No hay nada como los sentidos para percibir los aires de fiesta. Desde siempre, y muy especialmente el oído. Las campanas constituyen, entre otros elementos, un ingrediente fundamental de las alegrías de cualquier naturaleza. La Historia las confirma de forma contundente, también, en todos los mayores eventos de la existencia humana (nacimientos, bodas, muerte…). En el día de hoy se confirma una vez más, en la fiesta grande de Pozoblanco de la Virgen de Luna, ese maravilloso sonido que todos los pedrocheños (en esta y otras ermitas) tenemos impregnado en el imaginario colectivo. Esa campana de la ermita del santuario de la Jara que es santo y seña de la romería, de la fiesta y alegría, del culto y devoción acendrada a la Virgen. Coindice este año, especialmente, el alegre tañido con la revitalización de la legra de un grupo musical que, en los años ochenta (s. XX), enalteció sentimientos con una simple canción referida a la campana de la ermita. Los Amigos del Pueblo han presentado estos días, en el umbral de la fiesta, una nueva versión de la discografía de antaño ahora remasterizada, con el sonido limpio y de las nuevas tecnologías. Se trata sin duda una actualización de carácter tecnológico, pero con su presentación y canciones se han reavivado tiempos, formas y sentimientos que fueron en su día auténticos himnos de los acontecimientos que tan bien se retratan en su música y letra. Contundente es, sin duda, esa inseparable melodía del repiqueteo del Santuario, que se convierte en el estandarte de la fiesta, en el punto álgido de unas vivencias que –como queda dicho– entran por los sentidos; junto a otros ruidos del gentío que brega en la entrada a la ermita, alegrías desbordadas, encuentros de paisanos y paisanas de dentro y de fuera, y el emocionante momento de espera de cada niño (y mayores) por conseguir tocar durante un instante la campana de la Virgen. Es la culminación de un rito. No hace falta entender el significado profundo; si siquiera el ritual centenario, porque la concurrencia y el deseo impetuoso de todas las voluntades resulta muy elocuente de que el toque de campana constituye un impacto emocional. Es la Historia, la devoción y el concurso social que elevan la emotividad a lo más alto de la celebración.

No son las campanas y sus tañidos un elemento baladí. Más bien uno de los instrumentos mejor y más sabiamente utilizados a lo largo de la Historia. En nuestro entorno occidental, vinculados especialmente al marco religioso católico, es contundente, pero igualmente existentes en los ámbitos de otras creencias y religiones. Las campanas son un elemento muy sencillo para llamar y convocar (a lo que sea), pero también un referente visual en lo alto de las iglesias, ermitas y minaretes…; constituyen un lenguaje aparentemente sencillo de entender, pero a pesar de su simplicidad es completamente complejo y extraordinariamente versátil. No es preciso aludir aquí al sinfín de mensajes que siempre tuvieron las campanas en nuestras villas y aldeas: convocando a los oficios religiosos desde siempre, porque la mayor parte de ellas para eso nacieron en la Edad Media (en nuestros pueblos), como un hito insoslayable de un nuevo poblamiento; pero con una amplitud competencial inmensa en mensajes que iban mucho más allá de los hitos existenciales citados (nacimientos, matrimonios, funerales…) y ritos u oficios religiosos: porque las campanas llamaron al orden, desde puntos de vista políticos y militares; llamaron a convocar a la población en advertencia de las mil y una contingencias que tiene la vida, desde los incendios a las pérdidas de personas; nos apelaron para penosas contribuciones económicas, en dinero y materia; a los sorteos de soldados y sus fatales regresos envueltos en cajas mortuorias; a   las proclamas de reyes, infantes y princesas; Igualmente a las recientes alegrías de comienzos de año y las tristezas más profundas por eventos que acaso no recordemos señalando la muerte de ejecuciones (al garrote vil).

Mayores y más amplias funciones y sonidos tuvieron las campanas, que no es caso recordar ahora, porque las campanas (origen), lenguajes y tañidos constituyen todo un mundo de la comunicación que nada envidia en absoluto al marketing actual de los publicistas más avezados. Seguro que tienen que aprender mucho de las campanas. Un servidor sigue escuchando diariamente con alegría  sus tañidos, ya muy reducidos y minimizados en la contemporaneidad  (tal vez, desgraciadamente), con la disparidad de sonidos en las ermitas de Pozoblanco (que son bien diferentes), interpretando afablemente los altruistas mensajes que traducen sobre el tiempo, pues son los mejores barómetros de nuestro entorno: con ese sonido claro y nítido del tañido de la noche que nos comunica esa humedad y próxima lluvia de esa atmósfera sembrada de humedad; o los sonidos (o falta de ellos) diferentes de una u otra ermita de elocuencia sin par. Entre todas estas consideraciones de las campanas, no hay sonido más alegre y bullanguero, para felicitarnos todos, que el de la ermita de Jara…, que está sonando.