Por Juan Pedro Dueñas

El filósofo Immanuel Kant (1.724-1.804) fundador del criticismo, cuya filosofía busca la respuesta a las preguntas ¿Qué puedo saber? ¿Qué he de hacer? y ¿Qué puedo esperar? , en su famoso libro “Por la Paz Perpetua” de gran impacto en todo Europa en la época (publicado en 1.795) determina que sólo la cultura  y unos principios comunes garantizan la seguridad de los Estados (contrariamente a la tradicional e histórica frase fraguada durante el Imperio Romano “Si quieres la paz prepárate para la guerra”).

En búsqueda de la paz perpetua, máxima aspiración de todos los Estados, los gobernantes tienen la obligación de formularse las preguntas que el filósofo alemán planteaba a finales del siglo XVIII y salir del círculo vicioso en que se enredan pretendiendo justificar su obligación de fidelidad a una ideología concreta, ignorando que por encima de cualquier ideología está la consecución de la felicidad, a la que contribuye la paz.

En España tenemos la obligación histórica de terminar con el “estado de guerra” permanente entre la supuesta nacionalidad catalana y el Estado español, problema secular al que nadie le ha echado el raciocinio necesario sino para aún complicarlo más durante la última década. ¿Que debe saberse?

Ante todo las causas que en época reciente, no más allá de la reciente democracia conformada en nuestro país con la Constitución de 1.978, han renovado la esperanza del pueblo catalán de perseguir su propio destino:

-Una tibia y encubierta esperanza la generan los constituyentes, al regular la territorialidad de la nación española en su división administrativo-política, reconociendo que la España indisoluble, tiene como valores supremos (art.1) la libertad…(en cuyo principio debe fundamentarse la construcción de una Nación.)

La libertad, debe ser el principio básico de la construcción de cualquier Estado, y del desarrollo integral del individuo

 -También redactaron y se aprueba el  art.2 de la vigente Constitución que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran.                 

Pues debemos saber que los legisladores constituyentes dieron pie, con el concepto territorial de “nacionalidades” a un confusionismo que debe ser interpretado a la luz de la historia y de los recientes acontecimientos lucha y desencuentros entre los dos pueblos, y debemos también saber que las soluciones que se han pretendido ( si es que se le puede llamar solución al uso de la fuerza represora del Estado) no han hecho sino aumentar aún más el conflicto belicista alimentado por la insensatez de los auto-nombrados patriotas, ignorantes que toda ferocidad procede de la debilidad.

-El catedrático de derecho constitucional Javier Pérez Royo, en un artículo publicado en el País en febrero de 2007, llegó a denominar como “golpe de Estado” al incidente de recusación admitido por el Tribunal Constitucional contra el magistrado del mismo D. Pablo Pérez Tremps, con el propósito de romper el equilibrio entre los magistrados integrantes del tribunal, propiciando así una mayoría conservadora de los magistrados que habrían de resolver el recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular, como así se hizo en julio de 2010 mediante la sentencia nº 31/10, contra la reforma del Estatuto de Cataluña.

Así, algo que partiendo del principio básico de la democracia donde radica el poder de los estados, la voluntad popular, fue quebrado por un Tribunal jurisdiccional.

El pueblo catalán, rebelde por naturaleza, ante toda injerencia ilegítima en su destino, pone de nuevo,  como lo ha hecho a lo lardo de su historia, en la rampa de salida su proyecto separatista, alimentado por la opresión de los gobiernos del Partido Popular, haciendo que el separatismo crezca de forma alarmante.

¿Qué se ha de hacer? (siguiendo la teoría del filósofo Kant). Simplemente: buscar soluciones, conscientes de que no será fácil llegar a un punto de encuentro para poner fin al “estado de guerra”.

La situación de legalidad actual no permite el Referendum de autodeterminación, condición intransigente del gobierno catalán. Por tanto, aunque rechine a revolucionaria, la solución más lógica, dentro de la legalidad, que pueda dar satisfacción a ambos posiciones, pasaría por una modificación del ordenamiento jurídico, dando virtualidad al tibio y encubierto proyecto de constitución de un estado confederal.

Con el fin de garantizar los principios de libertad, justicia e igualdad, cabría plantearse la configuración de un Estado federal en el que tuviesen cabida las actuales comunidades autónomas, confederadas entre sí con garantía de trato igualitario. Siguiendo al filósofo citado: la federación, no sólo no niega la autonomía de cada pueblo en particular, sino que asegura su derecho y viene a constituir una liga de la paz, muy diferente de los tratados de paz, los cuales ponen fin a la guerra, pero no al estado de guerra permanente”

Y por último: ¿ Qué se puede esperar?.

Desde la armonía, la tranquilidad, la conciencia de un proceso de discusión largo y arduo, buscando el bienestar y la justicia igualitaria para todos, aún a pesar de los patriotas belicistas, cabe esperar que en uso de una racionalidad que se le supone al pueblo catalán, y desoyendo las proclamas bélicas de los partidos de derechas que no solo no ofrecen ningún argumento convincente sino soflamas incendiarias, sentarse en esa mesa de diálogo en que, tanto los representantes del pueblo catalán rebajarán sus propuestas, por imposibles, y los representantes de la nación española dejen de abanderar razones de una supuesta (pero fácilmente reversible)  ilegalidad y buscar el término medio, donde se encuentra la virtud.

Cualquier otra solución solo conseguirá proyectar la historia de desencuentros entre una “Nacionalidad” identitaria que es Cataluña y una Nación histórica que es España.

Olvidémonos de la paz justa para buscar la paz necesaria, ya que la paz que es justa para unos resulta injusta para otros, pero para la convivencia pacífica es imprescindible la paz necesaria.