Somos así, pero no nos aceptamos porque todos y cada uno nos sentimos el ombligo del mundo.

En una sociedad cada día más materialista no es rentable la reflexión tan necesaria para admitir nuestra insignificancia personal. Todos nos sentimos importantes frente a los demás; eso, frente pero no junto a los demás que es donde radica la verdadera fortaleza.

Es un dogma socialmente admitido que la unión hace la fuerza, pero se impone el individualismo como verdad absoluta. Todos tenemos la razón, tenemos la razón cuando gobernamos, seguimos teniendo la razón cuando nos situamos en contra del poder, digamos que esa actitud es precisamente la sinrazón fruto de la irreflexión.

Dando un salto en el tiempo vivido, que ya viene siendo considerable, uno tiene la impresión de encontrarse aún en ese pasado no tan reciente. Se repiten continuamente los mismos argumentos y las mismas quejas por quienes ven las cosas según la orilla del río en que los electores  les han ido situando, sin que se haya construido un solo puente por el que todos podamos  transitar.

Reduciendo a la simpleza (para no tener que reflexionar) todos somos iguales a pesar de creernos diferente.

Vuelvo a ver y leer en los medios de comunicación idénticas críticas entre los políticos,  que se hacían recíprocamente hace cuarenta años y los que ahora vierten esas críticas no fueron capaces de  “enmendallo» cuando han controlado el poder.

La capacidad de razonar parece ser innata en el ser humano como individuo (cuestión muy debatida a lo largo de la historia) y así debió de ser en los orígenes, más cuando el individuo entendió que para sobrevivir había que aunar esfuerzos declinó en el otro el esfuerzo reservándose para sí la crítica gratuita.

Seguimos escupiendo hacia arriba en la ignorancia de que el tiempo hará caer sobre nosotros mismos aquello que lanzamos a los demás. Irreflexión.

El despotismo que denunciamos de los que hoy controlan el poder es aprendido por imitación, de los que han sido desplazados del poder, y así viene y seguirá sucediendo mientras no impere la reflexión como norma de conducta de cualquier crítica, pero no, no queremos perder el tiempo en tonterías; para qué, si todo lo que necesito saber está en Internet.

Queremos respuestas rápidas, soluciones milagrosas a los problemas que nosotros mismos creamos pero que exigimos nos resuelvan los demás.

Volvemos al origen de ese círculo vicioso: Me uno a ti por interés pero cuando hay que remar en la misma dirección, abandonamos el barco porque el  éxito de la travesía serán méritos de su capitán y no pensamos en que el buque puede cambiar de capitán y podremos repartir los laureles, pero para comprender y admitir esa realidad hemos de reflexionar y tener algo más de paciencia de la que tenemos.

La triste lección que se nos ha ofrecido al mundo entero por ese “ individuo” llamado Covid-19 deberíamos aprenderla a través de una simple reflexión: ¿qué somos y a dónde vamos?.

Hace algunos años tuve la suerte de leer “Ensayo sobre la Ceguera” de José Saramago que como tantos otros grandes pensadores planteó con crudeza que aunque las normas y conductas sociales sufran cambios por desgracias sobrevenidas, el hombre sigue siendo un lobo para el hombre.

Mucho me temo que en este mundo acelerado no nos tomaremos mucho tiempo en olvidar que somos insignificantes como individuos y debemos caminar unidos en una sociedad más humanizada, menos egoísta y más reflexiva.