Los finales no le gustan a nadie o a casi nadie. Y este mes es un epílogo veraniego que sólo quieren los que creen estar en la bohemia y los disipados. Ser bohemio y crápula es una ciencia. Max Estrella. Septiembre es la mesa vacía con las migas del mantel sin recoger. La casa sin barrer justo antes de remangarse. El despertador sonando. La letra del día 1. La vida gastada.

Las certezas que se tienen al principio del verano se rompen este mes. Se empotran contra el café de las 6 de la mañana el primer lunes que vuelves a donde tengas que volver. Y se quiebran. Son como esa sudadera que llevas dos meses queriéndote poner: un deseo que no se acaba de cumplir. Comprar rebajado un chaquetón en julio, como los catetos, para luego ponerte el que te compras de temporada a finales de octubre. El tiempo de los tontos que dice mi padre. La mala vida pero rota: las buenas intenciones. Sacarina.

El otro día volví a escuchar un disco que hace mucho tiempo que no escuchaba. Iros todos a tomar por culo de Extremoduro. Lo canté con Donald a las 3 de la mañana en el patio de mi casa mientras celebrábamos mi cumpleaños. Estaba Javier que no se sabía las letras, pero las descubría: qué envidia. Robe, que es un sinvergüenza venido a menos, se rompía la voz diciendo en uno de los temas: “Se apagó el fogón, no funciona nada…”  y justo ahí pensé en todo esto y pensé en el perdón que todos buscamos justo después de decir lo que no toca. La redención.

Septiembre, Julia, es España pasando las estrecheces de los excesos de agosto – nos gusta –. Es ponerte una camisa sin planchar debajo de un jersey, 10 euros de gasoil para llegar a casa.  “La sabiduría que nos da el fracaso…” que seguía cantando el Robe. Apañarse.

La gente de la noche dice que septiembre es flojo, pero en realidad es pijo: que se cree que se lo puede permitir, pero no. No eres verano, cariño. Es como la gente que no vive; graba. La pena más absoluta. Un cubata sin hielo que no te terminas de beber en la vida. Eso es. Que me despierten cuando acabe como cantaba Green day en Wake Me Up When September Ends. Si sabes qué canción es tú también estás mayor y si recuerdas el videoclip (qué antiguo suena esto) el beso en la mejilla de aquellos dos adolescentes despidiéndose es un juramento de amor eterno que se va para siempre. Septiembre es entonces la calma antes de la tormenta: irse a la guerra. El enero de los enamorados.

En la vida siempre hay certezas. Lo he dicho más arriba. Septiembre no tiene ni una. Ni una sola. Es un mal amante y no en el mal sentido. Tu ex. El de todos: ese. Creep de Radiohead. Hacerse el interesante al cerrar la puerta de la entrada y decir lo que tenías que decir porque llevas toda la cena haciendo el imbécil. Septiembre es el portero que te deja entrar pero que te vacila aun cuando el garito está vacío. Permitir.

Es como hablar de las buenas intenciones desde el sofá. Vestirte de guapo para ir al super e inmediatamente volver a casa porque no hay sitio donde ir. Oler tu propio perfume. Frenar. Las luces apagadas de la feria. Un impostor. 

Así visto septiembre parece un epílogo: un final en toda regla. Una despedida. Pero no. Es un prólogo. Una agenda por escribir. La vida al raso. Piensa en todo, respira, recuerda y comienza. Un año por delante.