Por Juan Andrés Molinero Merchán

Los sofocos del estío, con el sol acuciante, nos recuerdan constantemente la importancia del agua. Muy especialmente en esta tierra donde el calor es inmisericorde. No obstante, más allá de la estacionalidad que mayor auxilio requiere, el líquido elemento ha sido siempre la moneda principal de sustentación en cualquier hábitat. Todos nuestros pueblos hablan muy alto y claro de la presencia y cercanía del agua en sus asentamientos. El legado tradicional nos recuerda la inmensa nómina de acuíferos, de mayor y menor notoriedad, que han servido de sustento del hombre en aras de supervivencia. A nuestra mente vienen de inmediato  los nombres de pozos, fuentes y pilares de los pueblos de Los Pedroches, mantenidos como oro en paño: desde los notables pilares de Belalcázar (El Chorrillo y El Pilar) e Hinojosa (Pilar de Los Llanos, El Pilarete…), al arrimo de los condes, a los que encontraron en el agua su onomástica (como Pozoblanco, Fuente la Lancha); pasando por los históricos acuíferos de la Virgen Guía, Chorrillo y El  Pósito (Villanueva del Duque); el señero venero de El Cañete  en Dos Torres (Torremilano y Torrefranca), o los azarosos y referentes históricos de Pedroche (Cava, El de Doña Elvira, Las Hurtas, la Concejala). Resulta paradójico que una comarca como la de Los Pedroches, que en los últimos avatares del s. XX sufrió y ensalzo su lucha encarnecida por el agua –al tenor de las nuevas necesidades de los tiempos modernos–, cuente en su haber con una abultada ristra de arquitecturas hidráulicas. Es contundente la presencia de una infinidad de estructuras de aprovechamiento, desde las fuentes y manantiales esporádicos (con mayor o menor estiaje) a los pozos de los diferentes rincones, los magníficos pilares y abrevaderos de ganado, e infinidad de norias, pozos de torre y acueductos para regar las huertas de la tierra. La toponimia pedrocheña es ingente recordándonos la notoriedad de los pozos dispersos para la subsistencia del ganado; en los propios y comunes de antaño brotan con imponente manantial los nombres históricos en las dehesas y cañadas con fortísimo torrente (pozos: Llergo, Hernán Muñoz, Los Jorcajos, Alcalde y La Jara, Cañada La Pila, etc.).

Nunca se ha ignorado la importancia del agua ni de los pozos y abrevaderos. Cosa bien distinta es que no se tenga una conciencia clara, en nuestros días, de que constituyen un pilar fundamental de nuestra cultura. No son simplemente baluartes de subsistencia primaria –que lo son–, sino entidades portadoras de estilos de vida con singulares rasgos económicos (ganadería, hortofrutícola…), elementos significativos de la arquitectura tradicional (materiales, formas, singularidades…) y sustentadores de formas artísticas y relaciones sociales. Léase el amplio corpus de fuentes, pozos y pilares que recogen variedad y diversidad de formas, materiales y estéticas históricas. Aparte de la amplísima significación, desde todo punto de vista, de las fuentes realizadas en la contemporaneidad a tenor de la Revolución Industrial y el progreso desde el s. XIX: como las surgidas al tenor del ferrocarril en los pueblos por los que transitaba, con el agua del embalse de La Garganta y la instalación de los típicos “tubos”. Aparte de otros ejemplos innecesarios de las últimas décadas.

En los últimos años han surgido ciertas sensibilidades hacia la concienciación de la arquitectura del agua, con rutas e itinerarios en diferentes pueblos, si bien casi siempre pecan de los mismos “males” que la arquitectura tradicional. Nos explicamos. Se intenta mostrar –y no lo criticamos en absoluto– los modelos más sobresalientes en términos arquitectónicos (pilares de magnífica construcción; acueductos de huertas de Don Pedro, La Boticaria…) y brillantes recursos hidráulicos. Se trata, de una trasposición de la denominada arquitectura “culta”, con lo más notable en términos arquitectónicos o artísticos. Por algo se empieza. Sin embargo, en términos culturales de amplio espectro, entendemos que la sensibilización debe recaer en todas las manifestaciones que tenemos a nuestro alcance por su amplísima lectura. No se trata simplemente de valorar que un recurso hidrológico tenga relevantes elementos (materiales, artísticos…), sino que se trata de piezas con amplitud semántica en todos los parámetros económicos, arquitectónicos, sociales, culturales, etc. Cualquiera puede apreciar fácilmente, desde el magnífico escenario de su casa (tradicional) –que desgraciadamente van desapareciendo– que los pozos constituyen un baluarte cultural de mayor significación. Con sentarnos en el patio o huerto de la casa tradicional comprobamos fácilmente que nuestros pozos constituyen un manantial de cultura; no hace falta que se ilustre uno de documentación histórica –que se puede hacer– comprobando desde hace cientos de años la prestancia del pozo en cualquier vivienda que se precie, corroborándose en las compras y ventas las acreditadas y  manidas expresiones al uso: “casa con pozo y pila (o medios pozos…). En el patio –como decimos– se aprecia a bote pronto la satisfacción de tener un pozo de abastecimiento doméstico (para uso de la casa, ganado…), que no es cuestión baladí en el mundo tradicional; se siente a raudales el frescor del agua que alimenta las plantas e imprescindibles parras (del patio y del huerto);  se comprende de inmediato la notoriedad del riego y del frescor de la casa, que es ávida en su disposición de corrientes para generar el tempero necesario; y con el agua y en el patio se sucede también el encuentro social de los miembros de la vivienda y vecindad. Sobran las palabras. Sin mencionar siquiera ese legado impagable de los vecinos y poceros, albañiles y alarifes que con extraordinario magisterio derrocharon inteligencia para localizar los pozos en los mejores manantiales; tuvieron capacidad y el talento para resolver cuestiones arquitectónicas de enjundia, con materiales de la tierra (ahh…, el granito); y tampoco les faltó en ocasiones el timbre artístico que poseen pozos (brocales cerámicos de porte árabe; con látigos de granito…) y pilares con distingo. Evidentemente hablamos de manifestaciones culturales de notoriedad que, a falta aún de concienciación de su valor, constituyen uno de los pilares más grandes de nuestras vidas.