El verano, como yo lo entiendo, es un epílogo del comienzo; es decir: la letra final de algo que está a punto de empezar: un prólogo que se escribe al final y que, además, normalmente no escribes tú. Y no es regalado lo que digo aquí: hace poco menos de veinte días Sofía lo escribió para todas y todos y dijo:

“En mi pueblo la feria dura 7 días. Y la pena cuando se acaba dura un mes entero. Empieza septiembre y hasta luego verano. Se van forasteros y perdemos habitantes. Porque los chavales se marchan a estudiar y muchos ya no regresamos. De vez en cuando volvemos, pero ya no regresamos. No nos paramos a echar raíces. Porque no queremos o porque no nos dejan. Porque queremos subir alto y aquello es un valle raso. Y la idea de subir alto con aire progresista que se tiene con 18 años donde uno se piensa que se va a comer el mundo y al final el mundo se [lo] come a uno no cabe en el mundo rural. No quieren que coja”.

Joder. No se puede tener más razón y no puedo estar más en desacuerdo. Y hoy vamos a jugar fuerte. Como fuerte es la caída cada año el día entero o el mes entero después de la Feria. Después de la Feria de tu vida que son todas las ferias hasta los 40. Me queda una. Y a Sofía más de una: es puta envidia.

Por ser sincero: la Vespino era blanca y las luces que vi aquel día eran verdes. Todo pasa y nada pasa a la vez: los veranos son un respiro en la memoria; y quizás no es en tu memoria. Pero claro, septiembre es el comienzo de todo aún con las estrecheces de un agosto donde te has gastado lo que no debías y el alquiler o la hipoteca se te hacen largos. Aún así, el verano, como vivir, no es imprescindible: es necesario. Que es otra cosa o quizás es la única cosa. O la única cosa que vale la pena. Por esto Sofía lleva razón y por esto mismo yo no estoy de acuerdo porque cada uno cuenta la Feria como le va.

Septiembre es el tiempo lento y tranquilo en el que descubres todo lo que tienes que hacer después de un mes sin trabajar. En verano nadie te tapa las vergüenzas. Ni tú mismo o tú misma. Y es el verdadero comienzo y más largo que una feria porque dura todo el año.

Tengo frente a mí una copia de la serie Suspiros de sal. Un cuadro que se llama Muchacha en la ventana que Dalí pintó hace 98 años y que mi abuela María replicó en torno a 1990 y me parece lo más parecido a septiembre que hay en el mundo: una joven asomada a una ventana frente a una costa que atisba a lo lejos un velero mientras la brisa mueve las ondas de su pelo y los visillos de la propia ventana: empezar.

Hace años dije en este mismo periódico: “En la vida siempre hay certezas. Lo he dicho más arriba. Septiembre no tiene ni una. Ni una sola”. Me desdigo: es mentira. Todo empieza en septiembre y la certeza que tiene es la vida por delante. Tu nuevo amor, el colegio de tus hijos, un trabajo que te gusta, la candela que encenderás en octubre y una agenda entera por escribir y, quizás, tu último primer beso.

Y por todo esto no estoy de acuerdo con Sofía aunque lleve toda la razón del mundo; sobre todo si tienes 18 años y sobre todo si tienes 40 años o casi 40 años: porque en septiembre vuelves a tener la oportunidad de comerte el mundo. Y lo vas a hacer. Y lo vais a hacer: porque todo empieza al final de verano: porque todo empieza en septiembre.

 

A una pluma por llegar. A Sofía.