Leemos poco en general. Leemos poca poesía, sobre todo. Y sobre todo leemos poco sobre aquello que nos va pasar. Y, sobre todo, sobre todo, leemos poco sobre lo que nos ha pasado: sin duda de lo que pasó en este país en torno a los 90′.  Soy un pesado con esto, pero ya termino. Me gustan las trilogías. Y en este país hay muchas. La más importante y la que más nos toca: de la Transición al Coronavirus pasando por la Gran Recesión. Son un cubata sin hielo y a medias; y a ver quién se bebe eso. Un epílogo extraordinariamente triste. Tener hijos a los 40.

Sin embargo, los que salimos vivos de todo aquello – digo los que salimos porque no todo el mundo salió – hemos sabido prosperar extrañamente entre trabajos cutres y amores que nos salvaban la vida a ratos o quizás todo el rato. Aunque tengamos la tarjeta de crédito fundida – poco se habla de esto – hemos desarrollado una capacidad de resistir extraordinaria y espectacular. Y lo sabes: si aún no tienes la plaza en el cole o en el instituto, pero ya casi, y sigues mudándote cada curso dos o tres veces o si a tu quiosco le estás empezando a ver color y ya has terminado de pagar la furgoneta con la que empezaste a repartir los paquetes del Amazon de los cojones, pensando que Internet nos salvaría: no nos ha salvado, pero ayuda. Igual que ayuda el turismo desaforado que revienta ciudades y monumentos: da de comer y mata.

Ya dije en este periódico que los millennial nos quedamos en stand by, en estado de espera – que decía el Robe cuando Extremoduro era Extremoduro – y que vivíamos en una eterna adolescencia en la que esperábamos lo que ya tenía que haber pasado diez años antes: trabajo, casa, coche, hijos; y contentarte con ver en la Netflix lo bien que se lo pasan algunos y es una mentira aspiracional: como la clase media. Pues ya ha llegado, querida, a los 40 y con los niños a medio criar, el que los tenga, o peor: recién nacidos. Llegaremos a las comuniones de nuestros críos midiéndonos el colesterol. Ya nos medimos el colesterol. Mientras, pensamos en tatuarnos el infinito del demonio que no pudiste hacerte a los 20: o poco más o menos.

Sin embargo, pagaste el coche con todo tu coño y a duras penas. Y te casaste hace 5 años y aguantas el tirón del alquiler o de la hipoteca y ya te llega para los espetos en Málaga: no hay orgullo más grande que pagar esos espetos a 8 euros. Son tuyos. Disfrútalos.

Creo en ti

Todo lo que pasó, pasó. Y lo vivimos y lo malvivimos. Y ahora disfrutamos de un estertor que nos tuvo que tocar a los 30 y no fue así: pero es así a los 40. Estamos estupendos, Noelia. Este verano nos empuja como nos han empujado todos los veranos hasta hoy. Siempre hemos tenido el detalle de disfrutar y disfrutarnos. No quedaba otra. Hacerse mayor no era una opción. Y por eso creo en ti. Y por esto debes creer en ti: acuérdate de 2010. Puta década. Putos Indies. Lo has conseguido.

Amamos demasiado rápido en aquel momento. Sin duda. Y nos duró muchísimo porque no teníamos otra cosa. Esto último me lo dijo una mujer que me amaba y me abandonó. Ser insufrible es lo que tiene. Y es normal y no está mal. Resistir y aguantar. Y aguantamos y resistimos. Somos la generación de ponernos guapos para ir al súper y luego nada. Follar de lejos. Ligar a ratos o ligar una vez y aquí me quedo: que para el caso es lo mismo. Pasar del tabaco al vaper. Quitarte gente de en medio. Pena y victoria a la vez. Que no se te olvide nunca jamás que la vida es todo a la vez.

Y con todo lo has conseguido: eres todopoderoso. Por eso creo en ti. Por lo guapa que estás, por asumir tus 40 con ese decoro, que no es elegancia: es otra cosa mayor; porque sigues haciendo tus desmarques con las faldas o lo vaqueros que te ponías a los 20, aunque luego te duela la cabeza tres días – y no hay ibuprofeno que cure eso –. Y aún no nos hemos ido de aquella feria. Qué suerte tenemos. Que tu mujer o tu marido no se enteren. No echamos de menos nada. Lo hicimos todo: porque todo estaba dentro de aquel beso. Y todo estaba dentro. Piensa en ese nombre.

Termino

Poner punto y final a esto es extraordinariamente complicado. Enamorarse es más fácil. Os quiero recoger a todos y todas y no puedo. O sí que puedo. Fuimos creadores en un estar miserable y sacamos plaza. Mira para atrás con el orgullo necesario y no tengas reparo. Recuérdalo: no lo pudiste hacer mejor. Y pienso en ti cuando escribo esto y te lo debo. Nadie, nunca, jamás lo peleó como tú y sábelo: tus padres están orgullosos. Después de eso no hay nada más; o poco más. Piensa que los abuelos te miran asintiendo desde arriba. Es lo que te enseñaron.

Mi madre y mi padre, últimamente, me miran con un orgullo extraño y raro. Gracias. Seguramente los vuestros también, aunque no sea últimamente. David me dijo ayer que le era imposible venir a la fiesta que vamos a celebrar los que en 1984 cumplimos 40. Lo voy a echar de menos: perder un parrillero de esa categoría no fácil; y, sin embargo, va a estar allí todo el rato. Él lo sabe y yo también. Pero es que vamos a estar muchos y muchas de muchas pandillas de aquella vida del recreativo en la Plaza de Santa Ana. Y todos los que leáis esto habéis tenido una Plaza de Santa Ana. Y otro día contaré lo que fue aquello.

Y termino. Gracias a todos y todas lo que leéis Recto y Verso; y gracias a las mías y los míos por soportar esta literatura que os hago llegar. Mañana volveremos al verano, al calendario, al amor y los finales; que es de lo que habría que hablar siempre; pero esto os lo regalo con todo el cariño que os tengo.

Gracias por estar y por leer.

Fin.