Estar a favor de la felicidad es el privilegio de verlo todo desde arriba: au-dessus de la méele, es decir, por encima de la contienda, esto es: dejar el barro y ver de verdad lo que está pasando: saber lo que pasa, no porque sepas lo que pasa, sino porque ya has pasado por ahí. El autobús que es la vida y que pasa todos los días con la misma gente y con gente distinta: vivir al fin. 

La felicidad es el instante donde ocurre todo: entender las canciones, aunque estén en francés o en italiano o en castellano. Hace meses que pensaba en todo esto. El verano escribiendo y leyendo en un balcón delante del Mediterráneo por unos días y escuchando a Peppino Gagliardi cantando Che vuole questa música strasera, mientras el vino blanco se enfría en la nevera y alguien tiene el detalle de preparar el sofrito de un arroz con calamares y rape, cuando el sol y la humedad te hacen sudar, es la felicidad. Y decidir que ese sábado no limpias el coche. Y limpiar el coche, aunque sepas que va a llover y que no pase nada cuando pisas la alfombrilla con los zapatos mojados sabiendo que se ha quedado perfecto y sabiendo que no pasa nada: la felicidad es que no pase nada y saber que hay que asentir.

En esto de la felicidad hay una parte de suerte, a veces de práctica; pero sigue siendo suerte: darle la vuelta a una tortilla de patatas y que no se caiga; no me jodas que no hay un instante ahí en el que todos los putos planetas se alinean para que ese vuelco de la sartén salga perfecto porque parece que te juegas la vida; y eso es ser feliz: la coincidencia del saber y de la suerte; y pasa poco: y es la hostia cuando pasa, aunque tengas claro que va a pasar: sobre todo si tienes claro que tiene que pasar.

La felicidad son las sábanas blancas tendidas al sol en el patio de la abuela mientras tomas café observando la luz del sol que las atraviesa y todo se vuelve blanco y puro por un momento. La primavera. Y la sonrisa de quien amas cuando no sabe que lo observas o quizás sonreír tú cuando observas a quien amas o mejor, cuando lo piensas y solo o solamente está en tu cabeza. Filosofía de andar por casa. Regalar cuando no se lo esperan y que alucine. Y el respeto de los que admiras, Juan: no hay más.

Las cervezas de los viernes cuando terminas de trabajar y el domingo por la tarde en el brasero de tu casa con todos recogidos son la felicidad. Y que pongan en La 1 una peli que te gusta y que has visto mil veces y ver una película que nunca has visto y que te guste. Y darte cuenta de que los problemas que no se pueden solucionar no son un problema. Y esto no sé si es felicidad o arte; si no es felicidad se le parece mucho mucho.

Me gusta demasiado decir lo que voy a decir ahora (me gusta muchísimo): ya lo dije en este periódico: mi abuelo Pedro me dijo, mientras estaba en la cama de un hospital y yo leía un periódico del día anterior: “Miguel Ángel, la felicidad se compone no se descompone”. Y es que hay que grabárselo a fuego: la felicidad es construir todo el rato, todo el tiempo y con todo el mundo; esto es: la felicidad es un camino y no un fin. Entiéndelo porque ese andar no acaba nunca. También lo es encontrar, de vez en cuando, un sitio donde sentarte a descansar y ver la vida pasar con la serenidad suficiente para que no te turbe lo que ves porque es una puta mierda.

Echo de menos a mucha gente que me hace feliz. Adrián me dijo el otro día mientras lo abrazaba que el que algo quiere algo le cuesta. Y entonces lo entendí todo. Lleva razón y es por eso por lo que hay que explicar las cosas. Me encantan las metáforas porque son mucho mejores para explicar lo que pasa que lo que pasa en realidad: el matiz. Basta con un abrazo y ese abrazo es estar a favor de la felicidad porque es la felicidad. Un regalo de cumpleaños que no te esperas tres meses después.

Hoy iba a hablar de todo lo que está mal. Iba a hablar y a escribir del mundo que nos rodea y que nos deja respirar de milagro, pero es que realidad, y espero que te inspire, no puedo hacer otra cosa, al menos hoy, que hablar y estar; a favor de la felicidad.

A toda la gente que lo está pasando mal, porque se puede, siempre se puede.