Hoy se juega todo al rosa, a ese color que cada 19 de octubre llama a nuestras puertas para recordarnos la importancia de prevenir y concienciar ante un diagnóstico precoz del cáncer de mama. Un rosa que pone rostros a quienes padecen el tumor más frecuente en las mujeres: se estima que una de cada 8 mujeres lo padecerá. Solo el año pasado se diagnosticaron 33.000 casos en España, lo que supone, 90 cada día. Con voces que demandan que el cáncer de mama esté presente más allá de una fecha significativa y que quienes lo padecen no sean olvidadas ante las secuelas de la enfermedad, nuestra voz hoy es para Pilar Reyes, una pozoalbense a la que en junio de 2021 le detectaron un cáncer de mama en estadio IV. 

Nos recibe en su lugar de trabajo porque aunque su diagnóstico le posibilitaba la baja total, tenía claro que a punto de cumplir 47 años no quería renunciar a uno de los pilares de su vida, el ver cada mañana al alumnado que le «da un chute de energía». La palabra cáncer se había instalado en su vida mucho antes del diagnóstico que le llegó en junio de 2021 porque ha perdido a seres querido por una enfermedad que conoce bien. Meses después, el 2 de septiembre, empezó con la primera de las sesiones de quimioterapia para tratar un cáncer que «es bastante agresivo». 

«Se me detectó a través de una mastitis, dejé para lo último ir al ginecólogo porque estábamos finiquitando el trimestre. Cuando me vio el ginecólogo me mandó a la revisión de pecho y fue donde me lo vieron. Me derivan a oncología y la oncóloga me dice que tengo un cáncer de mama hormonal en estadio IV. A partir de ahí vivo un mes y medio que es caótico porque cada vez que iba me localizaban manchas en un sitio diferente, empezaron en el pecho, luego en la axila, en el hígado y, por último, para descartar me mandan una prueba específica de cáncer de hueso y me sale en el fémur», relata remontándose a esa complicada etapa. 

Un periodo convulso que vive casi en soledad porque solo una persona de su círculo más cercano sabe que tiene cáncer. «Me tuve que preparar para verbalizarlo, para ver cómo lo iba a gestionar y cómo se lo iba a decir a los demás«, apunta. Y justo ahí cuenta que aparece el momento más duro: «Contárselo a mi hija, a mi madre, a mi pareja, saber cómo lo van a vivir ellos. A mi hija se lo pinté tan bien que antes de que se me cayese el pelo me regaló dos gorras con su dinero». «Yo he estado fuerte porque la gente que estaba a mi alrededor y lo ha pasado venía a abrazarme, a decirme, aquí estoy. La gente del pueblo me ha impresionado muchísimo porque me veían con el turbante y me decían, qué tienes. Me decían por lo que habían pasado ellas, me daban ánimos y me abrazaban. Eso me ha servido», detalla. No todo es color de rosa, nunca mejor dicho, y hay momentos en los que «te desmoronas porque tengo una niñas de 3 años y otra de 10 y dices, ¡cómo lo van a vivir!». No hay una fórmula para enfrentarse a la enfermedad, pero Pilar Reyes tiene claro que su optimismo está siendo «clave» y por eso apenas se ha concedido «llorar dos veces bajo la ducha, una antes de la operación porque no sabía si dejarle escrito algo a mis niñas por si se complicaba». 

Operación

Durante el ciclo de quimioterapia intentó que la «normalidad» no se fuera de su hogar algo que le permitió «el estar en el grupo de las afortunadas que no he tenido que estar en cama, estuve solo una semana, mi cuerpo ha sabido responder. Todos los días me vestía, me maquillaba y traía mis niñas al colegio». Tras su octava sesión de quimioterapia, la más agresiva, que le provocó «quemaduras en la piel, tenía las uñas de los pies quemadas y no podía apoyar», tocó enfrentarse a la operación. «La operación fue muy bien, tengo mastectomía bilateral, se llevaron a analizar doce trozos y diez salieron que eran metastásicos. Tengo que seguir con el tratamiento porque se me ha alojado en la piel hasta el cuello. Como estaba recién operada, en vez de darme quimioterapia en vena, optan por nuevos tratamientos y ahora estoy con pastillas», cuenta. 

La mastectomía le hace enfrentarse a unos evidentes cambios físicos que ya había experimentado, en menor medida, tiempo atrás. Al contrario que otras pacientes, lo del pelo no le causó mayor problema porque «estoy acostumbrada a los cambios drásticos y es que me veía guapa calva«, pero sí lo pasó peor cuando las cejas se fueron despoblando porque «cambias». No elude que tras la operación «me quitaron las vendas, miré hacia abajo, respire y ya. Fue ese momento. Es cierto que a la hora de la intimidad con mi pareja sí que es algo que está en mi interior». 

Sigue mirando el lado positivo, a pesar de lo que narra, porque «nadie podía imaginar que iba a tener esos resultados cuando antes de la operación me salía todo limpio, pero no hay nada en hueso, ni en el hígado, está todo localizado». Es por ello que a cada revisión «voy mentalizada porque si estoy en proceso de superar uno, por qué no voy a poder superar otro. Lo llevo bien porque tengo muchas ganas de vivir». Ganas de vivir que le transmite un grupo de mujeres que como ella vive el cáncer de mama de cerca, que «me cogieron de la mano y me han ayudado». Se refiere al grupo de apoyo del Área Sanitaria Norte, aunque el referente lo tiene en casa, «mi prima Elia, porque pasó por lo mismo que yo hace muchos años». Nombra a gente y no se olvida de los profesionales que están haciendo el camino más fácil, a los que puede llamar cuando no toca consulta, pero aparecen las dudas o algún síntoma diferente. Con todos recorre un camino que empezó en solitario y por el que ahora camina en cobijo.