Desde Hinojosa del Duque hasta las sierras de Soria, siguiendo el viejo trazado de la Cañada Real Soriana Oriental, nace un proyecto que mira al futuro sin soltar la mano de la historia. Dos jóvenes —uno de Soria, David Ortega Gallardo , y otro de Hinojosa del Duque, Francisco José Ayuso Moreno,— han decidido unir caminos, rebaños y saberes para recuperar lo que durante siglos fue motor económico y cultural del país: la trashumancia y la lana merina. Ambos se conocieron hace casi una década, vinculados desde el principio al mundo del ganado y a los desplazamientos estacionales de los rebaños. De aquella relación nació primero una amistad y después una idea clara: si la trashumancia había sobrevivido durante siglos, también podía hacerlo hoy, siempre que se le devolviera dignidad, valor y visibilidad.
Hace tres años, los dos jóvenes participaron en una trashumancia junto a Jesús Garzón, figura clave en la defensa de las vías pecuarias y de la trashumancia en España. Garzón, ya muy enfermo, les ofreció hacerse cargo de su emblemático rebaño merino, el mismo que cada octubre cruza Madrid por el Paseo de la Castellana. Aunque en aquel momento no pudieron asumir esa responsabilidad, aquella propuesta marcó un antes y un después. De ese compromiso moral nació la asociación Transhumancia y Biodiversidad, con un objetivo claro: proteger el oficio, el territorio y el ganado, y demostrar que la trashumancia no es una reliquia del pasado, sino una herramienta viva para el presente.
La lana, de residuo a producto de valor
Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta hoy el sector es la desvalorización total de la lana. Sin mercado y sin salida comercial, la lana ha sido catalogada legalmente como residuo, obligando a muchos ganaderos a regalarla o incluso a pagar para que se la retiren. El proyecto rompe de lleno con esa lógica. Los promotores compran la lana a precio justo a ganaderos trashumantes de Soria, concretamente a tres hermanos —los últimos trashumantes activos de la provincia, la más trashumante de España—, quinta generación de una familia cuyo rebaño se documenta desde el siglo XVIII. Una lana de gran pureza genética, cuidada no solo para carne, sino también para calidad textil. Y ahí nace Mestas.
La filosofía es clara: controlar todo el proceso, desde la oveja hasta el cliente final. El esquilado, el lavado de la lana en Paredes de Nava (Palencia), el hilado en Sonseca (Toledo) o en Barcelona según la prenda, y el tejido final en talleres artesanos conforman una cadena productiva cien por cien local y artesanal. El primer producto lanzado al mercado han sido mantas de lana merina, inspiradas en las tradicionales mantas de pastor y de sofá, tan presentes durante décadas en la meseta. Un objeto cargado de memoria que, lejos de quedar en el recuerdo, ha vuelto con fuerza: la primera producción se agotó en apenas dos días.
Más producción
Tras el éxito de las mantas, el equipo ya trabaja en nuevas prendas: jerseys, bufandas, gorros y guantes, siempre bajo la misma premisa de producción limitada, ritmos artesanos y máxima calidad. Las nuevas piezas se venden incluso bajo reserva, asumiendo sin complejos que la artesanía no puede ni debe competir con los tiempos de la industria.
Aunque el proyecto tiene un fuerte componente cultural y ambiental, también es una apuesta empresarial sólida. La imagen de marca está cuidadosamente trabajada. La comunicación, especialmente a través de redes sociales, ha sido clave para conectar con un público que busca productos con historia, identidad y valores. El resultado demuestra que tradición y modernidad no solo pueden convivir, sino reforzarse mutuamente.
Desde Hinojosa del Duque hasta Soria, este proyecto avanza al ritmo del ganado: despacio, con sentido y dejando huella en el territorio. Recuperar la lana merina trashumante no es solo vender mantas o jerseys; es defender un oficio, un paisaje y una forma de entender el mundo que aún tiene mucho que aportar. Porque, a veces, para innovar de verdad, solo hay que volver a mirar al camino por el que siempre se ha andado.




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