“La vida no va de obtener lo que se merece, sino de aprender a merecer lo que se obtiene”. Fue una de las primeras frases pronunciadas por Ángel María López Castilla durante su pregón de la Semana Santa de Pozoblanco, un pueblo al que sin decirlo explícitamente dejó constancia también de su cariño. La frase está relacionada con esa llamada que todo pregonero recibe y que marca el inicio del camino; para iniciar el suyo en la labor encomendada el pregonero se hizo niño porque “mi Semana Santa es un niño que nació enfrente del colegio salesiano, que desde pequeño vivió en su familia el ambiente cristiano y cofrade. Que cuando creció lo suficiente ayudaba a Don Antonio Jiménez a preparar y vender las palmas para el Domingo de Ramos y que, como no podía ser de otra forma, vestía su capa roja y su túnica blanca el primer día de la Semana Santa”.

Pero aquel niño se hizo adulto y sobre el escenario del Teatro ‘El Silo, Ángel María López enunció un pregón que miró a la Semana Santa pozoalbense, como no podía ser de otra forma, a sus singularidades, a su evolución, a su historia y lo hizo con una mirada externa e interna. En la primera desgranó lo visible, en la segunda se adentró en cuestiones más peliagudas y comprometidas. De lo casi palpable destacó “la puerta de entrada a las hermandades y cofradías” que supone “La Borriquita; el “revulsivo” en el que se convirtió “El Silencio” en una etapa donde el resto de cofradías atravesaban “un bache”; el papel de la mujer materializado en su protagonismo exclusivo en Los Dolores; la comunión de San Bartolomé con el Medinaceli; la catequesis que realiza La Caridad; el fervor hacia La Soledad o la importancia de un Domingo de Resurrección al que no siempre se llega de manera fiel.

Especialmente emotivas fueron sus palabras hacia Jesús Nazareno, el Cristo del Perdón y la Virgen de la Amargura, con momentos donde casi se rompió y donde cimentó sus anclajes a esta Semana Mayor. “Mi Semana Santa es un niño que cuando creció cambió la túnica blanca y la capa roja por la capa blanca y la túnica negra, evolución natural de quien ya os he dicho nació enfrente de los salesianos y su padre fue fundador de la cofradía de la Amargura”. Sentido recuerdo tuvo hacia esa figura paterna y también salieron las partes más emotivas de este pregón cuando aludió a que “el Jueves Santo salesiano se celebra donde esté el que lleva en su alma al Cristo del Perdón y a la Amargura guapa. Y así donde la primera vez me vestí, me visto porque allí esta mi familia y es mi casa porque allí aprendí con el ejemplo que es mejor que con la palabra”. 

Fue una de las partes más personales que Ángel María López regaló y formó parte de ese capítulo donde las cosas más visibles quedaron atrás. El pregonero las fue intercalando mientras recorrió cada una de las estaciones de penitencia y gloria de la Semana Santa pozoalbense. Habló de la familia, de la propia y de otras muchas vinculadas a la Semana Mayor; de esas personas que están “para todo sin hacer ruido” rindiendo un homenaje a Ángel Luis López Márquez y Lola Fernández García; de la importancia de todos los grupos que hay dentro de una hermandad pero de la necesidad de que nadie se crea imprescindible, a todos recordó que “para andar bien, los pies tienen que ir muy pegados al suelo”. Habló el pregonero de no mirar hacia otro lado ante las injusticias y también de coherencia, esa parte que se le presume de manera implícita al movimiento y que no siempre aparece por ser también la parte más compleja de agarrar en la vida.

Para el futuro se dejó el pregonero los sueños, que también forman parte de su Semana Santa y aquí rozó la parte más comprometida, quizás, o la que más puede remover porque no se escondió al hablar de la ruptura en torno a Jesús Nazareno. “Mi Semana Santa es un sueño y mi sueño es ver un Jesús Nazareno como fue siempre, como fue hasta no hace tanto tiempo… Qué más da que vaya con túnica morada o negra, eso solo es una diferencia externa, pero es mucho más importante lo que nos iguala” y quizás el mensaje más duro lo entonó diciendo que “poca devoción tendremos cuando muchas veces no nos miramos ni a la cara”. Pidió construir esa casa que “nos reúna, ya es hora de que se tiren tabiques y se acaben las rencillas, que haya dos pasos o dos cuadrillas”. Ángel María López no supo definir si es un sueño o una utopía pero pidió a su titular que “mueva conciencias” para que “en la Madrugá vayamos todos juntos”.

Volvería a ese conflicto entre la Hermandad de Jesús Nazareno y los Sayones en el epílogo de su pregón, un final cargado de emoción y donde, ya sí, el pregonero se rompió. “Mi Semana Santa es mi memoria; mi Semana Santa es mi familia; mi Semana Santa son mis amigos; mi Semana Santa es mi vida; mi Semana Santa es mi pueblo; mi Semana Santa es una virgen que reparte salud para curar soledad, dolores y amargura; mi Semana Santa es la Virgen de Luna en la resurrección en Pentecostés o febrero; mi Semana Santa es Jesús entrando triunfal en Jerusalén, rescatado y preso, amarrado a una columna y en silencio, con la cruz a cuestas nazareno, crucificado derramando perdón y caridad a manos llenas, en un féretro llevado, en la cruz desnuda grabadas sus huellas y, por fin, victorioso y resucitado promesa de vida eterna. Mi Semana Santa es un Domingo de Ramos que empezó una historia en la que 36 años llevo; mi Semana Santa es un Jueves Santo en el que mi tío Ángel marchó al cielo; mi Semana Santa es el Domingo de Resurrección que desde entonces en familia vivimos para recordar a los que se fueron. Mi Semana Santa es ir cogido de la mano de mi padre a ver el prendimiento; mi Semana Santa es ir con mi primo Ángel Luis de capataz y de costalero; mi Semana Santa es ir bajo los pies de Jesús Nazareno con mi faja y costal al lado de mis hijos, de mi hermana, de Rafa, Manolo, Domingo, de Santi, de Juan Antonio Caballero a los que echamos de menos. Mi Semana Santa es una casa con las puertas abiertas en la que todos los que llegan son bienvenidos, en la que todos suman, son importantes y son queridos, un casa en la que se respeta y valora a los que piensan distinto, una casa en la que no hay personalismos y en la que todos trabajamos por el mismo objetivo”.

Antes del tradicional he dicho, una última referencia: “Mi Semana Santa es un niño que soñó con tocar un tambor y con llevar un cirio. Mi Semana Santa es un hombre que ser costalero quiso. Todo eso con el tiempo lo ha conseguido. Ahora ese hombre sueña con ver un Jesús Nazareno y a sus cofrades todos unidos”.

Las palabras de Ángel María López Castilla estuvieron acompañados por la música de la banda de cornetas y tambores del Jueves Santo que interpretaron ‘Ave maría, silencio y gloria’, Costalero del soberano y Veánte mis ojos.