Jueves 16 de mayo

Aterrizan en el aeropuerto de Lanzarote. Han pasado trece años desde que Sabino Luna se propuso afrontar y participar en un Ironman, un año de dura preparación donde ha compaginado la formación física, imprescindible, con la psicológica, fundamental. Atrás quedan entrenamientos de 140 kilómetros en bici en un circuito de diez o el hacer 25 kilómetros a pie en un circuito de uno. Atrás quedan también las cervezas que no se ha podido tomar con sus amigos o el salir a cenar y tener que hacerlo apartado de los demás, su alimentación es otra. Se ha preparado para sufrir y es consciente de que va a hacerlo.

Aunque muchos atletas están en Lanzarote desde el lunes, el presupuesto es limitado y Sabino Luna viaja junto a su hermano el jueves. Hoy es día para nadar en el mar, un auténtico lujo poder hacerlo en un mar como el de Lanzarote, donde no deja de ver el fondo en ningún momento, todo cristalino, lleno de corales, de millones de peces de colores que se unen a su corriente y que parece que nadan a su lado. Ha nadado en pantanos, en el Guadalquivir, y desde luego esto no tiene nada que ver.

Queda un día.

 

Viernes 17 de mayo

Día clave. Mañana es la prueba y hoy hay que ver algunos de los puertos que va a tener que subir. Las sensaciones también son buenas, aunque luego en la carrera esos puertos le parecerán otros debido a las condiciones climatológicas.

Es jornada de protocolos, de reuniones técnicas, informativas, de firmar documentación, permisos. A las cinco de la tarde ha tenido que entregar todo el material, se queda como huérfano.

Después de todo el ajetreo, decide ver un rato el fútbol –la final de Copa entre el Madrid y el Atlético- y toca intentar dormir.

Hoy le pasa una cosa curiosa. Sus familiares y amigos le han enviado un video, a las once, y se pone en tensión porque se ha dado cuenta de la gente que hay detrás de todo esto, que esta experiencia no es tan solo suya, sino de quien le ha estado apoyando a lo largo del último año. Pone el reloj a las tres y media y curiosamente se queda dormido, aunque despierta a tiempo, faltaría más.

Quedan horas.

 

Sábado 18 de mayo 

Las sensaciones el día de la competición son muy buenas, ha estudiado la competición tanto que no duda en pensar que si hubiera estudiado la carrera como lo ha hecho con esta competición cuánto mejor le hubiera ido. Normalmente está nervioso antes de afrontar una carrera, hoy no.

Esas sensaciones van variando conforme se acerca a la playa, allí el ambiente es otro. Serio. Los jueces son muy estrictos, sabe que con cualquier anomalía en la bici se va para casa, tiene que aportar toda la documentación. El nivel de exigencia es máximo desde las cinco menos cuarto de la mañana, hay que estar al cien por cien desde el primer instante.

Son las seis y media y los tambores de guerra comienzan a sonar. Dos mil hombres ataviados todos iguales, de negro, se acumulan en la cámara de llamada. A treinta segundos del inicio el ruido de esos timbales cambia, ahora empiezan a sonar cientos de pulsómetros, justo en el instante en el que los helicópteros vuelan sobre ellos, en el que los buzos se sumergen en el mar. Se llegan a las 180 pulsaciones en reposo. Él se ha dejado el pulsómetro en casa, no quería más nervios.

Es hora de las estrategias, de plantear la primera prueba, la natación, y le toca arriesgar. Las normas de la competición te obligan a situarte en el sitio que crees que debes ir, si nadas mal y estorbas serás eliminado. Los primeros lugares son para los profesionales y Sabino decide colocarse tras ellos. Cree que puede recorrer los casi cuatro mil metros a nado en una hora. Arriesga y acierta. Tiene una natación increíble, hasta él mismo se sorprende porque acaba en el puesto doscientos, por delante incluso de muchos profesionales. Tarda una hora y tres minutos.

Con el agua ya como pasado más reciente, le toca subirse a la bici. Aparece el primer mal momento de la competición, las primeras sensaciones contradictorias. Las condiciones son las peores de las veintidós ediciones que se llevan realizadas con rachas de viento que llegan a los 50 km/h. Tiene que hacer 180 kilómetros y luchar contra el cansancio y contra condiciones que no puede controlar. Ve a gente de dos metros caerse al suelo, a atletas profesionales que no pueden controlar esas adversidades y que también caen. Piensa que le quedan dos minutos en la competición. Pero no es así, acaba con el segundo de los obstáculos para alcanzar su sueño.

Le restan 42,2 kilómetros para alcanzar la meta y va a vivir los peores momentos, sin duda. Sobre el kilómetro 25 se queda vacío, empieza a vomitar y su cuerpo no acepta ni tolera nada, ni comida, ni geles, nada con cafeína, tan solo agua y más que nada por la cabeza. Cuando, después de diez horas, tan solo puede estar a base de agua y por fuera, hace diez kilómetros más corriendo y llega la “pájara”. El cuerpo está tan al límite que tiene fases de la carrera que ni recuerda. Ve caer a otro competidor al suelo, es ayudado y eliminado y piensa que es el momento de parar si no quiere que le ocurra lo mismo. Se para en un puesto de avituallamiento y cuando se estabiliza un poco come algo de fruta para poder seguir. En ese momento piensa en dejarlo pero entonces recuerda aquel video, a la gente, y es ese tipo de apoyo el que hace que se venga arriba, no quiere decirle a toda esa gente que no ha podido ser. No puede continuar, pero tiene que hacerlo.

Revolución de sensaciones las que vuelve a tener cuando se aproxima a la meta. A unos dos kilómetros de la misma visualiza a su hermano, a una chica del pueblo, a la que le agradece mucho porque cada vez que la ve era un subidón, y a otra de Añora. Esa gente le está esperando en la meta y luego el ambiente es increíble, todo el público le anima, intenta decir tu nombre. ¿Le han llamado Sabrino? Al cruzar la línea de meta no puede evitar acordarse de sus niñas y llorar un poquito.

Se acabó. Reto conseguido. Por delante le quedan quince minutos en una carpa habilitada como hospital donde el estado de la gente es lamentable, después un masaje leve con el fisioterapeuta, las fibras están al límite y poco más se puede hacer. Vuelve al hotel y duerme una hora. Está destruido pero después de comer una sopa se viene arriba y decide salir a cenar fuera. Todavía –son las doce largas- hay gente corriendo. La competición es cruel porque ya no podrán entrar en meta. Pero es su reto. El suyo ya lo ha cumplido, no volvería a hacerlo, ya ha descubierto las incertidumbres de ese reto, aunque pueda bajar el crono, no le atrae el tiempo, sino el reto. Lo que le llama la atención de cada cosa que se propone ya no es un enigma. Hará otras cosas. Es duro estar un año adaptando tus horarios de trabajo, no viendo a tu familia lo que necesitas. Ha sido padre durante ese año. Ha merecido la pena porque ha vivido una experiencia que quería vivir desde hace trece años. Tiene una medalla que dijo que un día sería suya. Sueño y reto a la mochila de la vida, que ya va creciendo.

 

Una semana después

Le da vergüenza salir en los medios, la repercusión que todo ha tenido. No hace esto para que le hagan reportajes, lo hace porque le gusta, porque concibe y vive la vida de esta manera. Pero es de agradecer y agradece los 4.000 whassap que tenía cuando encendió el teléfono, los mensajes privados por Facebook, los ánimos en el muro… Se acabó. Una página más escrita.

 

 

*La elección de este artículo es en forma de diario. Todo parte de declaraciones realizadas por Sabino Luna durante una larga entrevista mantenida con él. El artículo combina las declaraciones directas con las sensaciones transmitidas, de ahí que no aparezcan entrecomillados pero casi todas las frases podrían ser escuchadas de la boca del protagonista.

 

Un sueño, un reto, por Jesús López Fernández