Definición: La hipocresía es la actitud constante o esporádica de fingir. La hipocresía no es simplemente la inconsistencia entre aquello que se defiende y aquello que se hace.

Es decir, una persona hipócrita, es aquella que pretende que se vea la grandeza y bondad que construye con apariencias sobre sí misma, propagándose como ejemplo y pretendiendo o pidiendo que se actúe de la misma forma, además de que se glorifique su accionar, aunque sus fines y logros están alejados a la realidad.

Todos hemos utilizado la hipocresía alguna vez en nuestra vida, todos y quien diga que no, yo por lo menos no me lo creo.
A quienes pretenden que esta palabra no se cuele en sus vidas se les suele denominar “fanáticos”, “activistas radicales” ,“feministas”  y un largo etcétera de pseudónimos que rezuman negativismo. Claro que estas denominaciones no son autoimpuestas, es la sociedad (menos radical, más hipócrita) la que bautiza a todos estos…. digamos colectivos.

“En el término medio está la virtud”.  Y es posible, pero eso no quita que la delgada línea que forma el abanico de colores grises sobre el que deberíamos caminar, muchas veces, se quede pequeño. Hay mil cosas de las que opinar, de las que creer, y no siempre uno es tan neutral como para mantenerse en este limbo, en este término medio.

¿Por qué les cuento esto? Bueno, últimamente dos sucesos que se demoraran en el tiempo, pero que finalmente (como así me temo) terminarán llegando me hacen creer que caminamos hacia un mundo más hipócrita.

Mientras más estrictas sean las leyes, más dosis de hipocresía tendremos, eso está claro. La ley del aborto, la nueva, será más restrictiva, como en tiempos del Franquismo donde si hubiese habido aerolíneas low cost, sin ningún tipo de dudas, habrían conectado todas las capitales de provincia españolas con Londres. Clases medias y altas de la mano embarcando en aquellos aviones mientras que a las pobres les tocaba lidiar con la muerte en algún cuartucho de mala muerte a unos pocos kilómetros de sus casas.

“Hay que defender la vida, el feto es una persona” Es una opinión que deriva de una forma de pensar, aceptable, claro que  sí, la cuestión no es esa. Si yo quiero “defender” que el feto se convierta en una realidad, me parece muy mala idea hacerlo imponiendo. En un mundo global donde todo está al alcance de la mano, haya las leyes que haya, la decisión se terminará tomando en el círculo más cerrado de la persona afectada.

En Dinamarca, por ejemplo, tener un niño facilita enormemente la vida, el Estado ayuda y ayuda con el fin de que haya otro danés más correteando por las calles de Copenhague, me parece una opción acertada; en lugar de prohibir voy a ayudar en todo lo que pueda a quien tome la decisión que yo defiendo, o me conviene. En el caso del aborto es prepotente pensar por la mujer, en su contexto, en sus posibilidades, en su salud. Meter todos los casos en un mismo saco nos llevará a que las hijas de todas las clases sociales vuelvan a compartir viajes.

En el caso de mujeres adolescentes quizás la táctica a seguir debería ser prevención, no solamente sexual, sino social. Tanto ellos como ellas deben vivir en la igualdad, que ningún chico imponga sus deseos y viceversa, esto me lleva al otro asunto.

La religión como asignatura obligatoria. Hace poco escuché a un tertuliano lo siguiente “Si el 15M quiere cambiar algo debería de organizarse como partido” Muy bien, es su forma de pensar, pero ¿Quién ha votado a la Conferencia Episcopal? Sin ser votada este órgano religioso es capaz de imponer la enseñanza de su religión en los colegios. Yo no tengo hijos, pero si los tuviera no me apetecería que un católico le enseñe una religión que yo no proceso, conociéndola, que hace mayor mi afirmación de “no quiero” Eso no implica que mi hija o hijo, el día de mañana quiera pertenecer o procesar tal o cual dogma.

Una religión que trata como ciudadanos de segunda a las mujeres, hasta que cambie y arregle ciertos aspectos de su pensamiento, lo haga más actual, no juzgue a los homosexuales,  no aglutine tal riqueza… No será la mía y no creo que nuestra juventud tenga que crecer aprendiéndola,  esa es mi opinión, la cual no pretendo imponer.

Esto no quita que haya un respeto hacia ella, el mismo que tengo hacia mi madre, mis educadores del pasado que me la enseñaron y muchos más a los que quiero y creen, y que sin problemas, mandarán a sus hijos a escuelas católicas donde puedan ejercerla, aprenderla y quererla.

El Estado es el encargado de velar por el tamaño de la franja de colores grises, el guardián de la libre elección, el encargado de mantener puertas abiertas y no cerrarlas, porque en  el poder de decisión está el término medio.

No se debe abonar un campo, ya de por sí, sembrado de hipocresía.