Decía Antonio Blanco en las horas previas a su pregón de Semana Santa que el suyo era un pregón íntimo y personal. Y lo fue, porque el cuadragésimo pregonero de la Semana Santa pozoalbense partió de una premisa que no es transferible, su propia fe. Pero también fue un pregón reivindicativo porque Antonio Blanco reivindicó sus creencias, la importancia de la Semana Santa más allá de lo religioso y también que todo lo que se mueve alrededor de ella sirva para unir y no desunir.

Recorrió el pregonero la Semana Santa pozoalbense desde el Nazareno hasta llegar a la Resurrección mirando a la Luna, la de la Virgen patrona de Pozoblanco. Se detuvo en la fidelidad del Rescatado, abrió el portón salesiano para pedir que los niños sean libres, se puso en el papel de la madre a través de los Dolores y hubo tiempo de Caridad y Soledad. Pero sin duda, hubo un lugar privilegiado para el Lunes y el Jueves o lo que es lo mismo, para el Silencio y El Perdón.

Con unas formas muy cuidadas y sin olvidar la parte de exaltación intrínseca a cualquier pregón, Antonio Blanco optó por la música en directo –viola, violonchelo y piano- para envolver con notas sus emociones. Sentimientos que afloraron muy especialmente cuando se trasladó al ejío y buceó en aquel año en el que se acercó al Silencio y todo cambió. “Cómo olvidarme de ti”, entonó en varias ocasiones porque obviar el Lunes Santo sería dejar en la cuneta a todos aquellos que nombró, a sus hermanos de trabajadera. “Quien quiera llevarte te llevará reina del ejío porque con la madre se va el hijo”.

Y es que supo el pregonero hilar sus ideas y sus sentimientos con ese recorrido por la semana de pasión pozoalbense. Porque el pregón tuvo muchos mensajes y Antonio Blanco se movió, por encima, de cualquier otro en la parte social a través de las propias cofradías. Puso en valor sus obras de caridad, las impulsó a dejar paso a los jóvenes, pidió que abrieran sus puertas, les invitó a trabajar por los valores que representan y que andan marchitos en la soledad y, en la parte más crítica, abogó por rechazar egos y protagonismos al que llamó un «mal endémico» de esas cofradías.

La música volvió para hablar del Perdón, de esa cofradía salesiana a la que el pregonero se siente íntimamente ligado, pero también para uno de los momentos más personales que ofreció, unos agradecimientos que no relegó al final. Volvió a poner nombres y trasladó el nudo de su garganta al de los presentes en el Teatro «El Silo».

Antes de sus palabras, Antonio Blanco fue presentado por Antonio Garrido, una imagen que hace diez años se produjo a la inversa. Al final, el pregonero abrazó en otro emotivo momento a otro de sus amigos y compañero de trabajadera, Rafael Sánchez, que le entregó la medalla como pregonero saliente. Los círculos de la vida, de los que habló Garrido en su presentación, siguieron girando.