Los países intentan hacer frente a la pandemia del Covid-19, una crisis sanitaria a nivel mundial que se deja notar de manera especial en aquellos centros donde se trabaja con pacientes de riesgo. Uno de esos puntos es el Centro de Atención a personas con discapacidad física (CAMF) de Pozoblanco que no es ajeno a una realidad que ha variado, y mucho, la rutina de los residentes y el día a día de los profesionales que integran la plantilla del CAMF. El objetivo se repite, dar lo mejor de cada uno para intentar minimizar los riesgos de contagio y que la crisis sanitaria no golpee a personas con importantes patologías. Para conocer cómo ha cambiado la vida en este Centro hablamos con su director en funciones, Francisco Javier García, que destaca por encima de todo la «profesionalidad y entrega de los trabajadores y trabajadoras» y por ello lanza un mensaje de «tranquilidad» a las familias de los residentes porque «están en las mejores manos». 

«La adaptación del centro ha ido evolucionando conforme la situación ha ido empeorando lo que nos ha llevado a adoptar medidas más duras y restrictivas, siempre pensando en la salud de los residentes», explica Francisco Javier García. Esa aplicación progresiva de medidas llevó en primer lugar a evitar espacios donde se concentraran muchas personas por lo que hubo una reorganización de los talleres, se cancelaron las actividades de ocio y se establecieron diferentes turnos de comida y cena. Unas medidas de seguridad que fueron incrementándose con el paso de los días para volver al mismo reto, preservar la salud de los residentes. Por este motivo, y al igual que en otros centros, se prohibieron las salidas y también las visitas, se cerraron definitivamente los talleres y las tareas de limpieza y desinfección se intensificaron.

Sin embargo, la evolución de la crisis sanitaria obligó a dar un paso más allá y eso llevó al «confinamiento dentro del confinamiento» ya que los residentes hacen vida en sus respectivas habitaciones. «Salen a los patios puntualmente, cuando están muy cansados de estar en sus habitaciones, tienen patios asignados y siempre salen de forma ordenada», nos explica el director en funciones que puntualiza que «estamos intentando ir por delante, volcarnos en la prevención, nos estamos desviviendo todo para blindar al centro ante el virus». De momento, las medidas adoptadas están consiguiendo ese objetivo. 

Residentes concienciados y profesionales volcados

El coronavirus, al igual que ocurre en las calles, ha conseguido apagar la vida en un Centro con mucho movimiento y que ahora vive «una situación extraña, se hace raro porque es como si no hubiera vida». Pero la hay, aunque con muchos cambios. Variaciones que han sido entendidas porque los residentes «están preocupados, son conscientes de que nos estamos jugando mucho y están poniendo todo de su parte. Confían mucho en nosotros y nosotros tenemos la obligación de no decepcionarles, de hacer todo lo que esté en nuestras manos y lo que no esté, también», explica García. 

Y aquí entra en escena el valor que aportan los profesionales, que hacen frente a situaciones donde la presión incrementa, más que nunca hay que estar alerta, cumplir con todos los protocolos y eso conlleva esa presión extra con la que conviven estos días. «La verdad es que la gente ha dado un paso hacia delante, están dispuestos a hacer todo, el mayor activo del IMSERSO es el personal con una experiencia y conocimiento fuera de duda. Los cinco sentidos están puestos en cuidar a nuestros residentes, es un factor decisivo para superar esta crisis, el personal», narra el director. Un reconocimiento que extiende a los profesionales del Área Sanitaria Norte por «presentarnos su apoyo y asesoramiento a cualquier hora». Volviendo a la presión, a ella hay que añadir la falta de material que principalmente se deja notar en los Equipos de Protección Individual (EPI), aunque «nos llega material de personas solidarias, de voluntarios que se están volcando, nos llegan batas, mascarillas. Pero sí es cierto, como en centros de todo el país, que nos faltan EPIs». 

Otro de los aspectos a lo que no ha escapado el CAMF en esta crisis es a la necesidad de reinventarse, a la obligación de establecer alternativas que permitan que las duras medidas de confinamiento se sobrelleven con alguna sonrisa. Por eso, y desde las terrazas de sus habitaciones, los residentes participan en las actividades que se desarrollan en los diferentes patios; utilizan las tecnologías para estar en contacto con familiares y amigos; y reciben el ánimo y cariño de los más pequeños, dibujos que llegan de toda la comarca y también de fuera de ella. Se trata de unir fuerzas aunque sea desde la distancia para que cuanto antes la rutina vuelva a nuestras vidas el CAMF recupere la vida que se respiraba en cada una de sus estancias.