“Algunos se creen buenos porque no hacen cosas malas.”

Hilario Ángel Calero

 

Me hallaba, garrafas en mano en la cola del agua y, ante tan tristísimo y (por dilatado y más) bochornoso espectáculo, el entendimiento se empezó a nublar y la cabeza a poblarse de malos pensamientos, tan terribles que, para poderlos referir en este cuento, dudé si protagonizarlo en clave de forastero, Métèque-de-Moustaki o viajero del espacio…

Finalmente, he decidido autoinvestirme extranjero-viajero-imparcial, (por la censura a los iguales) a semejanza de Gerald Brenan, el inglés que nos visitó en los años cuarenta del siglo pasado y, después de saborear los pasteles de la La Primitiva, escribió sin pizca de pudor: …Frente a nosotros se extendía Pozoblanco. Era un lugar feo… Mirando las cosas con distancia –aseguran- se captan matices que, desde muy cerca, se nos escapan. Así pues, yo no soy yo, sino un extranjero desconocido y… 

Extranjero de paso por Los Pedroches, mi primera sorpresa –levanto acta- es la pachorra y la indolencia y la indiferencia del personal nativo y residente frente a los problemas gravísimos y urgentes que ahogan a los habitantes de un valle, que (como enseñan los que saben) ni valle es. Pareciera que el olvido les resbala o consideran (muy sufridos ellos y ellas) que el aguante aún se puede estirar un poco más o que los del pueblo de al lado lo pasan todavía peor: “¡Que se fastidien!” O, tal vez, que los políticos del único partido bueno (el suyo) o el hada madrina terminarán por aparecer y asumir sus responsabilidades y los sacarán del atolladero. Es un decir, me cuentan que hace años aquí no se atolla ni un carro cargado de piedras…  

Extranjero y notario sin cualificación, tampoco cabe en mi cabeza cómo se puede ser tan zopenco o tan hipócrita para discursear de paraísos naturales y de un bucólico y pastoril marco para el turismo rural, en una tierra atravesada de ruidos; con el agua envenenada y el personal haciendo colas para que les den –como sopa boba– agua potable; una tierra donde han abierto un camino de hierro, aniquilando cientos de encinas -monumentos sagrados- de su dehesa, “donde no existe el tiempo” y que, según las altas instancias, no les da derecho, ni tan siquiera, a que pare el tren en Los Pedroches; una tierra, en fin, a la que adivinamos que hemos llegado, no por el aroma de sus campos ni la bondad de sus gentes, sino por la mierda de carreteras (es literal a lo escuchado) que nos introducen en ella.

Extranjero ignorante me pregunto: ¿Por dónde y cómo llegarán los turistas? y ¿Qué agua beberán cuando sientan sed, después de pasear por la reseca dehesa o participar en alguna prueba deportiva en su sierra? ¿Deberán acudir, garrafa en mano como yo, a la cola del agua?… Por más brochazos de color que se esfuercen en ponerle, esto se parece, cada día más, a un Bienvenido Míster Marshall, sobrado de ingenio para burlar censuras, pero inmerso en el más lóbrego blanco y negro, que imaginarse pueda. 

Ha caído en mis manos un libro de título “Hilariadas” y, por ser extranjero, no me consta a quién dedicó el autor: “Algunos se creen buenos porque no hacen cosas malas.” Le fastidiaba sufrir a algún santurrón alardeando de bondad, con los únicos méritos de no robar con pistola,  no decir mentirijillas y -¡Vade retro!- no cometer actos impuros. Con carencia absoluta de argumentos para autoenmedallarse bueno.

Extranjero en tierra extraña discurrí: La referida Hilariada ofrece una pista de la distancia que separa de ser (en el buen sentido de la palabra) buenos a demasiados vecinos y vecinas (con responsabilidad política o ciudadana) de este rincón que me acoge. Aquí y en el extranjero, ser bueno se gana a pulso y cuesta. ¿Quién dijo que fuese fácil y gratis? En esta dehesa, es posible que no exista el tiempo (voy de paso y no puedo constatarlo) pero, no es menos verdad que muchos plazos se agotan definitivamente. A esta tierra ya no le basta con personas que no sean malas, precisa, con urgencia, gentes buenas. Muy buenas.  

Mientras me voy desprendiendo del disfraz de extranjero, dejo constancia de que el protagonista del relato no imparte ni recibe lecciones en materia de amor a su pueblo y de que, a pesar de lo escrito, hace tiempo dejó de creer en un mundo de malos y buenos.

Y colorín colorado, que nadie se altere. Esto no es más que un cuento: ¡El cuento de nunca acabar!

 

10. ALGUNOS SE CREEN BUENOS...