Resucitar es de las cosas que descubres tarde. Igual que descubres tarde cómo se vive o igual que descubres que un día te vas a morir; igual que descubres que puedes resucitar y que la resurrección existe y que lo puedes hacer y que lo puedes hacer tu solo o tu sola. Resucitar es ver el vaso medio lleno cuando todo apunta al hecho de que nada tiene solución: el pegamento.

Resucitar es ver como todo a tu alrededor crece y se reproduce, pero no muere, se expande como la luz a trescientos mil kilómetros por segundo, como María Muñoz que se ríe y lo cambia todo y tiene 7 años y es la luz al final del túnel y aún no lo sabe: la inocencia. Eso es resucitar: la sonrisa de una niña rubia de 7 años y los demás al verlo. Aprobar. Mi abuelo Pedro me dijo un día mientras estaba en la cama de un hospital que “la felicidad se compone no se descompone”. Recuerdo que estábamos sólos y recuerdo que levanté la cabeza de un periódico del día anterior y pensé que todo se resume en eso pero que has de dar con la persona adecuada. Saberte culpable y hablarte bien. Respirar.

Resucitar es arreglar la moto que tenías con 15 años y que al arrancarla huelas tu adolescencia. Estopa quemada llena de polvo respirando el amor de la feria de tu primer beso: Wonderwall de Oasis y que te empujen para besarte cuando no te hubieras atrevido en la vida. Los besos mal dados que te enseñan a besar y luego besar bien el resto de tu vida. Recuerdo el día en que una mujer me dijo que yo era su amor platónico: eso no se dice. Me escondí y resucité al tercer día, si te ha pasado te lo imaginas si no, es imposible. Igual de imposible que una confesión así pase sin pena ni gloria por tu cabeza: componer la felicidad.

Y todas las preguntas que vienen después. Y el miedo: el otro motor del mundo. Al final todo es Dios. Al final todo arde. Entre jugártela o no: juégatela

Resucitar es verte bien cuando todo ha estado mal. Mi amiga Mari Carmen Tabas me pregunto el Jueves Santo que qué tal todo y yo le dije que todo correcto porque todo estaba bien o mejor que bien: perfecto. No hizo falta más porque los dos besos que atisban que todo está bien nos los dimos casi una hora antes de la pregunta y ella lo sabía y yo también lo sabía y se alegró sin preguntar. Resucitar es que se te vea en la cara la felicidad. Y no hace falta ser católico ni estarlo.

Resucitar es levantarte por la mañana después de una noche de juerga y llamarla y decir que vamos hasta el final, el motor del mundo: el amor. Las tostadas con mantequilla y jamón de york por la mañana encima de una tostada quemada. Quemada porque te despistas porque estás en otra cosa aunque quieras estar en ella. Lo siento. No lo siento: resucitar es raspar lo negro de la tostada para que no te enteres de que se te ha quemado. Las rubias de pelo largo, como María Muñoz y Cádiz sin Carnaval. Tú. Una Semana Santa a ratos. Dos copas y para casa. Una foto que nunca vas publicar.

Resucitar es que la cosa te entre derecha cuando ya no te lo esperabas. Sabes lo que digo. Ser poético sin darte cuenta, Adrián y Juan 11:25-26. Y todas las preguntas que vienen después. Y el miedo: el otro motor del mundo. Al final todo es Dios. Al final todo arde. Entre jugártela o no: juégatela. Y quizás no hay más. Y llevo demasiado tiempo sin verte. Y al fin todo esto es lo que es, amor y gracias a ti: resucitar.