El 6 de febrero la vida de Laura Frutos, una joven pozoalbense de 22 años, cambió radicalmente. Aquel día se levantó con la voz gangosa, apenas conseguía mantener el equilibrio, la vista le jugaba malas pasadas y eso derivaba en mareos. Un cuadro que le llevó a acudir a Urgencias del Hospital Comarcal Valle de Los Pedroches desde donde fue derivada hasta el Reina Sofía. Tras ser examinada por tres neurólogos, la joven fue ingresada y escuchó el diagnóstico: sufría el síndrome de Guillain-Barré, es decir, su sistema inmunitario estaba atacando a su sistema nervioso. Pero ese cuadro no se quedó ahí porque a su vez también presentaba el síndrome Miller-Fisher, variante del primero. Un cuadro clínico que relata al otro lado del hilo telefónico con suma entereza, así como un proceso que le mantuvo varios días en la UCI y que a día de hoy le obliga a estar en rehabilitación. Pero la joven mira con optimismo a la vida y a su recuperación.

La historia de Laura Frutos comenzó el 12 de enero cuando resultó positivo en Covid-19, una enfermedad que pasó junto a su familia, también contagiada, sin más síntomas que una leve fatiga. El 25 de enero decidió repetirse la PCR para tener una mayor garantía para volver a la “normalidad” y con el resultado negativo en la mano así lo hizo. Voluntaria en el Centro Alzheimer ‘Recuerda’ de Pozoblanco, la joven tuvo la oportunidad de vacunarse y el 5 de febrero recibió la primera dosis. Un día después, sin que el diagnóstico posterior vincule la vacunación a los problemas sufridos, empezó su calvario. En este punto el relato nos vuelve a situar en el Reina Sofía donde los médicos le aconsejaron tras conocer el diagnóstico que “no lo mirara en el móvil, pero es que no podía porque no era capaz de ver”. En los días posteriores la situación fue empeorando ya que “no me podía mover, no podía tragar ni la saliva, me tuvieron que sondar, la saturación del oxígeno no era la adecuada”. 

“Me tuvieron en planta, en observación, no me pusieron tratamiento para ver hasta qué punto podía llegar. Se me había creado una parálisis facial, la vista totalmente paralizada, los párpados también, que era la primera que lo han visto en España, de ahí que posteriormente diera mi autorización para que el caso sea estudiado aquí y en Estados Unidos”, relata. Sin embargo, el 12 de febrero, un mes después de aquel positivo, la joven es bajada a la UCI un momento donde las incertidumbres se potenciaron. “Me acuerdo que cuando supe que iba a la UCI preguntarme si iba a poder luchar, recuerdo bajando hasta allí, con mi madre dándome su mano, y luego pensar, que sea lo que dios quiera”, narra. Afortunadamente, entre los ánimos de doctores y enfermeros, el cuerpo de Laura fue respondiendo y cuatro días después volvió a planta, experimentando leves mejorías. Así, hasta llegar al 25 de febrero día en el que cumplía años y en el que recibió el alta para volver a su hogar.

Le esperaba por delante una rehabilitación que continúa a día de hoy porque está ante un proceso de recuperación “muy lento”. De momento, va recuperando fuerza en sus articulaciones, aunque para ver siga teniendo que taparse un ojo, cada día uno, para no ver doble y no tener mareos. Con todo, está satisfecha de su evolución y cuenta que “ya casi tengo recuperadas las expresiones de la cara, el equilibrio todavía cuando voy andando lo pierdo, pero estoy contenta”. Esas expresiones que está recuperando le permiten sonreír cuando narra que lo peor ha quedado atrás, aunque el miedo la haya acompañado a ella y a los suyos. “Pensaba en ellos todos los días porque mi padre y mi madre sí me podían ver, pero mis hermanos o mi pareja no, aunque verme como estaba también era duro”, explica. Ahora estudian su caso, con la única certeza que se ha producido por haber pasado el Covid-19, pero ella se centra en una recuperación que le permita seguir saboreando una vida de la que ha valorado todo, hasta los más pequeños detalles.