El tiempo camina por sus fueros, qué duda cabe. El futuro no existe, perdiéndose en un efímero presente y con un pasado timbrado de leyendas y fantasmas recreados por el hombre, que se diluyen en un mar de incertidumbres. No es un trabalenguas ni una sentencia sembrada de pesimismo, sino un pequeño juego retórico que puede muy bien servir de sustentación a lo que representan las esencias de la humanidad. Poco o muy poco queda de nosotros como individuos y colectivos en el devenir del tiempo, siendo una realidad que no deberíamos ignorar; que confirma, de otra parte, la necesidad de vivir plenamente nuestros momentos de existencia. Tiene todo ello bastante que ver con los libros y la lectura, que un año más se celebran en abril con día y semana cultural con eventos especiales. No es realmente un esfuerzo suficiente, quizás, para hacernos entender la importancia que tienen los libros.

Por mi parte, muchas veces he reiterado que los libros constituyen la producción cultural más importante de la humanidad: porque son el pilar más grande que hemos sido capaces de levantar entre todos trascendiendo las leyes del tiempo con las que hemos dado comienzo. Los libros y la lectura no constituye solamente una escuálida mirada hacia nosotros, sino a toda nuestra existencia en el pequeño tiempo y espacio del hombre sobre la tierra; recogiendo lo mejor y más principal del conocimiento, ciencia, tecnología y arte en diferentes formatos, ya sea en junco, pergamino, imprenta o un haz de luz sembrado de megabytes. Los libros son, qué duda cabe, esa máquina del tiempo que nos traslada y define en lo más brillante de nuestras existencias prevaleciendo en el imaginario colectivo.

Con esta constatación seguimos firmes en la creencia  de que el futuro seguirá raudo por la senda de los libros, como lo ha hecho siempre. Porque el hombre (hombres y mujeres) de todos los tiempos sabe sintetizar y diferenciar bien el trigo de la paja, la mena de la ganga. El futuro se escribe, no obstante, con transformaciones de vértigo, con horizonte imposible de vislumbrar siquiera para un margen de veinte años, por los trepidantes cambios en que nos embargan los medios de comunicación y redes sociales (Tik-Tok, X, Facebook, Keyword Tool…). El aparatoso mundo de la Inteligencia Artificial (IA) abre de nuevo una senda de dimensiones inabarcables.

La caja de Pandora está nuevamente en ciernes. Precursores y agoreros de siempre sentencian vías renovación y rescate, de graves limitaciones y caídas al barranco más calamitoso de la pérdida del mundo librario. Como siempre, no cabe otra cosa que la mesura, equidistancia y mirada serena para calibrar cambios y fijar puntos intermedios. En el ámbito de la lectura son palpables algunas consideraciones, aunque el futuro sea una alargada sombra que se pierde a nuestras entendederas. Los libros y lecturas, decimos, parece que pierden en el campo de batalla actual en pugilato desigual frente al gigantismo del vector audiovisual irrefrenable; sin embargo, no es más que una falacia de poca consistencia. Ciertamente los libros y lecturas cambian de formato técnico, modificándose el tiempo y el espacio, y hasta los temas parecen cambiar (no tanto, porque en el fondo son los de siempre: el amor y la guerra), pero la esencia prosigue por sus fueros. Los hombres necesitamos seguir leyendo y creando lecturas en las formas que fueren.

Con la debida inteligencia seremos capaces de aumentar el espectro de las lecturas, porque la inteligencia artificial nos permite ya no solamente recuperar cualquier texto del pasado, sino las síntesis que queramos de cualquier cosa; nos posibilita infinitas miradas sobre cualquier autor; nos incita a escribir en mil registros superando nuestras limitaciones; nos faculta para otear horizontes de creatividad  ingente entre textos e imágenes, obteniendo productos enriquecidos sin límite; nos consiente travesuras impensables, como lecturas trasversales e innovadoras al instante, alterando argumentos clásicos o modernos, intercalando protagonistas, seccionando y amplificando historias.

Todo un mundo de posibilidades. La Inteligencia artificial bien utilizada no solamente presenta un espectro grandioso de lecturas sin límite, una anchurosa senda de creatividad leyendo y escribiendo, sino que permite el desarrollo ingente de nuestra creatividad aprovechando mejor el legado librario del pasado. No queda más que ser optimistas en el  anchuroso mundo de los libros, calibrando  siempre, regulando y controlando la otra cara de la moneda, que es perversa (manipulaciones, mala utilización…). El futuro es casi siempre sobrecogedor, porque nos supera, pero la capacidad humana de adaptación y superación es superior. Se nos olvida a menudo que las nuevas tecnologías y avances son una creación nuestra. Estamos de enhorabuena. Los libros siguen por los fueros del tiempo con marchamo de subsistencia, con la mirada más amplia y enriquecedora de toda la Historia. El fututo sigue siendo de los libros.