Por Juan Andrés Molinero Merchán

Entre la germinal otoñada y la floresta primaveral afloran piezas literarias de interés. Son bastantes las firmas librarias que entran en pugilato, con mayor o menor fuerza, avaladas por las potencias editoriales, firmas de prestigio y estímulos lectorales azuzados de la temporada (Alfaguara, Plaza y Janés Crítica…). La prestancia de las obras se cierne, como en botica, en razón de los gustos de los lectores, que a fin de cuentas somos quienes sentenciamos lecturas y mayores ventas. Sin que ello sea óbice, claro está, para rubricar las mejores obras, que eso es otro cuento. Casi siempre impera, sobra decirlo, el dorado pulso editorial y la promoción a espuertas, que nos meten por los ojos la literatura al uso. La buena literatura no se lee, sobra señalarlo, al menos en términos de masas. La buena. 

Hablamos ahora de la comercial. En esta tesitura de lecturas de abultado prestigio son legión los lectores y libros de renombre, que pueblan los escaparates con nombres de sonoridad (Pérez Reverte, Rosa Montero, Cercas, Navarro, Merino, Dueñas, Follett…), pero en esta nómina quisiera citar siquiera algunas lecturas de interés, que en distintos géneros constituyen una marca de agua rubricando lo dicho. Entiéndase como propuestas de degustación libraria, con cierta satisfacción. No son ni mejores ni peores que otras autoras o autores, pero acreditan con marchamo indiscutible las claves que marcan los elevados números de ventas. Me refiero a obras garantizadas en la línea de salida, con el suficiente crédito para no fallar en el juego díscolo de la partida. Todas ellas están escritas –repito– por hombres y mujeres de oficio, con prestigio y avales editoriales. No hablo del crédito literario y marchamo de los eruditos selectos.

El Yo soy  Roma de Santiago Posteguillo puja con fuerza, como siempre. Es un autor ensalzado, con razón (de ventas, y pluma ágil), que novela la historia con mucha solvencia, se documenta con minuciosidad y recrea el nacimiento de ese mito de la Historia del que prepara el autor una nutrida hexalogía (creo). Lectura buena de entretenimiento e historia afable con las cuitas e intrigas conocidas, pero recreadas en letra de molde con magisterio. De suficiente altura literaria y reconocimiento merecido es la obra de la octogenaria (casi, con buena mente) chilena, Isabel Allende, que con Violeta nos construye una historia centenaria al rebufo de la pandemia (y del magnate García Márquez; salvando las diferencias); una historia literaria en Santa Clara que define muy bien, entretiene y no se aleja demasiado de las esencias de la autora, con deleite argumental e historias, tipos y el sabor inconfundible de lo que es. Porque Allende es Allende. Una garantía de entretenimiento.  En la estela de los ennoblecidos con el timbre de Oslo, Vargas Llosa nos deleita con ejercicio literario de interés; el ensayo de la obra de B. Pérez Galdós, La mirada quieta, realiza un análisis detenido del genio decimonónico español de la novela histórica (auténtico nobel, que el cielo no quiso darle…, más bien los rancios), y del teatro. Esfuerzo grande, sin duda, para mostrarnos lo bueno y lo mejor de aquella eminencia literaria, sin que falten las puyas entre nobeles (puntillos de honor…, esa manera sutil de marcar defectillos del genial novelista), sin que el americano falte un punto a la merma y magnitud del autor canario. Finalmente el academicismo personificado.

La última referencia del Cervantes de Muñoz Machado. La obra y el autor lo dicen todo. El académico pozoalbense (doble..) sentencia con esfuerzo desmesurado una biografía académica (Cervantes) y una obra enciclopédica (El Quijote…) singular, como corresponde, a un autor genial. Una historia biográfica de la historiografía cervantina (y su obra), aliñada con el contundente aparato histórico contextual, para que conozcamos al genio universal en la salsa de su tiempo; comprendiendo los temas de mayor sustancia (magia y brujería, inspiración de tipologías personales, folclore, matrimonio, inspiraciones varias…) El académico es riguroso y contundente en aportar bagaje conceptual y erudición bibliográfica. Nos tiene acostumbrados en sus obras jurídicas, de oficio, y en las literarias (Sepúlveda, Hablamos la misma lengua…). Ahí queda esa tetrarquía de propuestas que tienen, repito, la acreditación del magisterio literario, la solvencia necesaria de oficio y seguramente el pláceme del gran público al que le gusta leer y disfrutar con las varietés de nuestro tiempo.