la promesa de “niño, no llores, que a tu padre no le va a pasar nada”. Por tres días fueron las presentidas viudas a preguntar por el paradero de sus maridos y solo al tercero les dijeron que los habían matado. No tuvieron ni la decencia de decir el lugar de su entierro para que pudieran llorarles en paz. Y,¡silencio!  que podían ser ellas las siguientes. 

Desde hacía varios años, mi padre, Juan Aperador Castaño, andaba preguntando en Pedroche a gente mayor que pudo ser testigo de los hechos, el lugar dónde pudieran haber sido enterrados. Cuando tuvo la aparente certeza, en el año 2006, y cuando comenzaba a hablarse de Memoria Histórica y se abrían algunas fosas de represaliados por el franquismo en España, contactamos con el Foro por la Memoria de Córdoba y el PCE. Con el apoyo incondicional del Ayuntamiento de Pedroche y en especial de su alcalde, Santiago Ruiz, arqueólogos, voluntarios del Foro, los hijos, hijas, nietos y nietas de Juan Aperador García, nos pusimos manos a la obra con el objetivo de encontrarle y regresarlo a la historia, para enterrarlo por segunda vez, ésta sí a la vista de todos, con luz y taquígrafos, junto a los restos de su esposa, ya fallecida.

Fue un otoño lluvioso aquel de 2006. Tras muchos intentos y a punto de darnos por vencidos, solo la tenacidad y el empeño de mi padre, junto con la labor de los voluntarios y arqueólogos, consiguieron, el 30 de octubre, devolver a la historia a Juan Aperador García y a Rafael Fernández Muñoz. Pedro Castillo Fuentes no apareció, pero sabemos que está enterrado cerca, en algún lugar de la zona de autopsias del cementerio de Pedroche.

Ahora quedaba otro largo camino por recorrer: la identificación de aquellos dos cuerpos que aparecieron uno encima de otro, confrontados, con signos evidentes de haber muerto con violencia. Las pruebas de ADN se hicieron de rogar. Mientras los restos fueron guardados en un nicho cedido por el Ayuntamiento de Pedroche, parte de ellos comenzaron un peregrinaje por la Universidad Autónoma de Barcelona y otros laboratorios, para terminar en la Universidad de Granada, donde el laboratorio de José Antonio Lorente certificó que los restos del denominado ‘Individuo 2’, eran los de Juan Aperador García, mi abuelo. Era el 21 de septiembre de 2010. Había pasado cuatro años desde que encontramos la fosa. El 16 de octubre de 2010 fue una fiesta para la familia Aperador: Juan Aperador García era enterrado en el cementerio de El Guijo junto con los restos de su esposa. Sesenta y dos años después volvían a encontrarse en el más allá.

Estos días en los que se ha premiado con dos Emmy al documental ‘El silencio de otros’, que aborda el tema de los desaparecidos y las fosas del franquismo, y se ha hablado en los medios del Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática que se va a presentar próximamente, me he acordado de mi abuelo. Pero más de mi abuela, de Adoración Castaño Gálvez. Fue ella la que tuvo que luchar para sacar adelante a sus cuatro hijos pequeños. Fue ella la que, después del asesinato de mi abuelo, trabajaba hasta reventar por un sueldo de miseria. Fue ella la que soportó la humillación y el desprecio de ser viuda de un represaliado de Franco. Fue ella la que se quedaba sin comer para darle lo poco que tenía a su hijo y tres hijas. Fue a ella a la que mi padre oía llorar bajito por las noches, de rabia e impotencia, por no poderles ofrecer más que un chusco de pan y un poco de tocino. Fue ella la que, en su ingenuidad, días antes de los hechos que terminarían con la vida de su marido, contempló como unos buitres merodeaban por el chozo donde vivían, para comerse una oveja muerta y le dijo a mi abuelo: “Juanito, ¡ven corre! qué hay aquí unos pájaros muy grandes y si los matamos tenemos comida para muchos días”. Era el vivo ejemplo del hambre y la miseria que asoló a los trabajadores de estas tierras en la durísima posguerra. La misma persona a la que el miedo atenazó de por vida y nunca contó nada de lo que sucedió aquel terrible invierno de 1948 en una tierra azotada por el hambre y el fascismo. La misma que murió sin saber que, 15 años después, sus descendientes darían con el paradero de su marido y a los 62 años de su muerte, los restos de Juan Aperador García, dejarían la fosa donde se pudrieron y reposarían para toda la eternidad junto a los suyos. Una más entre miles de mujeres como ella, que sufrieron en silencio la brutal represión del régimen de Franco con los disidentes. 

Desde su segundo entierro, y gracias a la labor de los historiadores e investigadores que han luchando contra la falta de medios y de la dejadez de los distintos gobiernos, con la desclasificación y digitalización de archivos sobre la Guerra Civil y posguerra, he podido acceder al expedientede mi abuelo. Allí, en la causa 18/1949, legajo 622, número 9.082 del Archivo Histórico del Tribunal Militar Segundo de Sevilla, perteneciente al Ministerio de Defensa, he podido indagar más sobre aquella fría noche del diciembre de 1948. Es la versión de los vencedores y que no concuerda en nada (en lo que corresponde con la llegada de la Guardia Civil y su detención) con lo que mi padre recuerda, tan solo el final, la muerte, la desolación de las familias mutiladas y su enterramiento en una fosa común.

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Las hijas e hijo de Juan Aperador García el día de su segundo entierro en El Guijo Foto: Rosa García Aperador

Según el informe, murieron como consecuencia de su intento de huida en la madrugada del 19 de diciembre cuando eran conducidos acusados de ser enlaces de los “de la sierra”, con las manos atadas, para señalar el lugar donde guardaban la propaganda. La autopsia revela que los tres murieron por tiros por la espalda y uno de ellos, Rafael, presentaba también un tiro en la sien. Típico de la famosa y terrible ‘Ley de fugas’. 

He podido saber, asimismo, que a mi abuelo lo acusaban de haber colocado, hacía unos meses, en aquellos oscuros días de finales de los años cuarenta, tres banderas republicanas. Me ha alegrado saber que mi abuelo tenía la misma ideología que yo y que luchaba por una causa justa, la vuelta de la democracia y la redención de la clase obrera. También, y como curiosidad, he descubierto los objetos que llevaba encima aquel día y que no fueron entregados a su viuda, como tampoco le fue revelado el lugar de su enterramiento: “una cartera de cuero en mal uso, un carnet de identidad expedido por el Ayuntamiento, una participación de lotería de a una peseta en el número cincuenta mil doscientos diez; setenta y cinco pesetas en un billete de cincuenta y cinco de cinco pesetas”.

Ahora que va a aprobarse la nueva Ley de Memoria Democrática es más necesaria que nunca que desaparezca, también en la educación, nuestra eterna desmemoria histórica, y que hechos como el que le sucedió a mi abuelo y a miles de represaliados más, se conozca. Los libros de nuestros hijos están plagados, en muchos casos, de un relato equidistante de la Guerra Civil, que iguala al legítimo gobierno de la II República, con el de los golpistas del 18 de julio y en los que se blanquea y justifica el apoyo de la Iglesia católica a la dictadura, entre otras lindezas. También se aborda la Guerra Civil como si fuera un inexorable final de la II República, cuando debería abordarse junto a la dictadura de Franco que sí es consecuencia de la Guerra Civil. Como bien dice el profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, Enrique Javier Díez, en su libro ‘La asignatura pendiente’, “la mayoría de los profesores pasan de puntillas por estos temas para no levantar quejas de los padres, con el resultado de que nuestros jóvenes desconocen una gran parte del pasado reciente de nuestro país”.

Esperemos que esta nueva Ley, que parece que va a ver pronto la luz, incida también en el tema educativo ya que, si no lo hace, Juan Aperador García y otros miles de represaliados volverán a ser sepultados una vez más, esta vez por el negro polvo del olvido