Con loores religiosos de revival vuelve San Sebastián a salir en procesión en Pozoblanco. Más allá de las cuestiones religiosas, en las que no entramos, lo cierto es que la titularidad del Santo merece un recuerdo histórico por muchas razones. Hablamos de una referencia religiosa que posee desde la Edad Media hasta la Contemporaneidad una significación grande, estrechamente vinculada a cuestiones civiles, prosaicas y urbanísticas. Como dice el refrán popular, en Enero, San Sebastián el primero (día 20; con permiso de San Antón); no en vano están claras las resonancias astronómicas que utiliza la iglesia: por ser el crecimiento lumínico del día una hora más.

En Pozoblanco tiene El Santo –como se llamaba históricamente– una fuerte impronta en el imaginario popular, muy especialmente al tenor de la ermita homónima, con una titularidad que es de todos bien conocida desde siempre. Entiéndase que en Los Pedroches la intitulación de San Sebastián es la más pródiga, con presencia tanto en advocaciones de iglesias parroquiales (Añora, Torrecampo) como en ermitas (ocho: Belalcázar, Hinojosa, Pedroche, Pozoblanco, Santa Eufemia, Torremilano, Villanueva de Córdoba, Adamuz). Tanta veneración solamente se explica por la fuerte significación en ámbitos profilácticos, como la protección de la peste en toda España en la Modernidad (s. XV-XVIII), haciendo surgir una ingente nómina de edificaciones de carácter religiosos, pero promovidas y sustentadas con los fondos concejiles. Tal es el caso de nuestra villa.

Más aún, porque la significación se agranda al construir la ermita en el ámbito suroriental de una población en expansión, sobre una de las colinas que definen desde siempre nuestra conformación urbanística, convirtiéndose en eje vertebrador de primera magnitud. Entiéndase que desde el s. XVI la ermita de San Sebastián constituye uno de los pilares sustanciales del ordenamiento del espacio urbano, rigiendo y distribuyendo el callejero de dicho vértice (desde donde salen todas las calles de dicho sector). ¡Ay, si hablara la calle de Los Mesones (la del Santo), a la que no le faltan cuitas de regocijo! El tiempo y la devoción le darían solera, como al vino.

El carácter de ermita prevalece hasta la Contemporaneidad como segundogénita entre los edificios eclesiásticos (San Bartolomé, San Antonio, San Gregorio, Hospital de Jesús), toda vez que la histórica parroquia de Santa Catalina viene revestida de historia, devoción y centralidad urbanística, impidiendo de lleno la supremacía del resto de ermitas. No obstante, habría de llegar su tiempo. Especialmente cuando a partir del Concordato de 1851 se postula la necesidad de nuevas parroquias en el tenor de los volúmenes demográficos, recelando siempre Santa Catalina con pruritos de autoridad histórica. El pugilato se resuelve definitivamente a final de siglo (1891), cuando se impone la necesidad de una nueva parroquia con el despliegue poblacional de El Cerro, teniendo que abrir brecha en términos eclesiásticos y administrativos. La ermita de San Sebastián se convierte en parroquia el 1 de enero de 1891, siendo su primer párroco don José Tirado Manosalvas. La antigua “Ermita de arriba”, añeja y destartala, habría de lavar también su cara con reformas arquitectónicas graves (en 1895) y luengos maquillajes de ornato hasta nuestros días; siempre con el auxilio económico civil del Concejo y las limosnas populares. 

Todo ello sin ruptura sustantiva del viejo esqueleto de una planta de salón con testero recto y presbiterio cuadrado; con dos capillas rectangulares en el tramo anterior al presbiterio. Entiéndase un nuevo edificio para el Santo, pero para también para devociones acendradas, como el Perpetuo Socorro, Santa Rita, etc. En el s. XX se acusan nuevas intervenciones de importancia (1915) que terminan por definir el templo en términos arquitectónicos, tal como hoy lo conocemos (cajas murales, cubiertas…). Los añadidos posteriores (ampliación de puerta lateral, 1931) y adecentamientos urbanísticos (calles, alcantarillado…) de los años sesenta (1961, 1964) edulcoran un entorno que revitaliza el barrio con el preciado estandarte de la ermita de El Santo. La nueva intervención arquitectónica de fuste, con el consiguiente requerimiento municipal, se consolida hace cincuenta años, cuando en 1974 se aborda la consolidación y adecentamiento del templo parroquial, del que da buena cuenta el párroco don Juan Caballero.  En fin, la culminación de un proceso largo y dilatado que asienta una materialidad señera de religiosidad. San Sebastián y el barrio del Cerro cumplen de nuevo con la tradición fuerte de una festividad española que está muy viva aún para gran parte de la población.