Por Juan Andrés Molinero Merchán

Sigue siendo acuciante la igualdad de género, y azuzante la lucha contra la violencia machista. Igualmente resulta necesario ahondar en las causas. Son muchas y muy profundas. Tantas como las centurias que dejan constancia de los principios activos de desigualdad, discriminación, violencia, machismo, etc. Un amplísimo abanico de entramados políticos, sociales, económicos y culturales –de muy profunda naturaleza– ocultan el germen de los desaliños existentes entre hombres y mujeres. Por ello resulta hoy, lamentablemente, muy difícil la corrección de un legado tan amplio, profundo e intenso que confronta formas de ser, actitudes, valores y concepciones personales y colectivas de género. No es nada fácil, ni entenderlo ni modificar las esencias incrustadas profundamente en lo más hondo de nuestras percepciones individuales y sociales. Pacatas, alicortas e infructuosas resultan las políticas aplicadas (nacionales, municipales, institucionales…), las efemérides sembradas de buenismo y los ideales educativos de última hora. Larga es la historia y largos e intensos son sus frutos malvados.

Las desigualdades de género tienen su proyección más perversa en la violencia machista, que sigue quitanto vidas y enquistando una sociedad que se dice más justa, igualitaria y pacífica. Queda mucho camino por andar. Solamente desde la impotencia, por ahora, podemos vislumbrar horizontes de luz en un tema tan atroz de solución tan difícil, que necesariamente tiene que venir de la Educación y la comprensión de nuestro pernicioso legado. Desde el campo que más conocemos, de la Historia, entendemos muy bien la problemática del género, toda vez que las discriminaciones más grandes de la mujer se han gestado en nuestro pasado. Todos somos conscientes de la Historia que se ha construido, hasta fechas bien recientes, ha sido una historia de hombres. Una mirada muy particular de una parte de la población que ha dejado en la obscuridad a media humanidad; relegándola a un segundo término en el mejor de los casos. Ignorando la mayor parte de las veces la perspectiva objetiva de género. Todo ha estado mediatizado por esa perspectiva, en todos los ámbitos (economía, sociedad, política, cultura, técnica…). Bajo estos presupuestos fácilmente se entenderá que es necesaria una reconstrucción en toda regla, y eso lleva su tiempo, con imponderables muy grandes y graves, cuando aún hoy no existe una conciencia clara de la problemática. En lo más avanzado de la historiografía se comenzó hace años incorporando a la Historia las protagonistas femeninas. Era lo más sencillo, el ensalzamiento de las féminas más descollantes en los ámbitos de la Historia (Isabel la Católica, Leonor de Castilla, Urraca…), la Literatura (Santa Teresa, Rosalía de Castro, Pardo Barzán…), Artes (La Roldana…) o la Ciencia (María Curie…), etc. Era la manera más simple de dar visibilidad a quienes sin duda fueron grandes y se hicieron notar ya en sus tiempos, por su personalidad o excelencia; las grandísimas personalidades de reinas, santas, literatas, científicas, etc. Con esa concepción ya fueron entaltecidas por autores clásicos, como Plutarco en las Vidas Paralelas, o las virtuosas mujeres de grandes valores (Mulierum Virtutes) de potentes resortes morales (Moralia); también en los repertorios medievales (De Claris Mulieribus…De Boccaccio).

La Historia machista no pudo siquiera ocultarlas, porque realmente eran imponentes sus capacidades y trayectorias vitales. No obstante, nadie se engañe, pues la vida no se construye solamente de relevancias (notables o célebres…, ni masculinas ni femeninas), sino del caldo de cultivo de la cotidianidad, y en esa esfera quedan completamente ignoradas (siguen quedando) los perfiles de las mujeres que tejieron diariamente el pasado en todos los parámetros existenciales. La cimentación de una Historia amplia requiere, pues, una mirada mucho más amplia y anchurosa a que existe actualmente. Es imprescindible la visibilidad de la mujer en todas las esferas vitales, más allá de la notabilidad y excelencia: las experiencias contadas desde perspectivas amplias donde los sujetos activos y pasivos sean contemplados con perspectiva de género. Despojar las imágenes históricas de la mujer de las intencionalidades añejas resulta complicado, como complicada resulta la reelaboración de la mirada histórica. Obviamente no se trata de realizar una historia de la mujer, sino de una Historia de hombres y mujeres imbricados en los difíciles poliedros de la política, sociedad y cultura. Realizar una historia con perspectiva de género resulta una necesidad inminente.

Tomar conciencia del papel equitativo de la mujer en la Historia lleva aparejado, previamente, el conocimiento de ésta sin el sesgo existente. No es labor de un día, pero seguro que paulatinamente nos ayudará a comprender nuestras conductas, actitudes actuales, valores y los necesarios virajes hacia un mundo más igualitario y justo. La valoración de lo que somos, en su justa medida, deviene de comprender nuestra historia.