Un sueño de la humanidad hecho realidad. Desde las primeras civilizaciones la Luna ha sido siempre un referente incontestable. El misterioso satélite de la tierra sirvió antaño para iluminar la noche obscura de nuestros ancestros, divagando por la tierra sin objetivos claros; nos dio la medida del tiempo con los primeros calendarios, que junto a otras estrellas y planetas sentenciaron la conciencia clara de nuestra existencia; y también, cómo no, la imagen del tondo blanco celeste que concitó la semilla de infinidad de credos y mitologías (religiones, supersticiones…) que son fundamento de nuestro imaginario colectivo. Durante milenios fue simplemente, no obstante, un elemento  inalcanzable entre los cuerpos celestes, a pesar de ser el más próximo y familiar. Hay que llegar prácticamente a la contemporaneidad para que el hombre conciba en su imaginación sueños fehacientes de aprehensión del emblemático elemento. La literatura decimonónica sienta cátedra en el ilusionismo de ficción con Julio Verne, a quien todos veneramos en el espectro literario (cientificista de su era) en su viaje De la Tierra a la Luna. Cuando él postula sus aventurados trances, en la medianía del siglo (1.865), se trata ya de un sueño con fuertes dosis de verosimilitud, que en menos de cien años fructifican en verdades irrefutables. La lección queda aprendida: cuando el hombre sueña, de manera tan certera, muy poco le queda para convertirlo en realidad.

En las primeras décadas del siglo XX se abren horizontes firmes en el ámbito de la investigación (estudios sobre gravedad de Konstantin Tsiolkovski; combustibles líquidos, Goddard..), si bien en los años cincuenta el satélite terrestre sigue siendo un misterio inalcanzable. La iniciativa espacial adquiere carta de naturaleza en medianía de ss. XX con experimentos varios de animales (ratones, perros, monos…), convirtiéndose en una aventura humana con la nómina los pioneros de la carrera espacial: Yuri Gararín (1.961, alrededor de la tirra), Alan Shepard (primer estadounidense en llegar al espacio, 1.961), John Glenn (primero estadounidense en orbitar alrededor de la tierra, 1.962), Katherine Johnson y Valentina Tereshkova (primera mujer puesta en orbita en 1.963). Todos tenemos in menteel primer satélite que orbita sobre la tierra (Sputnik, 1.957), o perrita Layka como auténtico icono de la era espacial.  Son los prolegómenos inmediatos de una gesta mayúscula que pronto habría de llegar. El 20 de julio de 1.969 se hace realidad uno de los sueños más grandes de la humanidad. La misión espacial del Apolo 11deshace la centenaria ilusión con el alunizaje del módulo lugar Eagle,que posa sobre El Mar de la Tranquilidad. El inolvidable pasodel comandante Neil Armstrong sobre la Luna, que presenciaron miles de personas por televisión, constituye una imagen imperecedera de nuestra retina colectiva, acompañada de su memorable comentario (“Un pequeño paro para un hombre, un salto de gigante para la humanidad)”. Era el principio de una nueva era, de una realidad de anchuroso horizonte. Un paso gigantesco similar al descubrimiento del fuego, que asienta los cimientos hacia nuevos objetivos en años subsiguientes: estaciones de investigación  orbitando en la tierra; robots  hacia Marte y Jupiter; e investigaciones varias de nuestro sistema solar, etc. La aprensión fehaciente de la Luna (durante cuatro años, último hombre que pisa la luna en 1.972) hace eclosionar en los años subsiguientes el mundo cultural (cine, música, cultura pop…) con sus referencias, de las que el lenguaje es el mejor notario con expresiones que calan muy hondo en nuestras conversaciones (“subir como un cohete; cuenta atrás… años luz ponerse en órbita…”).

La efeméride que ahora celebramos nos aboca irremediablemente hacia la reflexión. La gesta del sesenta y nueve se soslaya con ese anchuroso horizonte celeste, inmenso, que nos convierte en seres insignificantes del universo. Las proyecciones de futuro se atisban entre el interés científico, que es siempre acuciante, y los atildados negociantes del turismo (millonarios, que financian próximos viajes). Un binomio que no concita demasiados intereses globales. Entre los pronósticos más próximos se presumen viejos proyectos hacia los planetas familiares, reincidiendo en la Luna como campo de pruebas, así como nuevas aventuras en Marte como un objetivo a largo plazo. A fin de cuentas, más allá de las limitaciones técnicas y científicas (que chocan contra la inmensidad del infinito), la humanidad seguirá siempre el impulso espacial, no nos cabe duda. La eterna incógnita del Universo nos sigue prendando como al hombre de la Prehistoria. La acuciante sombra de lo desconocido es caldo de cultivo para persistir en su inercia hacia la incertidumbre. El homo sapienssentencia su propia naturaleza con espíritu trasgresor. La llegada a la Luna hace cincuenta años nos recuerda, con toda contundencia, ese hito de la humanidad que constituye un deseo irrefrenable por alcanzar el infinito. También, y muy claramente, los límites inalcanzables de nuestro mundo: porque el ser humano se encuentra atado a su propia naturaleza de origen, el aire y el agua.