Para dejarlo claro desde el principio: soy un católico descreído que perdió la fe dos veces y a la segunda fue la vencida. Y lo digo más claro: vivir sin fe es horroroso; sobre todo cuando la has tenido y sobre todo cuando te gustaría tenerla. Es decir: que lo que tengo es envidia y por eso y por todo esto voy a intentar explicarme, aunque quizás sea una aventura imposible, pero como hoy es Domingo de Ramos y el que no estrena no tiene manos me la voy a jugar.

Cuando era niño a principios de los 90 y veía aquellas procesiones tan alejadas de la pompa y el color y la musicalidad actual le dije a mi madre que yo quería formar parte de eso. Y veinticinco años fue así: sé de lo que hablo. No sé porqué, o si lo sé me lo callo porque no sabría explicarlo bien o quizás sí que lo sé: quizás fuera el deseo de formar parte de algo más grande que tú mismo; y claro está quizás fuera por encajar y claro luego descubres la paz y la emoción que te hace sentir todo el ritual semanasantista que acaba en el justo instante que te embozas con el capirote o el costal o te aprietas el cíngulo el día de la procesión vestido de nazareno. El Nazareno. Y también el postureo en la puerta de la iglesia. Es así y no está mal.

No he vuelto a tener esa sensación en mi vida. Desde la noche anterior al nervio justo cuando te levantas y te preparas y te vistes y a ver dónde coño están los guantes y caminas con la túnica remangada para tu parroquia y entras y ves el paso montado y es entonces cuando el mundo encaja por un instante y es lo más perecido a la Verdad y la paz. Los cofrades que lean esto me entienden de sobra y por eso les tengo envidia.

Luego vinieron las dudas, los demonios y el asco que me daba el fariseísmo y los fariseos, que haberlos hailos y muchos y muchas; aunque lo que más hay en el semanasantismo que yo conocí es gente currante que se quita de lo suyo para que todo salga bien. Y supongo que seguirá igual porque la evolución y la trayectoria que han experimentado las semanas santas de nuestros pueblos es espectacular y que a diferencia de otros católicos más rancios que cierran las puertas de las iglesias para ser élite, estos visten el santo de colores con flores para acercarlo al pueblo. Siempre lo digo, si no fuera por la Semana Santa la empresa que fundó Pedro hace 2000 años se habría quedado sin clientes hace mucho.

Me costó mucho entender que la Semana Santa es mucho más que religión, pero es que es mucho más que religión: es una expresión de lo popular canalizada a través de la tradición y el arraigo. Y hay una parte de arrancarse a la oscuridad ahí. Hay advocaciones de la Virgen con miles de cofrades detrás que sostienen más fe que el propio Dios. Y no es Yavhé, ni el que sale en la Torá ni en el Nuevo Testamento: es el Señor.

También hay mucha heterodoxia en el semanasantísmo: fachas ateos, rojos capillitas, beatos maricones, costaleros piratas y mucha mantilla de falda corta y mucho carnavalero juancarlista en las bandas tocando Reo de muerte: y todo está lejos de la pasión de rey de los judíos y los sagrarios de hoy son los que ponen Larios en copa de balón al paso del Señor y de su Madre; pero es una pasión, que levanta pasiones y fevor popular, distinta y que hace real lo que va a pasar a partir de hoy.

Todo esto que digo lo digo porque lo vi y lo aprendí y por eso me lo permito y lo digo con el respeto de un ateo que fue cofrade y que durante muchos años tuvo que escapar de ver pasar su paso por la puerta de su casa. Y no es fácil y por eso lo respeto tanto. Quede, y no me corto y lo digo claro, que el que suscribe toda esta parrafada y no cree en Dios, se sigue emocionando al cuando sale por la puerta, después de los mazazos, el Nazareno de la Caridad, en la parroquia de San Isidro Labrador en Hinojosa del Duque, cada Viernes Santo. Y no es fe: es esa heterodoxia extraña, rara y emocionante que tenemos los que queremos tener fe y no podemos. Los que somos ateos y cofrades.