Puede parecer una letanía, pero no deja de ser cierto. La sociedad está recuperando su esencia, los pueblos sus tradiciones, se está en un proceso de decir adiós a muchas restricciones que nos han minado. La luz aparece en cada cita que se recupera, en cada paso que se da hacia esa normalidad que se nos arrebató en marzo de 2020. Y ahí, en ese contexto, Pozoblanco renació el domingo de sexagésima, como siempre debió ser, al amparo de su Virgen de Luna. Porque Pozoblanco recuperó la normalidad, dejó atrás muchos vacíos y lo hizo en una cita multitudinaria -20.000 personas acudieron al Santuario según fuentes oficiales- donde se notaron las ganas que tenía la ciudadanía pozoalbense de reencontrarse con su patrona en el santuario de la Jara. El tiempo acompañó y eso también se dejó notar. 

Esas ganas se apreciaron desde primera hora de la mañana con un camino de ida más concurrido de lo normal con romeros a pie, aunque los hubo quienes optaron por acompañar a la Virgen en las tradicionales carrozas. En las inmediaciones del Santuario la llegada de coches no cesó. El camino de vuelta, como era de esperar, no se quedó atrás porque fueron centenares de personas las que quisieron acompañar a la Virgen de Luna en su camino hacia Pozoblanco y donde los porteadores volvieron a ser fundamentales para cubrir los doce kilómetros que separan la localidad del Santuario. La fe sobre los hombros. 

Pero antes de eso tocó vivir una jornada que propició que familias y pandillas de amigos estrecharan lazos en torno a las tradiciones que marca la Cofradía. Sobre las once y media de la mañana los Hermanos cumplieron la primera tradición con la Virgen a hombros, las salvas y la bandera dejando sus primeros revoloteos. El olor a pólvora lo inundó todo, un aroma del que Pozoblanco ni quiere ni puede desvincularse en un día tan marcado.  No menos emotiva fue una eucaristía donde hubo nombres propios como los de Juan Bautista Rubio, que recibió la medalla por 50 años de servicio en la Cofradía, o el de Máximo Sánchez Aguado por el cuarto de siglo como Hermano. Pero también hubo espacio para aquellos que buscan seguir con las tradiciones intactas y ahí Antonio Bajo Ruiz y Antonio Amor Gómez fueron nombrados como nuevos cofrades. La eucaristía finalizó con la entrega a la Virgen de una medalla realizada con fragmentos metálicos fundidos de material aeroespacial por su vinculación con la NASA. Tanto es así que desde la Cofradía se ha acordado enviar una estampa significativa a cada misión espacial porque algo en lo que también se trabaja es que sea nombrada patrona de los astronautas, según confirmó el capitán de la cofradía, Juan García. 

Eso fue la parte de más devoción porque en los alrededores del santuario quedaba el ocio y esparcimiento, aunque todo en torno a las tradiciones que marcan esta festividad. Tradiciones y ritos que conoce cualquier pozoalbense, pero también quienes no han nacido en el municipio pero lo sienten como suyo. Es el caso de Rafael María Pérez, que lleva once años viviendo por temas laborales en Pozoblanco y aunque «vine por primera vez a una Romería hace veinte, el vivir aquí hace que sea una fecha fijada en el calendario». «Me quedé impresionado de la devoción que Pozoblanco tienen a su Virgen, pero también de cómo en la Romería se dan la mano lo humano y lo divino, y de eso te das cuenta también en fines de semana de peregrinación al santuario», relata.

La recta final llegó sobre las siete de la tarde, cuando la Virgen empezó a divisarse desde el Arroyo Hondo, punto de encuentro y de reencuentros, zona donde todo acaba y donde todo empieza. La Virgen de Luna entró al atardecer, como siempre debió hacerlo, entre vítores y júbilo, entre ofrecimientos de hornazo y la inmensa devoción de Pozoblanco hacia su patrona.