Sin salvas ni descargas, sin la multitud como testigo de la despedida, sin olor a pólvora y en medio de la madrugada. El adiós de la Virgen de Luna de Pozoblanco se rodeó de un silencio insólito, aunque una treintena de personas no renunciaron a vivir un momento histórico en la vida de la Cofradía. La pandemia del coronavirus obligó a dejar a un lado los ritos ancestrales que acompañan la memoria colectiva de los pozoalbenses en torno a su patrona, pero entre esas tradiciones tocaba cumplir con el traslado hasta la ermita para que mañana sea el pueblo de Villanueva de Córdoba quien rinda devoción a la que también es su patrona.

El silencio que envolvió la salida se mantuvo en torno a los detalles de la misma y por eso quien quiso seguir testigo de ese momento tuvo que madrugar más de lo habitual y alargar la espera. Después de la retirada oficial del bastón de mando y las llaves de los sagrarios de las parroquias de Santa Catalina y San Miguel, que tuvo lugar después de la eucaristía de despedida, el trabajo en el interior de la parroquia pozoalbense corrió a cargo de las camareras de la Virgen y también de quienes adornaron la carreta rociera, clave en este traslado atípico. Un detalle fue el crespón negro que lució la carreta en memoria de las víctimas del coronavirus. 

A las cuatro y media de la madrugada comenzó el movimiento alrededor de Santa Catalina y la llegada del Capitán, Juan García, a las 04:38 horas dejó atisbar que la salida era cuestión de minutos. Poco a poco se dieron cita los hermanos encargados de acompañar a la Virgen en el camino hasta el santuario de La Jara y minutos antes de las cinco de la madrugada la puerta del Santísimo se abrió para que la Virgen de Luna saliera en la carreta rociera que fue tirada, no sin dificultades, por mulas que marcaron un ritmo alto en el trayecto urbano. La cruz de los Lagartos fue el lugar escogido para rezar una salve y entre algún que otro viva la Virgen emprendió el camino desde otro lugar emblemático, el arroyo Hondo.

Por delante quedaban esos catorce kilómetros que marcan, según toque, la bienvenida o el adiós. La reducida comitiva afrontó un camino de sobra conocido pero no por eso menos emocionante, quizás esta vez más que nunca. Y a las ocho de la mañana tocó afrontar la subida de la Coguchuela para encarar, ya mirando frente a frente al santuario, la recta final del trayecto. Hubo quien tampoco renunció a vivir ese momento y acudió al santuario en cuyas inmediaciones se dieron cita efectivos de la Guardia Civil y Policía Local, al igual que ocurrió en el momento de la salida, para garantizar el cumplimiento de la normativa y evitar posibles aglomeraciones. 

Una vez en la ermita el Capitán de la Cofradía indicaba sentirse “satisfecho” por el hecho de haber cumplido con el deber como Cofradía e incluso pedía perdón a la prensa por el juego “al despiste” durante estos días por no indicar la hora de salida para evitar la congregación de gente. Emocionado, García ha tenido un recuerdo para aquellos hermanos que no han podido estar presentes y ha detallado que es la primera vez que la Virgen no es trasladada del modo habitual por circunstancias de este tipo, aunque en 1936 por la Guerra Civil y en un año en la década de los 60 por inclemencias meteorológicas tuvo que ser llevada en camión.