Juan Romero Romero, superviviente español del campo de concentración Mauthausen, falleció en la noche de ayer sábado en la localidad francesa de Ay, según avanza Carlos Hernández en eldiario.es. Con su muerte se va también una parte de la historia, una vida que encontró un reconocimiento tardío por parte del Gobierno español el pasado mes de agosto. Además, el Parlamento andaluz, por iniciativa de Adelante Andalucía, acordó nombrarle Hijo Predilecto de Andalucía.

Nacido en Torrecampo en abril de 1919, Juan Romero contaba con 17 años cuando estalló la Guerra Civil española. A pesar de su juventud, perteneció a la 33 brigada del XV Cuerpo de Ejército y defendió la República en la sierra de Guadarrama, Brunete, Guadalajara y Teruel. Tras la caída de Cataluña, en febrero de 1939, pasó la frontera francesa por Puigcerdà. Las autoridades francesas le internaron en el campo de concentración de Vernet d’ Ariège. Allí, en abril, se alistó a la Legión Extranjera para seguir combatiendo al fascismo ante la guerra que se avecinaba.

Cuando un año más tarde Alemania invadió Francia, Juan fue hecho prisionero cerca de Épinal, junto a un importante número de republicanos españoles. Le trasladaron al stalagIII-A. Allí permaneció un año hasta que le deportaron a Mauthausen, de donde consiguió salir con vida. Fue repatriado a Francia. Se instaló en Ay, junto a una veintena de deportados. Allí conoció a su mujer y con ella rehízo su vida. Se casaron en 1947 y tuvieron cuatro hijos. Juan trabajó durante 30 años en un viñedo y una bodega que fabricaba champagne.

Una vida que no encontró el reconocimiento de su país hasta el año de su muerte. Fue a sus 101 años de edad, el pasado mes de agosto, cuando se le reconoció «la ejemplaridad de una vida contra el fascismo, por las libertades y en defensa de la democracia». «Nunca haremos lo suficiente, siempre estaremos en deuda con los antifascistas españoles que salieron de nuestro país y que pagaron con sus vidas», indicaba en aquel entonces la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. Un homenaje que llegó para «recuperar la dignidad de la memoria», pero también «la justicia y la gratificación eterna que debemos sentir».