El año 2017 se cerró superando por cuarto año consecutivo la cifra de tres mil muertes de personas intentando llegar a Europa a través del mar Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones, organismo de las Naciones Unidas. Más de tres mil vidas luchando por huir de la pobreza o de la guerra que acabaron perdiendo la batalla y que sería suficiente para hacernos una idea de la magnitud del problema y no sólo eso, sino concienciarnos de que estamos ante una emergencia humanitaria.

Más de 600 migrantes rescatados la noche del sábado al domingo en aguas internacionales frente a Libia buscan seguir su lucha y a bordo del Aquarius esperan llegar a un país de acogida, que en este caso será España ante la negativa del gobierno italiano y la decisión de cerrar sus puertos a los barcos de ONG’s que salvan vidas en el Mediterráneo. El ofrecimiento del gobierno de Pedro Sánchez abre un hilo de esperanza, al menos para quienes vemos a seres humanos por encima de todo.

Desde luego que no se trata de una solución definitiva al problema general, pero es inevitable alabar una decisión que pone en el punto de mira exclusivamente el componente humano, una decisión que debería avergonzar a Europa y sus Estados miembros, que miran día tras día hacia otro lado. Ya lo hicieron con el compromiso de acoger a refugiados y ahora lo hacen con la tragedia continua que se vive en el Mediterráneo, un mar que nos devolverá en un futuro cadáveres en lugar de plásticos.

Europa se tiene que replantear de manera seria su política migratoria, dejando atrás la inacción y buscando que los Estados miembros cumplan con sus compromisos y con los tratados internacionales, buscando una política común que no conceda excusas. Las más de 600 personas que se hacinan en el Aquarius no van en un crucero en busca de unas vacaciones, se han embarcado para dejar atrás una vida sin más oportunidad que no tener oportunidades, entre ellas, decenas de niños y niñas.

Lo que ocurre es que esa Europa es reflejo de una sociedad que ha propiciado preocupantes giros hacia la ultraderecha  aupando a gobiernos a políticos con un claro discurso xenófobo y racista que aboga por cerrar fronteras en lugar de abrirlas por miedo a la incertidumbre, por señalar falsos culpables de problemas que tienen otras causas más profundas. Eso es lo fácil. La Unión Europea tiene que reivindicar sus valores fundacionales, recuperar su identidad y dejar de permitir que el Mediterráneo se convierta en una inmensa tumba.

Ampararse en el ahora qué es demasiado cínico porque ante una emergencia humanitaria tan sólo cabe la reacción. Perdonen la simpleza de mi argumentario pero cuando lo que hay en juego son vidas humanas no queda mucho más que hacer nuestra la solidaridad entre los pueblos. Ante la inacción ante la muerte sólo queda la vergüenza, simplemente. Hace meses, una política decía en el Parlamento de Andalucía en un aireado discurso que «a esta Europa no la reconoce ni la madre que la parió». Lo suscribo.