Querida Luci:
No me cabe la menor duda: Estas cartas se han tornado, si acaso, batallitas de abuelo para darte a conocer este mi mundo que, sin poderlo remediar, has heredado y solo existe en mi cabeza y en una sesgada manera de filtrar lo que nos circunda.
Acumulo años suficientes para no hablarte de oídas y haber escuchado de primera mano (enunciada como en el titular, en andaluz arcaico, vulgar y castizo, como la hablaban mis abuelos y sus contemporáneos para hacerse entender) la frase que estos días me martillea la cabeza y me gritan los ojos de los ancianos y las manos de los niños y encuentro incrustada en los vértices de las noticias que me persiguen y en los carteles luminosos que pretenden ensalzar el muladar que se ha instalado en mitad de este tiempo nuestro.
Si lo prefieres, podemos escribir: No somos nadie o tal vez encuentres más preciso: We are nobody… Me lo pondría gustoso, pero mi falta de comprensión sobre lo que me va rodeando (como ejército de la antigüedad en maniobra envolvente) no la resuelve un pinganillo…
Y, como si te relatara un cuento fantástico, me preguntas ¿por qué aparece en todas partes ese fantasma del ¡No semos nadie!? Y no sé responder si no es con evasivas: “Será que me he hecho viejo y empiezan a poderme los miedos”. Y tú insistes, ¿qué ves cuando aseguras We are nobody? Y entonces me atropello y lo mezclo todo en una enumeración sin orden ni concierto y sin coherencia:
Veo niños y niñas (como tú) muertos en Gaza y a mujeres y hombres (como yo) huérfanos de esperanza, llorando en ciudades devastadas, sin nombre. Veo los pantanos llenos y por el grifo de mi casa y por los de los pueblos de Los Pedroches salir el agua turbia, sin explicación alguna al respecto. Veo un parlamento convertido en inoperante y enloquecido gallinero. Veo como dos grandes valores, la sanidad y la educación públicas, no preocupan como debieran. Veo que las comunicaciones de mi tierra siguen siendo malas u horribles. Veo que hemos puesto el futuro (tu futuro) en manos de personajes ególatras, imbéciles y sin escrúpulos. Veo que se ignoran y se tratan como si fueran invisibles a los que nos recuerdan que existió una promesa electoral que consistía en construir una residencia de ancianos en nuestro pueblo. Veo pasar el AVE por el corredor de encinas arrancadas en mi tierra, deteniéndose raras veces y sin que resulte beneficioso para nosotros. Veo a nuestros dirigentes (y a nosotros mismos) entregados a rutinas banales sin atreverse o sin saber o sin querer hincarle el diente a los asuntos más trascendentes. Veo el noble arte de la política convertido en infame y sucio mercadeo. Veo que demasiadas mujeres y sus hijos pierden la vida a consecuencia de la violencia machista. Veo como se desprecia a maestros y profesores y se entrega la educación de nuestros niños y jóvenes en las manos de influénceres y tiktókeres y de seres siniestros que se ocultan detrás. Veo que se toman decisiones “entre el dos y el cinco por ciento” (como una frivolidad), que lastran irremisiblemente tu porvenir… Veo todo eso y mucho más o tengo que mirar para otro lado.
Querida Luci, ese ¡No semos nadie! lo escuché por primera vez en un velatorio, sin tanatorio, de mi infancia. En realidad se trata de tres palabras, como otras que exhibimos cuando no tenemos nada que decir: Para aquel ser humano, rostro de cera, manos inertes y las fronteras de su mundo delimitadas por las tablas de un ataúd, todo llegaba tarde, también nuestras naderías y frases hechas en andaluz arcaico, vulgar y castizo…
Para no cansarte ni abusar del cariño con que me has escuchado, te diré (para ti sola) que lo que más me preocupa es esto último: ¿Nos daremos cuenta demasiado tarde de que, si no es verdad que no somos nadie, actuamos y nos comportamos como si lo fuera?
Por ti, como nadie.
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