Todos tenemos profesores que nos han marcado de alguna manera. Cuando acabé mi etapa en el colegio y me fui al IES Los Pedroches para hacer los dos cursos de bachillerato me topé, entre otros, con Don Antonio Morillo -todavía cuando me lo encuentro en algún acto me cuesta quitarle el don- que me impartió la asignatura de Historia Contemporánea Universal. Tenía ya claro que iba a estudiar Periodismo, aunque Historia siempre fue mi segunda opción -de Guatemala a Guatepeor o viceversa-, pero bueno esto no va de mí. El caso es que esas clases de Historia eran de las más esperadas en mi horario y entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Don Antonio nos dijo una cosa que tengo muy presente, y eso que ya ha llovido. 

Hizo una pregunta sin encontrar la respuesta adecuada, una de esas que necesitaba algo más que saberse el temario, que implicaba entender la Historia y sin dirigirse a nadie, pero dirigiéndose a todas -éramos todo chicas- nos dijo: «Sigan yendo ustedes a clases particulares de Matemáticas e Inglés y sigan sin entender la Historia». Y siguió con la lección. Para mí esa frase implicó, el tiempo me lo ha reafirmado, una lección por sí misma y estos días esa frase casi lapidaria ha venido otra vez a mi memoria. Lo hizo durante la magnífica conferencia que impartió en la Casa de la Viga José Luis González Peralbo a propósito del centenario de la concesión de título de ciudad a Pozoblanco. 

Tomé apuntes como antaño para luego elaborar una noticia que pudiera estar a la altura de la exposición, pero sobre disfruté de todo lo que conocí y que desconocía de Pozoblanco, de mi pueblo, de su historia y de sus gentes, de sus formas de vida y de su evolución, de lo que fuimos un día no tan lejano. Y salí contenta por lo aprendido pero con ganas de reflexionar en voz alta sobre la necesidad de que iniciativas de esta índole no queden para unos cuantos. Salí pensando que en esa Historia que estudiamos en los colegios debería haber un espacio único y decisivo para conocer nuestra propia historia porque los localismos, tan desdeñados, son señas de identidad, nos definen y nos ayudan a entender y entendernos. 

No solo se trata de conocer una etapa con un Pozoblanco en ebullición industrial, con una población a nivel demográfico similar a la actual, con un poderío a nivel de metamorfosis de la ciudad incuestionable, con un juego de poderes propio de los del Régimen en cuestión, sino también acercarse a sus gentes, a personalidades que dan nombre a calles y que desconocemos por completo. Hablo de estas cuestiones porque fue las que expuso José Luis González Peralbo atendiendo a la época establecida, pero es aplicable a cualquier otra. Estamos muy preocupados en dar a conocer nuestras tradiciones, otra seña de identidad, pero la historia es vital, de suma importancia para crear una conciencia colectiva y un sentimiento de pertenencia. Esto que cuento a nivel de Pozoblanco es aplicable a cualquier municipio obviamente y también a esa realidad llamada comarca. Somos nosotros, es nuestra anclaje y en las aulas debería de tener un espacio determinante. 

Les contaré, también a modo de anécdota, que cuando cerré mi etapa como estudiante en Pozoblanco y llegué a Madrid para estudiar Periodismo en la Universidad Complutense me topé con otro profesor de Historia Contemporánea Universal que volvió a marcarme con una frase que todavía me martillea. Juan Francisco Fuentes, ponente en las últimas Jornadas de la Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno, me recordó a Don Antonio Morillo. Esta vez, el profesor nos cuestionó sobre el escenario resultante de la Segunda Guerra Mundial, nos invitó a la reflexión y tras lanzar una pregunta clave nos dijo: «En esta Facultad le van a enseñar muchas cosas, pero no a preguntar». Desde entonces, me afano por entender la Historia y por hacerme las preguntas correctas.  Y en ello sigo.