«A mis 29 años he tenido que resignarme a abandonar mi puesto como Responsable de Comunicación de una gran empresa porque, poco a poco, he ido empeorando y el dolor se ha apoderado de todo. He tenido que aceptar que jamás volveré a ejercer de aquello para lo que me había formado, para el trabajo que me hacía feliz, porque mi cuerpo manda sobre todos y cada uno de los aspectos de mi vida. Ahora soy una pensionista menor de 30 años. Me han concedido incapacidad permanente para mi puesto habitual. Quizás algunos jóvenes soñarían por cobrar sin trabajar. Yo no: quiero aportar al mundo…».  Ese es el inicio del relato que expone Ana Castro, periodista y escritora pozoalbense afincada en Madrid, en la plataforma OsOigo donde busca apoyo para conseguir que su petición llegue al Congreso de los Diputados, un apoyo que busca encontrar respuesta a las preguntas que formula: ¿Cuándo se creará una política estratégica para abordar el dolor crónico? ¿Cuántos años más tendré que esperar? 

Ana Castro, de 29 años de edad, lleva conviviendo desde hace cinco con un síndrome de dolor pélvico crónico complejo, una situación que ha provocado que le hayan concedido una discapacidad del 42 por ciento y una incapacidad permanente para desarrollar su puesto de trabajo, todo ello después de «intentar compatibilizar el dolor con mi avance profesional, pero llegó un momento en el que empezó a resultar imposible». Por eso, por su situación pero también por la de tantas personas que se encuentran en esta situación, Ana Castro da la cara para pedir «mayor visibilidad y mayor atención a los pacientes con dolor crónico, que especialmente somos mujeres». 

«Pido que los políticos se sienten de una vez, que dejen de invisibilizarnos, de apartar el dolor de esta sociedad que nos enseña que tenemos que estar bien y superarnos continuamente, pero es que nosotros no podemos. Necesitamos una política estratégica que aborde todos los campos de la medicina y una mayor inversión en salud femenina, necesitamos dejar de ser esos pacientes olvidados, silenciados», explica esta joven periodista que incide en que «si la historia de la medicina no la hubieran hecho solo los hombres enfermedades como la endometriosis o la fibromialgia tendrían hoy un abordaje clínico muy diferente». Ana Castro reivindica, de igual manera, mayor comprensión y fundamentalmente que «no tengamos que llamar a tantas puertas contando nuestra historia, con el daño que eso provoca, para que de repente un día en una consulta alguien nos crea y apueste por indagar, necesitamos diagnósticos más precoces». Ella también transitó por ese camino hasta llegar a la Unidad del Dolor, «donde vamos la gente que no tenemos futuro ni remedio».

Esa es su lucha, la que de algún modo ha hecho pública, pero Ana Castro lleva luchando cinco años, los mismos que lleva conviviendo día a día con el dolor porque como explica «todos los días amanezco con dolor, si tengo un buen día me parece mentira». “El dolor me acompaña todos los días, es como si se hubiera convertido en una parte de mí, ha sido muy duro afrontarlo porque una intenta resistirse, pero llega el momento en el que cedes porque gana el cuerpo”, relata cuando se le pregunta por su día a día. La situación se torna más compleja cuando la joven, que reflejó en el poemario “El cuadro del dolor” parte de este proceso, asegura que “tienes que empoderarte en el dolor para ser una nueva persona, en este sentido es un proceso similar a un duelo”.

“La Ana que tenía 24 años antes del dolor era una, se mostraba al mundo de determinada manera, podía hacer muchísimas cosas que la Ana de ahora no puede. He tenido que reencontrarme y redefinir mi identidad y eso es un proceso muy laborioso en el que me ha ayudado el apoyo de mi familia y leer mucho sobre el tema para conseguir entenderlo. Siempre quedan secuelas psicológicas que duelen y pesan casi más que las propias secuelas físicas», narra. 

El dolor crónico ha cambiado su vida y también la de su entorno porque “se tienen que adaptar a mi nueva condición, aunque en ese sentido me he visto totalmente respaldada”. En 2017, tras una recaída importante, la salud física “consiguió llevarse a la mental” y Ana hace frente desde entonces también a “un cuadro de ansiedad con el que tengo que convivir a menudo”. “Lo determinante ha sido el rechazo que a lo largo de estos años he ido conformando hacia mi cuerpo, me miro al espejo y no me veo, no me reconozco, me siento atrapada en mi cuerpo y eso ha llevado a que desarrolle un trastorno de conversión, una disociación entre mi cuerpo y mi cabeza que me provoca numerosos ataques en los que pierdo la vista, la capacidad de hablar o sufro convulsiones”, detalla.

Mejor su calidad de vida es su objetivo ya que el dolor no va a desaparecer y para ello, Ana Castro alza la voz y pide la implicación de las administraciones para lo que pide el respaldo de la sociedad que puede sumarse a esta causa firmando la petición de una joven periodista y escritora que siempre ha vivido y mirado al mundo a través de la literatura.