A Luci Naciones

1-enero-2016

Querida Luci:

No pienses, ni por un momento, que voy a arrancar el año refiriéndome a la escultura de Auguste Rodin. Sí, la que representa a un tipo sentado, con la mano en la barbilla y con cara de que le falta algo para que todo encaje tal y como le cuentan y aseguran los demás: “El pensador” o Le Penseur –que dirían los franceses- aunque, por otra parte, tampoco estaría de más dedicarle un rato.

Más bien, quería referirme a esas personas que no piensan para ellos solos, sino que tienen la osadía de contarnos aquello sobre lo que han estado discurriendo. Son como esos niños que leen en voz alta y, nos guste o no, nos hacen partícipes de “sus historias”.

Me hallaba yo en una de esas tertulias de amigos, en las que se habla concediendo, de vez en cuando, un turno de palabra a la tele de turno. El tema de la tele: las recientes elecciones y sus consecuencias inmediatas, el nuestro había acabado por ser el mismo.

De repente, una amiga pensadora –yo creí, al principio, que para cambiar de tema- va y nos suelta: Te imaginas que llegas mañana a tu escuela y dices: No me gusta la clase. Que confeccionen otra vez las listas a ver si me toca una menos complicada. O un médico que exigiera pacientes distintos, con enfermedades más sencillas de tratar. O un albañil que pidiera que la Tierra girara a su gusto para que le correspondiera un terreno menos duro en el que picar. O un abogado que exigiera un caso menos engorroso. O un cura… O un mecánico… O un vaquero… Yo asentía a los supuestos prácticos y pensaba en cuando a Curro Romero no le gustaba un toro y… pero ignoraba qué teorema, tesis o conclusión iba a extraer, mi amiga, de aquellos ejemplos, y supongo que a los demás les ocurría lo mismo que a mí, cuando -con voz solemne- va y sentencia: Igual de absurdo me parece, cada vez que oigo hablar a un político de elecciones anticipadas.

¡Toma ya! Y yo creyendo que quería cambiar de tema. Como tardamos unos instantes en reaccionar, continuó en el uso de la palabra: – ¿Para qué? Ya puestos, que les cambien, no sólo este parlamento que no les gusta, que les permuten también el país y les canjeen las autonomías peleonas y los compañeros de partido que se les han vuelto incómodos en las fotos,… Y todo eso, con un chasquido de los dedos. Cómo en los cuentos. Pero cuándo se van a enterar estos señores -Alguien metió una cuña y puntualizó: Y señoras- de que el hada madrina se le apareció sólo a Cenicienta (por cierto, para complicarle la existencia) y que en la vida hay una cosa que se llama ingenio y otra creatividad y otra esfuerzo y otra altura de miras y otra visión de estado y otra diálogo y… y todas se resumen en una: ¡Trabajo! Y eso es lo que tienen que hacer los políticos de este país, trabajar. Que el que está en paro, aunque quiera, no puede. Ellos que tienen un puesto para los próximos cuatro años que no pierdan el tiempo ni nos lo hagan perder con otras elecciones (con su campaña y sus debates a dos, a cuatro, a ocho,…) y que se pongan manos a la obra.

Mi pensadora amiga se había disparado y eso –querida Luci- fue lo que nos dejó ella: trabajo para pensar. Yo me encontraba tan agotado que no sabía si darle un aplauso o pedirle que publicase sus memorias, para poder leer todo aquello de manera sosegada. Ante la duda, pedí otra ronda porque, como habrás adivinado, nos encontrábamos en un bar.

Aunque -puestos a pensar- creo que el gran peligro, al que se enfrenta la clase política (de casta o de la otra) de este país, es la popularización de su trabajo. Al paso que vamos, va a ocurrir como con el bricolaje. ¿Para qué necesitamos a los técnicos, si cualquiera borda una chapuza y encima nos sale gratis? O, mejor, como con el fútbol: el que se ponga de nosotros sabe más y lo haría mejor que los que están. ¡No te digo!

Desde entonces, llevo varios días dándole vueltas al asunto y pensando y pensando y… ahora que lo pienso, se me ha olvidado desearte Feliz año nuevo. ¡Se me escapan las mejores!

 

Pensativamente tuyo.