Resulta evidente que sobre el Covid-19, que aún tiene largo recorrido de rebrotes, se hacen y harán miles de estudios de toda naturaleza. Resulta completamente cierto que es un evento de alto voltaje que pasará a la Historia, y muchas generaciones lo tendrán en su imaginario vital; así ocurrió con la peste del s. XIV ó la gripe española de hace un siglo, de la que oí hablar a mis padres y abuelos con mucha familiaridad. Todo eso es cierto, y existen infinidad de enjundiosos debates planteados, no simplemente de naturaleza científica (bacteriológica o viral), sino desde los campos del pensamiento y filosofía, desde la simple reflexión social. Obviamente, el hecho de haber mantenido al mundo confinado durante tanto tiempo, de una manera inimaginable en el s. XXI, ha generado formas de vida,  actitudes y respuestas  muy diferentes a las habituales; nos ha hecho  apreciar perspectivas distintas que ignorábamos, soluciones a problemas, planteamientos sobre cuestiones sociales, tecnológicas y otras netamente humanas. Bastaría con recordar simplemente algunas de alto calado.

La primera de ellas, tantas veces recordada, la sorpresiva evidencia de la vulnerabilidad del hombre en momentos en que la supremacía del progreso, la ciencia y  tecnología parecen superponerse a cualquier reto de la naturaleza; y ha quedado en evidencia que es una falacia que hace unos años nos podía  tranquilizar, pero un simple virus (bueno…) nos ha recluido al mundo entero dejándonos con la mirada congelada. De otra parte tenemos la contrapartida, ya muy clarificada desde antaño, de la ley de la adaptación y supervivencia, que nadie hubiera creído: porque estar confinados tanto tiempo, todos, pareciera hace bien poco ciertamente increíble; otro tanto ocurre con  el sinfín de respuestas humanas que se han dado a niveles convivenciales, sociales (vínculos de vecindad, sentimientos de identidad, altruismo, reconocimientos profesionales…, etc.), profesionales (teletrabajo, abastecimiento garantizado), etc.. Existe, claro está, una inmensa panoplia de actitudes y valores positivos que han salido a flote y los teníamos olvidados. Desde dentro hemos visto mucho mejor lo de fuera, la naturaleza, las barbaries humanas y desmanes: recuérdese cómo veíamos la nacer primavera en soledad sin nuestra presencia (Ella no lo sabía…, decía un slogan que gano fortuna), toda pletórica, sin darnos cuenta que ella marcha sola; recuérdese cómo las viseras de contaminación urbana desaparecieron de las grandes ciudades; cómo los animales sueltos empezaron a ocupar espacios urbanos que les habían sido arrebatados. Parecía el mundo del revés; y tal vez era el mundo del derechas, que nosotros lo habíamos torcido.

Después de esta inmensidad de  cambios, digo, no son pocos los que se han planteado si esto servirá para algo, aprenderemos o caerá en el más triste de los olvidos. Voces muy contundentes se afanan en sentenciar con mucha firmeza que a partir de ahora seremos distintos: el hombre aprenderá; cambiarán muchas cosas; el confinamiento será un punto y aparte. Un servidor, con toda la precaución del mundo, tiene sus dudas. Es cierto que en estos momentos de lastre de las últimas etapas se afanan las autoridades en incidir mucho en cuestiones de prevención de tipo higiénico-sanitarias, mascarillas, espacios sociales, etc.; las actividades profesionales (comerciales, industriales…) toman sus medidas. Es la cara protectora de la Ley, que de forma solemne busca mantener el orden y justificar la solución, para atajar los rebrotes de un fenómeno que realmente se desconoce de forma cierta, y puede traer sorpresas. Sin embargo, más allá de los preceptos legales (que son lo que son, imposiciones), de las acuciantes medidas de moratoria devenidas del maléfico recuerdo del virus, la realidad que  se percibe a bote pronto es otra.

La mayoría social ha salido en desbandada después de un confinamiento largo, que en parte se entiende fácilmente, porque han sido muchas las privaciones; pero poco se comprende desde luego esa desmesura y abultada trasgresión chirriante que se hace en fiestas, botellones y terrazas sin mascarillas y proximidades sociales escandalosas; resulta evidente que nuestra memoria es muy débil y no recuerda que hemos  pasado días con miles de muertos, con miles de confinados, con virus que campean por aires y alcantarillas a la zaga. Se nos olvidan las cosas muy pronto. La falta de sentido común es tanta…, que convendría ver todos los días fotogramas de hace unos meses para reflexionar. Entiéndase, pues, que si en los umbrales (que son muy largos) de la salida del Covid-19 actuamos así, y olvidamos con tanta alegría, qué puede quedar de esto para los años venideros, a largo plazo. Poco.

El ser humano no aprende fácilmente, a pesar de ser tan inteligente. En unos años recordaremos levemente, con nostalgia tal vez, aquellas salidas al balcón para gratificar a los profesionales sanitarios; nos harán gracia algunos vocablos puestos de moda y olvidados (confinamiento, distancia social, disciplina social, desescalada, nueva normalidad, lávate las manos quédate en casa…); nos sorprenderán las actividades realizadas en estos tiempos muertos, los teletrabajos tan sui géneris realizados, etc. Habrá cambios en los nuevos tiempos al tenor del Covid-19, pero  lo fundamental creo que lo olvidaremos. El Hombre tiene una historia muy larga ya descrita.