Levantarte a primera hora acostándote tarde. El viento que entra por la ventana y fumar en una casa donde nunca se ha fumado. El olor a café. Un Bacardí con Coca Cola. Amar y que te rompan el corazón. El desengaño. Quedarte a un centímetro. Aburrirte en verano y las terrazas de los bares. La pena. La siesta. Sentarte con la abuela en el brasero a callar. Dejarte la puerta del frigorífico abierta. Y la cobardía. Hacer de sábado un martes y hacer la cama antes de acostarte. Y darle voz a la música. Viajar en tren. El pueblo y Barcelona. Un poema de Machado y España. La Jurado.

Hay matices que no se entienden pero que son verdad: ser valiente y ofenderse a la vez. El Guernica y el cuadro de las lanzas. Que el cartero llame a tu puerta y abrir a la primera. Todo se resume en eso: miles de instantes de una felicidad que sin ser impostada lo parece porque Instagram nos ha comido la cabeza. Amar el daño que te hacen en el amor, amor. Y hacerle daño. Y la culpa. Y el perdón. Un matrimonio que se ama 100 años en 10 minutos después de cenar y se rompe. Un selfie donde sales mal.

Los domingos en pijama y los domingos en la Plaza o todo al mismo tiempo. Hacer deporte para sentirte bien o sentirte bien para hacer deporte. Un cocido de tu madre. A veces todo es esto: la comida de madre y tu padre diciendo: sube la tele que no me entero. Nadie se entera. La vida es todo esto mientras escapas bajo la manta del sofá viendo Netflix. Mientras te duchas con música pensando en qué te vas a poner y para quién. Y quizás no es para tu mujer. La felicidad y el horror a la par. Ser católica. Estar católico o no. Tus labios rojos y tu mirada en ellos, quizás más tu mirada en ellos. Ser leal. Y el desengaño. 

Morirte los lunes y resucitar el viernes. Trabajar donde te gusta o sólo trabajar o dejar el trabajo que no gusta para poder respirar. Respirar al fin. Como amar. Como pensar en tintarte las canas y al final no hacerlo. El perro ladrando cuando llegas a casa. La cajera del súper preguntando: «¿cómo estás, reina?». Y responder bien aunque estés mal. Tu carnicero vendiéndote el pollo que queda feo un lunes y comprarlo. La foto de la comunión en casa de tu madre. Y reír. Y llorar. Y estar furioso.

La vida es todo esto. Putear al panadero. Un viaje en coche con la ventanilla bajada y los pies en el salpicadero mientras miras a ese que conduce. Y la seguridad de volar. Llegar a comer y que esté cerrada la cocina. La cerveza caliente que se te atraviesa en verano. El agua fría del pozo. La vida son retales, en fin, cosidos en una manta que te arropa y que a veces no calienta; pero abriga y te hace mirar a tu alrededor. La familia. Los amigos. Limpiar el coche los sábados. Y llorar. Tus cremas en el cuarto de baño. Las sábanas de coralina y el ventilador en el suelo de la habitación cuando no te acuestas solamente ni solo. Y que te traicionen cuando nadie te ve.

El rock and roll y el flamenco. Vacilar y que te corten la cara. Que recen por ti y rezar por otros. Votar y perder. Peder y asumirlo o rabiar y volver a pelear. La trinchera infinita. El desdén ante los imbéciles, la vehemencia ante los malvados. Tú y tus besos robados. Las miradas descaradas y los hielos desechos de un gin tonic en julio. Los viernes. El Carnaval. Follar. La amargura y no saber qué decir, y saber cuando hablar y cuando no para no parecer estúpido.Y también saber de lo tuyo. Ser profesional. Al final, vivir es eso y no es fácil; pero nadie dijo que fuera fácil. Es como sobrevivir a una cena de Nochebuena. Una victoria política. Ese beso en la mejilla. Macarrones con tomate. Un teatro donde todo cabe. 

Esto es vivir, quien lo probó lo sabe.