Por Antonio Moyano 

 

EL RÍO

Es el Cigüeñuela aprendiz de rio, como cuentan que es el Manzanares. Este, aristocrático en la Villa y Corte; aquel, un humilde arroyo en una Comarca pobre. La Comarca de los Pedroches.

Nace nuestro «rio» en un paraje próximo a Pozoblanco: El Dorado. En los primeros soyozos de criatura recien alumbrada, se le une el arroyo de la Huerta del Alférez que lo transforma en un ente fluvial reconocible. A la altura de Dos Torres se le incorpora por la izquierda el arroyo del Milano, y con esta aportacion conserva su nombre de Cigüeñuela hasta travestirse en Arroyo del Sotillo y perder sus aguas en el Gualdalmez camino del embalse de la Serena, a la altura del Castillo de Madroñiz, aún término de El Viso.

LA VIDA

Mi relacción con el Cigüeñuela data de mi relacción con la vida. En la infancia fue nuestra niñera y nuestro parque de atracciones. En la adolescencia y juventud fue testigo de nuestro sufrimiento y de los más duros trabajos en el campo. Por entonces se trabajaba tambien en el campo, como ahora, pero con más penalidades. Bajo un sol de justicia, a las cuatro de la tarde, se trillaba. Y a las once de la noche se «daba de mano», despues de subir el ultimo costal de grano a aquellas cámaras de angostas escaleras.

Fue notario el Cigüeñuela de mi infancia porque lindaba con la explotación familiar antes de cruzar la Cañada Real Soriana.

Es un paraje de cierta belleza. El curso del rio esta jalonado de masas de Adelfas que le dan un aire de frondosidad. Crecen las aneas y otras especies en verano cuando el rio se compartimenta en charcas aisladas y sus aguas dejan de fluir. Asi, se convertia en un oasis refugio de multitud de especies de aves.

Pero hay un punto mágico que hacia las delicias de nuestra infancia. Era aquel en que el rio ha pulido, con el paso de los siglos, una masa de roca granítica en forma de trinchera, dejando el granito cual marmol inmaculado. En este punto el rio se estrecha, en circunstancias normales, formando «La Chorrera»; pero se desbordaba con inusitada bravura en las crecidas puliendo la roca con sus arrastres. Estas son mis queridas «Lastras».

Era en primavera  el Cigüeñuela un rio de vida. Sus aguas cristalinas las bebiamos en la «Chorrera» con insaciable apetencia, mientras veiamos luchar bandadas de pececillos que pugnaban por remontar la corriente cual aprendices de salmón. Los alevines de rana, enlazados como un rosario, serpenteaban al ritmo de la corriente. Y toda esta vida alli concentrada era compatible con la salubridad del agua.

En los remansos, la abundancia de peces llevaba a los vecinos de los cortijos próximos a organizar «batidas de pesca». Armados con redes rudimentarias y remangados los pantalones hasta las rodillas, trasteaban los rincones del charco hasta llenar con sus capturas varios cubos de peces. Esa noche habia fiesta con fritura de pescado de rio en agún cortijo. Habia vida en el rio y habia vida en el campo.

Recuerdo con especial cariño la época de cria del Ánade Real o Azulón. Con mucho sigilo observabamos la bandada de patitos que nadaban tras su madre. ¡ Un espectaculo !. Pero echarle mano eran palabras mayores. Chapoteando por el agua corriamos tras ellos como poseidos y al llegar a su altura se sumergian y desaparecian. Aún asi, alguna vez teniamos exito en la captura y criarlos en cautividad era cosa facil. Convivian bien con las gallinas, pero cuando mas confiados estabamos en haberlos domesticado, de la noche a la mañana, desaparecian. No entendiamos que la llamada de la naturaleza y su ansia de libertad fuese más fuerte que el plato de comida que nosotros le asegurabamos. Esto nos dejaba tristes.

Como el curso del agua era discontinuo y estacional, en verano quedaban grandes charcas que servian de abrevadero a los bandos de perdices, tórtolas, codornices, imnumerables pajarillos, la liebre y el conejo. Incluso recuerdo un año, supongo que generoso en lluvias, que subieron hasta esas latitudes Lucios de gran tamaño que luego quedaron atrapados en las citadas charcas.

En definitiva el humilde, insignificante y discreto Cigüeñuela era un foco de vida y salud. Pero eramos pobres, aunque felices.

EL NEGOCIO

Desde el Cigüeñuela se contemplaba el terreno de labor, pobre y pedregoso, pero con un encinar sano que contribuia a la alimentacion del ganado en montanera.

La labor se rotaba escrupulosamente de tal forma que del rastrojo de la ultima cosecha se pasaba al liriazo, despues al barbecho y al tercer año se sembraba. No habia subvenciones , ni ayudas, ni PAC, pero la práctica agricola era sostenible y respetuosa con nuestro medio ambiente. En aquellos barbechos, bajo el enorme terrón que no habia volcado la vertedera, anidaba la Cujada y la Lavandera, y tal era la cantidad de pajarillos que recuerdo al labrador llevar en la mancera del arado las trampas que iba dejando cada cierto trecho. A la vuelta de la besana iba recogiendo los pajarillos atrapados que metia en una talega.

Teniamos ovejas, en numero tal que pudieran comer de lo que daba la tierra. El pienso no se contemplaba salvo para la recria del cordero y ya por los 70. Los cerdos igualmente adaptados a la cantidad de bellota disponible con algun suplemento al atardecer. Con unas tierras pobres, una ganaderia en perfecto equilibrio con su entorno y sin subvenciones, la rentabilidad del negocio no era para tirar cohetes, pero el entorno estaba garantizado que lo heredarian las siguientes generaciones como nuestros padres lo recibieron. Sabiamos que esto no era la  campiña cordobesa, de la que se decia con resignación que daba cosechas de cinco o seis mil kilos de trigo por fanega. Aqui rondabamos los mil kilos. Eramos conscientes de nuestras limitaciones. Sabiamos que teniamos carencias, que nuestras alas no nos daban para sobrevolar las cumbres como el aguila, pero nos conformabamos con un vuelo rasante de ave de corral.

Eramos pobres, si,  pero el legado recibido estaba garantizado. Bien es cierto que con la llegada de los primeros tractores comenzó el acoso y derribo de nuestro espacio natural. Eliminación a ultranza de la retama (ahora protegida), arranque de encinas milenarias para convertirlas en carbón que nutría las barbacoas de los chicos de ciudad. Todo por hacer de nuestra tierra lo que no podia llegar a ser:  Un fertil valle del Nilo. Y sí, eramos pobres !!

LA MIERDA

Y vinieron tiempos nuevos: El tractor. Europa. Subvenciones. La PAC. Dinero. Más dinero. Crecimiento. Codicia…todo un coctel que nos hizo olvidar donde vivimos. Sobrecargamos nuestra tierra de ganado. Proliferaron las granjas en intensivo. Generamos el estiercol que nuestra tierra no puede absorver. Contaminamos acuiferos, arroyos y pantanos. Secamos la encina. Ese legado milenario que a golpe de azadón, sangre, sudor y lagrimas, nuestros antepasados robaron al monte bajo para convertirlo en dehesa, lo empezamos a matar.

El Cigüeñuela se tiñe de rojo y en la Chorrera de las Lastras ya no remonta ningun pececillo, porque ya no hay vida. Ni el Ánade Real anida en sus márgenes porque el agua que lleva es veneno. Un silencio sepulcrar se cierne sobre el rio y beber ese agua, color chocolate, solo es aconsejable para el suicidio. Luego, ese agua, va a algun pantano de donde no podemos beberla porque hemos matado la vida. El agua es vida!!

Pero seguimos tercos, cerrados, con anteojeras, obtusos…diciendo que tenemos un problema de agua. ¡ NO!, tenemos un problema de mierda. Y esos obtusos, por unos intereses personales, se rasgan las vestiduras si oyen la palabra «decrecer», porque el tintineo de su caja registradora no le deja oir los pasos de la muerte a camara lenta que nos acecha. Salen por doquier «expertos» en qué conexión de embalses es la mas adecuada, pero no dicen nada de como salvar La Colada.

Que sigan algunos con sus cantos de sirena:…¡Que si no podemos decrecer!, ¡que si denunciar esto es cosa de activistas de izquierda!… Son las mismas sirenas que atraían a los barcos de Ulises en su Odisea para estrellarlos contra las rocas. La muerte de nuestra dehesa, la contaminacion de nuestros acuíferos, la insalubridad del agua, la generación de estiercol descontrolada, la falta de depuración de nuestras aguas residuales…son los acantilados donde estrellaremos el barco de nuestras vidas.

«¿De que le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?» Mateo 16:26. ¿De que nos vale crecer tanto si es imposible la vida en nuestra tierra?. Serán las generaciones venideras las que nos hagan la pregunta cuando ya no estemos.

El Cigüeñuela, como sus hermanos Guadamatilla y Guadaramilla ya no serpentean llevando la vida en sus aguas. Serpentean alrededor de nuestro cuello para ahogarnos.

Pero…al fin ¡somos ricos!. ¡Que bien!.