Por Juan Andrés Molinero Merchán

 

Con aires de normalidad completa la capital económica de Los Pedroches reaviva su feria y fiestas de Ntra. Sra. de las Mercedes. El evento representa el fin del verano y la entrada en el pórtico del otoño, pavoneándose con galas primorosas en las postrimerías de septiembre (entre los días 23 y 26). No es una feria cualquiera, sino la mayor referencia del norte de la provincia. Con la potencia de una urbe que es santo y seña de avance y progreso, desarrollo terciario y actividad fabril destacada con el estandarte de la COVAP. Tal vez un tanto olvidada, se me ocurre a veces, en el panorama provincial donde la capital y gerifaltes de la campiña (Lucena, Montilla, Priego…) señorean sus cresta con pruritos de distingo.

Pozoblanco tiene poco que envidiar, porque a sus referencias económicas y urbanas contemporáneas destacadas se une el concurso comarcal de los envidiables pueblos que la arropan (Pedroche, Dos Torres, Villanueva de Córdoba…); destacando, además, el ímpetu emprendedor y la naturaleza firme de avanzar hacia delante con paso raudo. Pozoblanco no necesita –que resulta extraño para cualquier foráneo de lejos (porque la conocen de aquella tragedia)– de Rivera Paquirri, que cualquiera utilizaría a espuertas para empingorotar su nombre como seña de reconocimiento. La feria pozoalbense contemporánea, nacida con los brotes liberales progresistas (1842), tiene más de cien años de reconocimiento entre los feriantes de pro, porque fue siempre un mercado ganadero relevante en el rodeo de Los Llanos, donde se alza hoy orgulloso el magnífico recinto. Qué lejos queda ya esa estampa de caballerías (mular y caballar, cerda y vacuno…), trajinantes y mercaderes, con las recuas infinitas de los gitanos de antaño que aún guarda nuestra retina al arrimo del pilar de Los Llanos.

De aquel dispendio de ganados, de mercadeo tan vistoso y expresivo de la tierra, prevalece simplemente el vestigio del paseo caballar y carruajes engalanados que hacen guiños a la tradición con el exorno de caballerías y carruajes luciendo por el Recinto Ferial y la población. Hoy día la feria camina por las sendas de la modernidad (caseteo, luces, calles del infierno de máquinas…) con una concurrencia grandísima con decenas de miles de personas que viven y disfrutan un evento que es, en definitiva, el mayor referente de la tradición, del encuentro y reencuentro de vecinos y forasteros emigrados (que también sufrió la ciudad en las pasadas décadas); así como el respiro anual de una vecindad que cierra con ella el periodo vacacional. Pozoblanco se encumbra en fiestas –como no puede ser de otra manera– con espectáculos taurinos que sientansiempre un hito en Córdoba y Andalucía: porque su nombre solo basta para recordar desde siempre la presencia de lo más granado del panorama nacional, con los espadas de cada momento (Manolete, Marcial Lalanda, Corchaito, Machaquito, Espartaco, Ponce…), deslumbrando en el presente los capeas de más brío en los días 24 y 25 (Ferrera, Lamelas, Escribano; Hermoso de Mendoza, Leonardo, Lea Vicens). Al reclamo anual taurino acuden sin demora los mayores aficionados de los contornos  y lugares más alejados (Castilla La Mancha, Badajoz, Andalucía entera…), porque el Coso de Los Llanossienta siempre cátedra.

La tradición vibra en la población con ese ambiente festero de alegría y desparpajo que rige en toda España, con ambiente de calle y aparcerías interminables (que solamente aquí entenderás que son) que proyectan el vivir intenso de una ciudad que celebra sus fiestas a lo grande. Cuando los fuegos artificiales enciendan hoy con el aparato descomunal de luces y colores, Pozoblanco y Córdoba entera sabe, y debe sabe, que un año más rige la tradición festera más grande de Los Pedroches. Que la normalidad privada en los años anteriores del Coronavirus gana la partida (D. M.) y la vida sigue por sus fueros. Córdoba y Andalucía deben descubrir con más ahínco el sentir grande de una tierra (del norte de la comunidad autónoma) que tiene una fuerte historia –en absoluto desligada del sur, sino en plena sintonía–,  un colectivo humano espectacular que lucha como nadie, a pesar de las precariedades existentes de la tierra (menos fructífera que el sur), y una vitalidad extraordinaria. Todo ello lo sintetiza Pozoblanco, que enamora. Mucho más en fiestas, que ahora abren el telón.