La semana pasada se vivió una semana inusual en Pozoblanco, que se convirtió en foco mediático por los supuestos abusos sexuales que sufrió una chica de la localidad y que se relacionan -por los agresores- con la violación grupal ocurrida durante los últimos sanfermines en Pamplona. Un caso que particularmente me produce un sentimiento de asco ante la posibilidad de que se actúe tan impunemente contra la dignidad de otro ser humano. Pero no es eso lo que hoy me provoca escribir este artículo, me siento frente al ordenador para hacer una reflexión, que no pretende ser otra cosa que eso, una mera reflexión que habla de los instintos más bajos que podemos tener.

Empezaré por hablar de lo más cercano, lo que más me atañe, el tratamiento periodístico que se le da a este tipo de casos. Podemos hablar y/o escribir largo y tendido de lo que nos parece información, lo que nos provoca arcadas porque tira hacia el sensacionalismo más cruel sin aportar información y que busca armar historias que se van alejando cada vez más de la realidad. Pero lo que pasó en Pozoblanco la semana pasada es de juzgado de guardia. A una le enseñan que cuando se tiene oportunidad hay que ir a la fuente directa y evidentemente fuimos muchos los medios que intentamos acceder a la supuesta víctima. Lo que no me parece ético es encontrar a periodistas por la calle que iban preguntando a cualquiera que pasara por la víctima, con nombre y apellidos y enseñando hasta fotos. No, así no. Simplemente porque se sacó del anonimato a una persona que quería permanecer en ese estado con el agravante de que estábamos hablando de la víctima, es decir, causamos un doble daño.

Se trata, para mí, de una actitud sin justificación posible y que viene propiciada por el deseo de ser los primeros, de tener una exclusiva olvidándonos en muchos casos de los mecanismos que utilizamos para ello. Pero si usted me está leyendo, si ha llegado a este punto, despotrique contra la profesión periodística pero no se crea que está exento de culpa. Cuando la noticia saltó a los medios y hoyaldia.com se hizo eco de la misma, el servidor «se cayó», es decir, frente al aluvión de acceso a esa noticia el servidor del periódico estuvo inactivo durante unos minutos y durante muchos más el funcionamiento del mismo fue más lento de lo esperado. No seamos hipócritas, devoramos sucesos, los lectores también tienen debilidad por los sucesos y el querer estar informado se topa con el morbo y el simple cotilleo.

Mi última reflexión va dirigida hacia el desconcierto que me produce que veintiuna personas sean conocedoras de un posible delito, rían la gracia y se callen la boca. Me refiero a las publicaciones de lo hablado en un grupo de ‘Whatsapp’ donde se encontraban los supuestos agresores, que narraban sin ningún tipo de reparo sus «hazañas». Qué gracia puede haber en destruir a una mujer que está empezando a serlo, qué tipo de personas pueden aplaudir un delito de este tipo, por qué la valentía la dejamos para hacer daño a alguien más débil y no para enfrentarnos al igual. En qué mundo vivimos, qué hemos construido como sociedad, en qué tipo de animales nos hemos convertido.