Han pasado 40 años. En aquella vida, la vida o el mundo en el que nacíamos los y las que nacimos en aquel año, aún se llamaba a las casas para preguntar si estaba. Había que ser valiente para eso. Fuimos los últimos en vivir la EGB aunque no hiciéramos 8º: tengo esa espina clavada. La generación del cambio; y lo vivimos, vaya si lo vivimos. Viajábamos hacia las estrellas en un país donde todo era esperanza. Un país donde todos íbamos a ser ministros, aunque luego todo se cayera; pero resistimos.

Mi generación, como digo, nació llamando a los teléfonos fijos y fue la primera que tras su paso por la adolescencia vio nacer internet y los teléfonos inteligentes, inteligentes me cago en mi vida. Vimos llegar los microondas a las casas y Noche de Fiesta con José Luis Moreno y Sorpresa Sorpresa. Y los Reyes Magos traían Motorettas, Mecanos, Nancys y el Electronic-nova. Acuérdate del Scattergories: seguimos (y seguimos) aceptando pulpo como animal de compañía. No hay verdad más grande.

Disfrutamos, muchos, de abuelos jóvenes y de padres aún más jóvenes. Y, joder, las ferias eran otro planeta porque las nuestras fueron las de finales de los 90 donde España ya era otra cosa. Todo lo cambió la EXPO del 92 en Sevilla. Y vimos a Ana Obregón salir en el Equipo A. Y vimos Humor Amarillo en todo lo suyo: bendito sea el Chino Cudeiro. Vimos la mejor tele del mundo aunque no fuera cierto porque la nostalgia nos contamina demasiado; pero era la hostia. Con Mucha Marcha, Leticia.

Mucha calle, mucha bici y mucho saltar rejas de colegios para jugar al futbol, a las bolas y al trompo. Y mucha tierra y mucho barro y las J`hayber y las Paredes. Y las faldas de tablas y la Lángara. Jugar a Bote y a Cuerpos Inmóviles y Mudos. Seguro que todo era más salvaje de lo que lo recuerdas. Los maestros fumaban en el colegio y los médicos en el Ambulatorio; qué palabra más antigua. Cómo nosotros y las cintas de cassette D60 y D90 que yo le compraba al Niño de la Rosa. Y los video clubs.

Vivimos el éxito de la Raja de tu falda de Estopa y el espectáculo de la música Dance en nuestras primeras aventuras en las discotecas. Las discotecas. Viva, ¡Flying free!, Pontaeri y Bola de Dragón. Incluso rompimos tabúes con Sailor Moon aunque no lo supiéramos pero luego los rompimos todos. Y vivimos el cambio del milenio con la suficiente inocencia de no saber a qué nos enfrentábamos. Echo de menos las pesetas y la ropa bakala de los 2000.

Si naciste en torno a 1984 has vivido los mejores veranos que se pueden haber vivido. Y, sí, me pongo chulo con esto y te reto a que me digas que es mentira. Una vida sin Instagram pero donde un SMS enviado desde un Alcatel One touch easy a quien te gustaba valía 25 pesetas y una incertidumbre que no has vuelto a tener en tu puta vida. Y los coches molaban más: esto no es una opinión. Motos trucadas y caminos de tierra por la noche en el mejor verano de tu vida.

Todo esto que cuento lo cuento porque esta semana una de mis personas favoritas del mundo, que es David Cabanillas Palacios, cumple 40 años y es el que para mí anuncia que hay que arrancar un nuevo taco de almanaque que le ganamos a la vida. Y este verano vamos a hacer una fiesta: la fiesta de los hijos e hijas de 1984; la fiesta de los que en 2024 cumplimos 40.

Es que nos veo y damos envidia. Noelia me dijo esta Navidad cuando me la encontré en la Plaza: “los de esta generación cada día estamos más guapos” y lo siento: lleva razón. Casadas, solteros, divorciadas, padres y madres; gente con vida larga, vivida y peleada, muy peleada. Esto no es ni nada más ni nada menos que un homenaje a los míos y a las mías, a mi generación; a una generación bonita: a la generación de 1984.

Hay verdad en esto: lo importante de los 40 no es haber llegado sino haberlos vivido y haberlos vivido juntos.

Dedicado a toda esa generación de hinojoseños e hinojoseñas, la de 1984, que bailamos y besamos en el Q. el Palo-Palo, el Edén y la Límite.