Por Juan Andrés Molinero Merchán

 

Las redes sociales nos han hecho esclavos. Nada ni nadie puede vivir en el mundo occidental, en nuestros días, sin ser sujeto activo o pasivo del imperio audiovisual de las pequeñas pantallas de los móviles. Es una cuestión manida que no precisa de mayores argumentos. En esa tesitura se encuentra también la formación educativa de los jóvenes y demás sujetos de la sociedad en procesos de aprendizaje. Las bondades de los sistemas tecnológicos innovadores y redes de la comunicación son apreciables y valoradas por todos los especialistas, pero en la misma proporción que sus perversidades, que son infinitas y dejan notar su grueso en los ámbitos de la psicología y sus despachos. El ámbito formativo y escolar, decimos, se ha servido y sirve en los últimos años de los maravillosos instrumentos de la revolución en la comunicación, en derroche inmenso de posibilidades de contenidos, estímulos, metodologías, proyección social, etc.

Esa es la cara buena de la moneda. Dichos instrumentos han posibilitado una transformación ingente en forma y contenido; han permitido, además de los cambios metodológicos y conceptuales, abrir horizontes nunca pensados en una escuela tradicional mayestática e inmovilista. Sin embargo hemos pasado en términos pendulares al otro extremo: todo tiene que pasar irremediablemente por el filtro tecnológico, por la exposición, visualización y proyección social. Todo. Es una perversidad que afecta, sin duda, a la dinámica del verdadero aprendizaje. Hemos confundido, y lo hacemos diariamente, las formas y el contenido. Hemos trocado alegremente la superficie con el fondo. Nos justificamos subrayando que es lo que se lleva, que es el mundo actual; que todo va por ese camino.

Nadie es más sordo, dice el refrán, que el que no quiere oír, y la sociedad actual está completamente sorda con el impresionante ruido que ejercen las innovaciones contemporáneas. Más aún. El imperio de los medios tecnológicos hace que quede ensombrecido el auténtico aprendizaje con la pátina de la apariencia (que no engaña a nadie). El dinamismo a espuertas que se ha introducido en nuestras escuelas, institutos y universidades oculta las graves deficiencias que se están generando. Cualquier docente conoce muy bien las perversidades de lo que está pasando (no se sabe leer; comprender, no somos críticos…); otros lo quieren disfrazar de modernidad y tecnología, de nuevas metodologías e innovaciones de nuestro tiempo. No. Es cierto que hoy día los niños aprenden del mil maneras (internet…), que tienen cientos de estímulos, que acuden mañana y tarde al deporte, conservatorio, ballet, talleres, etc., como imposición sociedad. Asimismo se han multiplicado las actividades, enfoques y aristas de las clases actuales, pero de tal modo que resulta imposible abordar lo más elemental, que es el aprendizaje sustantivo. Diariamente tenemos transversalidades imposibles: intercambios con países (muy bien); actividades de teatro, música y danza, visionados, etc.; días de la paz y no violencia, de la mujer, del medio ambiente, de la ciencia…; charlas de conferenciantes avezados, que enriquecen las perspectivas de todos, etc. Un sinfín díscolo, en definitiva, de propuestas que en absoluto permiten la secuencia diaria de programaciones de materia, de enseñar a leer, a trabajar, a tener constancia y esfuerzo, concentración…Al menos los aprendizajes que se definen teóricamente por la Administración. Todo eso que se requiere para una formación sólida.

Nadie niega que la amplitud de horizontes en la enseñanza sea mala ni perversa, que pero estamos pasando sin orden de continuidad de la nada al todo es una certeza. Que estamos ignorando el trabajo y la constancia es una evidencia. Que estamos primando el escaparate a las verdades de la enseñanza resulta una obviedad. Actualmente todo se realiza para la galería: para que los demás vean lo bonito (y superficial) en las redes; dinámicas de aprendizaje vacías de contenido, que a nadie importan, porque la apariencia lo es todo. Estas actividades pródigas de fachada se pagan muy caras en la auténtica formación, saberes y competencias. Todo está envuelto en el brillante papel de celofán de las redes, del dinamismo embaucador que observamos, que no tiene nada dentro. Pero estamos tan contentos, argumentando con entusiasmo que son los nuevos tiempos, novedosos e innovadores, tecnológicos y distintos. Tal vez seamos tan ingenuos de pensar que los médicos e ingenieras, carpinteros y pintoras, profesores y programadoras se hacen solos de visitas y de amenas escuchas, de redes y postureo.  Hemos pasado de la vieja escuela de nuestros abuelos, invisibles e insuficientes a espuertas, a las plataformas de luz y color con exorbitante brillo, pero tal vez sea un escaparate de adorno y aderezo sin más sustancia que el confite de una fiesta. Un hermoso photocall con atrezo de añagaza.