Por Antonio Funes Delgado

El tiempo pasa, pero a veces deja silencios, palabras, risas y llantos. Ayer, como cada año, fue un día de campo, de romería, de familia, donde una “pastora”, qué dicen que es divina, estuvo bajo una encina asomada a la ventana de la vida.

Emociona ver llorar a un niño de alegría. Llora porque ve llorar a su madre, que a su vez llora por ese reguero de voces que aclaman a su santa. ¡Así es la vida!

En este pueblo, Villaralto, en cuanto das los primeros pasos, en cuanto pronuncias las primeras palabras, ese niño aprende a decir “Divina Pastora”, y a saborear su romería. Y aprende, que aunque hay amigos que son de paso, también los hay que no se olvidan. Aprende que la encina es recia, eterna. Y aprende que bajo esa encina, el primer domingo de mayo, hay una familia que comparte con los demás viandas y amistad, sonrisas que despiertan de un largo letargo, miradas que sin hablar te hablan de gentes que sin estar, están. divinapastora1

Estoy expectante ante la reacción de un niño. Le brotan las lágrimas. Agita los brazos. Se abraza a su madre. Yo me muerdo el labio, pienso con el corazón. Lo estrujo, como a una esponja, y salen chorreones del alma. ¡Así es la vida! Abrimos los ojos este día y es como si abriéramos una ventana. Vemos el mundo de verde y blanco, verde como nuestra dehesa, blanco como el llanto de ese niño. Hoy, este día, soy un labrador atado a la bandera de una encina.

Hoy, este día, soy un marinero que busca en silencio los caladeros de la dehesa. Hoy dejo amarrada mi barca a la orilla de este pueblo. Seguiré caminando, aventaré mis veredas, pero…. En cuanto llegue primeros de mayo, cuando haya estallado la primavera, mi corazón vendrá corriendo para descorrer las cortinas de una pastora que dicen que es divina.

Atado a este pueblo, quiero dejar escrito este mensaje tatuado en el silencio de tus estrellas. Hoy mi letra es rezo a esta pastora de un pueblo de pastoreo.