En 2007 el público ya pudo disfrutar de Rafael Álvarez «El Brujo» que presentó en Pozoblanco «Los misterios del Quijote o el ingenioso caballero de la palabra«, obra de su autoría sobre un texto de Emilio Pascual. Nueve años después, «El Brujo» volvió al Teatro «El Silo» con otro montaje sobre la genial obra de Miguel de Cervantes pero totalmente diferente a la primera. «Los misterios del Quijote» atrajo a un público que casi llenó el Teatro para ver eso, teatro. 

Un teatro en la línea de lo que propone Álvarez, con protagonismo absoluto de su forma de entender la dramaturgia, sin artificios, sin más poder que su concepto, su palabra y el necesario acompañamiento musical para potenciar algunas partes de la obra. «El Brujo» ejerció de tal y se enfundó, metafóricamente hablando, en el Quijote, Sancho, en el barbero, en su propio padre y todo ello desgranando y acercando una obra tan conocida, en gran cantidad de casos sólo de oídas, como es «El Quijote».

Porque de eso también va «Los misterios del Quijote«, de cómo pocos han leído la obra literaria más universal y, sin embargo, todos la conocen y la tienen como algo suyo. Aunque con su hilarante humor, «El Brujo» dé por hecho que todos los asistentes habían cumplido con casi una obligación, el de la propia lectura de la obra de Cervantes. Se mueve por momentos en ese nivel popular, optando por el teatro monólogo, acercándose a un público al que hace partícipe en todo momento. «Que levante la mano los cinco o seis que no se hayan leído «El Quijote». Risas y más risas.

Lucha también «El Brujo» por dejar claros los tintes de modernidad que ya en su día aportó Cervantes y pone como ejemplo el capítulo donde el propio escritor entra en escena. Todo ello bajo la profesionalidad de un actor que hipnotiza, que no da tregua, a pesar de que haga alarde quince minutos después del inicio de su monólogo que la obra aún no ha comenzado. Y esa profesionalidad, esa capacidad de saltar en el tiempo, de unir a Cervantes con la actualidad a través de continuas referencias a la situación política del país, llega a emocionar por el simple hecho de pensar que un genio -El Brujo- está recuperando y presentando a otro genio -Cervantes- al público.

Ese juego, esos saltos en el tiempo, esa alternancia entre la actitud satírica de la actualidad con representaciones del libro consigue provocar en el espectador otro vaivén, el paso de la risa a la reflexión en apenas segundos. Y es que una estaba riéndose a carcajadas por las locuras que cometía Don Quijote y al minuto estaba preguntándose quién era el loco en aquella historia. Ese es otro de los recursos de «El Brujo», jugar al límite de la frontera entre lo real y lo ficticio. Teatro.