Resulta que era verdad. Resulta que no era una falacia de las que tanto estamos acostumbrados, un simple término ex novo de maquillaje del elenco de palabros que hemos asimilado durante la pandemia (desescalada, distancia social…). Una palabra más del edulcorado lenguaje político que habitualmente recurre para calificar escenarios diferentes, pero sin grandes improntas de contenido ni significación. Pensábamos que la Nueva Normalidad era una vuelta a la normalidad de siempre, igual que antes, como si todo se hubiera acabado y despertáramos de un mal sueño. Tanta era nuestra ingenuidad. Creímos, de facto, que la pandemia del Coronavirus se terminaba de un día para otro –a pesar de las amenazas bravuconas de algunos–, saliendo a la calle en desbandada después del ingente sacrificio de reclusión. Cierto es, que en los primeros momentos de salida se respiraba una cierta disciplina derivada aún del proceso anestésico del confinamiento; aunque luego se trocó, progresiva y parcialmente en trasgresión descarada de colectivos diversos. Realmente no comprendimos muy bien, y tal vez no lo hayamos comprendido aún, la significación completa del término referido a las nuevas circunstancias pandémicas.

Nuestra inconsciencia es a veces muy grande, y como dice el refrán castellano, la ignorancia es atrevida. Obviamente, la tipificación de otra normalidad responde no solamente a la luminaria semántica y esporádica de los mandatarios españoles, sino que  es la calificación de una nueva fase en un proceso pandémico que sigue por sus fueros; que se contempla internacionalmente es los mismos términos, porque todos nos encontramos inmersos en idénticos procesos. Nuestras autoridades sanitarias y políticos sabían muy bien desde el principio que la pandemia y la proyección cronológica de ella no era una salida fácil: de los ascensos y puntas más elevadas, con el subsiguiente retroceso. En los  puntos álgidos se encuentra precisamente el meollo de mayor impacto, por las muertes ingentes seguras que se producen, pero también por la desestabilización del sistema sanitario (político, económico…, etc.), completamente comprometido si no se ofrecen respuestas satisfactorias. Controlado ese punto, la Nueva Normalidad se define como un nuevo capítulo de la pandémica, no como un simple epílogo terminal, ni un cambio  de chaqueta por el forro, porque tiene su propia identidad y características. Se trata de un largo recorrido plagado de espinas que, sin embargo, brotan escondidas entre la maleza y no se ven con facilidad; nuestros mandatarios (de todo tipo) saben muy bien del riesgo cierto de recurrencia del afectados, de la progresión de muertos (lógicamente en disminución…, pero existente) y de la incertidumbre que se prolonga hasta no se sabe dónde, porque el fin no está al alcance del hombre de calle; ni tal vez lo sepan las autoridades.

Obviamente, las estadísticas pandémicas (ya confirmadas…, sobre lo pasado) y proyecciones de futuro son de carácter científico, y no es algo que debamos tomar a la ligera. Los rebrotes tienen un horizonte incierto, con una sombra muy alargada hasta que las vacunas sean un hecho cierto, porque las distintas naciones, las farmacéuticas y sus adláteres tiene sus reglas, sus preferencias…, y sus intereses económicos, muy alejados del mundo pobre del sur al que también le ha llegado la triste herencia del gigante occidental del norte. En términos políticos más próximos, el nuevo escenario pandémico ha dejado la bola en el tejado a los voceros que antaño exigían competencias, y saben ahora de verdad la complejidad de un tema que en absoluto está concluso, que exige respuestas, y que tal vez no sean nada fáciles, porque la línea roja de rebrotes de la pandemia es muy fina y peligrosa.

De momento, en lo que a nosotros nos concierne, las respuestas de la Nueva Normalidad ha sido, como digo, bien dispar y contradictoria: hemos pasado de la ordenada disciplina de los primeros estadios a la desbandada; de las férreas imposiciones del confinamiento a la tibiedad de las prescripciones; de la férrea higiene al abandono, o del rígido protocolo de algunos a las conductas irrespetuosas de otros. Algunos colectivos han saltado a la palestra de la realidad con pruritos completos de inmunidad, como si no fuera con ellos la cosa. Ciertamente, sustentan su creencia (no completamente cierta) en falsas protecciones o falacias (asintomáticos…) que sin embargo causan sorpresas (contagios inesperados…, otro tipo de infecciones), o en todo caso comprometen la salud de otros grupos de riesgo. Las masivas respuestas de ciertos grupos de jóvenes, en conciertos sociales varios (botellones, discotecas…), han sido en pasadas semanas un magnífico semillero de prolongación del Coronavirus; así como las más silenciosas, pero no por ellos menos graves, reuniones abultadas de amigos y familiares que no comprenden muy bien el riesgo al que están sometidos y nos someten a todos; aún pueden verse en terrazas abultadas reuniones de personas, sin mascarilla, que sonríen bobaliconamente cuando pasan en silencio, a su lado, vecinos enmascarillados que sensatamente entienden los efectos de la pandemia. En otro orden de cosas, más allá de los aspectos sanitarios, la Normalidad Nueva despliega también –como ha ocurrido durante el confinamiento– infinidad de perspectivas económicas y sociales que también se alejan sobremanera de una simple vuelta al mundo de antes; no se trata simplemente de adaptaciones, sino de construcción de nuevas perspectivas estructurales que habrán de venir en varios años.