El pequeño y extraño orgullo de llevar las pulseras de los festivales en octubre y sentarte al fresco con la abuela. Nos debatimos entre una vida extraordinariamente moderna y un recuerdo del lugar del que venimos que al final es lo que nos hace más felices. Nostalgia bien llevada. Ya lo dije aquí: recordarte feliz en casa. También ver tostarse la piel de la persona que te ama en una playa atestada creyendo que sois lo únicos que estáis allí y tener la decencia de no publicarlo en Instagram y quedártelo en la retina. Y la textura del aftersun en la yema de tus dedos.

Pasar calor y aburrirte en casa. Lugares comunes del verano, al fin, como la cerveza fría y las terrazas de los bares los martes a la una de mañana con gente que acabas de volver conocer después de tres años de su ausencia. Madrid y Barcelona son lo contrario al verano. Al verano con mayúsculas. El verano es volver. Volver al pueblo y ver como todo lo que recordabas no está, pero, pasa por delante de ti mostrando en lo que se han convertido los espacios y las personas que allí vivías con dieciseis años. La realidad aumentada de tu adolescencia. Llegar a los treinta y todos con dignidad: los cuarenta son el verano de la vida y aún queda para el otoño. Muerte a octubre.

Vamos a hablar de lo importante. A cierta edad, es decir, en el verano de la vida que decía antes cuando llenas la nevera para ir a la playa o a la piscina ya no hay litros de cerveza de la marca del súper. A cierta edad, compras latas de Mahou o Estrella o botellines de cristal de Heineken si quieres quedar bien con quien has quedado. Dime que no. Si dices que no y estás leyendo esto es que tienes veintitantos años y eres insultantemente joven y te tiene que dar igual la marca de la cerveza. Y yo me alegro. Y me da envidia. Disfruta cada cigarro mientras amanece de camino a casa. Y aprende a besar bien. No hace falta más.

Los churros con chocolate en la feria y la tómbola. Un WhatsApp a las tres de la mañana de quién tú sabes, pero ya no esperabas: no seas imbécil y contesta sobre la marcha. El verano también es ser honesto. Sobre todo, con uno mismo o con una misma. No digas nunca una y nos vamos; en verano no. No digas de éste o de ésta paso. Nunca es una. Nunca pasas. El verano es acostarte a las dos y madrugar. Y este año las elecciones: ve a votar hazme el favor. Y espera al invierno para ese tatuaje.

En verano todo puede acabar ardiendo incluso cuando pisas el suelo frío de tu casa mientras no te atreves a abrir la ventana a las 4 de la tarde. Y arde en tu interior la extraña sensación de que te estás perdiendo algo. Tranquila. Forma parte de esta maravillosa estación en la que todo es posible hasta que llega septiembre. Hace años dije en este mismo periódico que “Lo peor del verano, de hecho, no es lo peor, sino lo único malo es que se acaba”; pero es que ayer fue San Juan y acaba de empezar. Acaba de empezar.