La realidad demuestra de forma contundente, y también la ciencia, que somos tozudos en aprender ciertas cosas. Parece increíble y contradictorio, cuando el ser humano aprende de forma natural los aspectos más esenciales de la existencia humana. Desde pequeños comemos, andamos, nadamos, miramos, etc., sin que haya necesidad de incidir absolutamente nada en ello, porque nuestro cuerpo, necesidades y pulsiones naturales dirigen nuestros actos. La Inteligencia es igualmente una capacidad humana que se rige por las mismas normas, y de forma natural asimilamos las cuestiones más sustanciales en cuanto al conocimiento, afectos y demás rudimentos de una vida normalizada.

La cuestión se complica cuando un ser tan especial como el ser humano se ha desarrollado de forma exponencial, completamente diferente a otras especies, en el ámbito de inteligencia cognoscitiva y los afectos. Cuando hemos sistematizado y desarrollado procesos de aprendizaje de forma artificiosa, en términos científicos (y no científicos desde nuestros orígenes) para amplificar nuestro mundo con nuevos recursos técnicos, desarrollado hábitats complejos (ciudades, grandes civilizaciones…), superado obstáculos graves de la naturaleza (submarinos, aviones que surcan los aires; escalado cumbres imposibles…; hemos llegado a la Luna…) y alcanzado records completamente impensables (llegar a la luna; estudios genéticos, transgénicos, revoluciones alimentarias…). Ese es el ser humano, una pieza que parece “rara” de la naturaleza (que en absoluto lo es) capaz de transformar el medio que le vio nacer creando ecosistemas (o destruyendo) completamente diferentes. Pues bien, en este contexto de singularidad y creatividad inaudito, que cuesta entender, existen momentos y actuaciones de nuestra existencia y mundo que son difíciles de comprender.

La lectura es uno de ellos. Leemos poco y a veces no muy bien. Reiteradamente insistimos en las escuelas e institutos, medios de comunicación, etc., las potencialidades de la lectura y la imprescindible recurrencia para lo más doméstico. Nada. No es que seamos catastrofistas o pesimistas, porque hay mucha gente que lee, pero casi siempre queda la sensación de que la actividad lectora es precaria e insuficiente, aunque contemos con medios tecnológicos que nos facilitan sobremanera la cuestión. Nuestros estímulos y motivaciones, que son millones (en medios audiovisuales, prensa, lecturas diversas y especializadas para cualquier tema…), no resultan suficientes para inclinar a un buen segmento de la población hacia el mundo maravilloso de los libros. No se entiende fácilmente, realizado el preámbulo de mis primeras líneas, de que la creación de la escritura por el hombre ha sido la mejor herramienta de la humanidad para avanzar en el conocimiento, en la técnica, arte, ciencia, etc. Sin leer renunciamos a la parte más grande de la humanidad que nos ha propulsado como seres superiores de la naturaleza.

Sin leer prescindimos alegremente de los conocimientos de las mujeres y hombres más listos de todos los tiempos, los que nos han iluminado con sus saberes, que están en los libros. Sin mirar los libros nos privamos de las creaciones literarias más excelsas de la vida, porque los argumentos existenciales (amor, lucha…) está en los libros, son nuestro vivo retrato. Sin leer difícilmente podemos entender los lenguajes creados por el hombre para salir de los rudimentos de la naturaleza, los lenguajes artísticos, matemáticos, técnicos…, etc., que son los que nos ayudan no solamente a avanzar en nuestros mundos, sino a ver de manera distinta que somos muy diferentes unos de otros, que tenemos rasgos en común pero también grandes diferencias que no son para nada incompatibles. Sin leer, en fin, renunciamos no solamente a comprender nuestro mundo a través de nuestros antepasados y presentes, sino que también obstaculizamos nuestro crecimiento personal, social, económico, técnico y científico hacia el porvenir.

Cualquiera que desee avanzar hacia nuevos senderos tiene que partir siempre de la lectura, porque es la mejor garantía de futuro para todas las actividades. Muy especialmente los niños y niñas deben entrar de lleno, tempranamente, en el maravillo mundo de la lectura, no simple y llanamente por aprender, sino para disfrutar: porque la lectura constituye, sobra decirlo a nadie, un magnífico recurso para el deleite y satisfacción. La imaginación y la capacidad transformadora del hombre arrancan, para un mundo mejor, en las historias, leyendas, cuentos y toda esa ciencia que nos transmiten los libros. Sin leer