Para mis amigas y para mis amigos

“El vino casi siempre depende de con quién te lo bebas.”

Hilario Ángel Calero

 

Lo que sigue me lo refirió… un catedrático universitario de… no recuerdo qué… en una fiesta… se celebraba algo… y no estoy muy seguro… pero creo que los dos… estábamos… ¿invitados?

“En lo tocante al bebercio –comenzó su alocución- ahora que matizamos con pedante terquedad: Light, sin, cero, tostada cero, cero-cero, doble cero,… resulta casi imposible entender a nuestros abuelos, los naturales de Los Pedroches, aquellos pueblos rebosantes de precariedad, repletos de carencias y llenitos a reventar de silencios. A ellos, el asunto no les daba para demasiadas florituras ni elecciones caprichosas: Vino peleón o del otro (más criminal todavía). Ni siquiera el de la misa diaria tenía la salvación asegurada.

Un eminente enólogo de aquellos tiempos pardos intuyó que, en lo referente a la bebida, se deben explorar otras perspectivas y matices y concluyó: <<El vino casi siempre depende de con quién te lo bebas>> ¡Toma ya! Por si lo quieres poner en la guía Michelin.

¿Qué puede matizar el sabor? ¿Disfrutarlo desde vista y olfato? ¿Sentir un exuberante escalofrío afrutado, al final del paladar? ¿Amar su excelencia en el punto exacto de frío? ¿Expandir aromas, una explosión, en el interior de la boca?…  Por más soluciones rebuscadas que encontremos, a estas alturas, hemos aprendido que la respuesta correcta (nada que ver con el maridaje) no es otra que –Levantó ambas manos y enfatizó su pronunciación- ¡La compañía! La imagen de un hombre (o de una mujer) bebiendo consigo mismo en soledad no buscada, nos produce un sincero sentimiento de lástima y no siempre va asociada –buscó y encontró mi asentimiento- al borracho pobre que se aferra, ojos vidriosos, a un tetrabrik de vino barato.

Nuestras posibilidades de elegir aumentan camino del infinito y, frente a la disyuntiva de nuestros abuelos: entre Villaviciosa o Pitarra, nosotros disponemos de una lista mareante de cervezas, de unas cartas de vinos no aptas para cualquier bolsillo o entendimiento, por no hablar de posibilidades cocteleras. Pero -me aseguraba el catedrático, levantando enhiesto el dedo- si, por extensión, asociamos el vino a la bebida que cada uno prefiera, el texto adquiere absoluta atemporalidad y universalidad.

Por suerte para mí, he disfrutado de numerosas ocasiones –no estoy seguro de que hablara de congresos y simposios- en las que quedó probado que la conclusión de Calero es rigurosamente exacta: Por más botellas de vino -enfatizaba, mientras yo le concedía la razón- descorchadas en una cuchipanda con los cabales (que no es número entero ni primo) todas las degustadas han resultado exquisitas al paladar y generadoras de elocuencia y buen rollo. 

Voy terminando. Sobre el asunto, nuestro experto legó numerosos correlatos y glosas. Traigo a colación la siguiente, porque ni la buena compañía exime del autoengaño: <<Es verdad que con el vino se olvida, pero no lo que nos interesa>>.

Ni se te ocurra pensar… – el catedrático se incorporó, trabajosamente, para dar mayor énfasis al final, que se intuía cercano-. Ni se te ocurra pensar… –yo también me puse de pie, me molestaba que me mirase de arriba abajo-. Ni se te ocurra pensar, digo, que con los años se corrigió a sí mismo o que, con el vino, se vino abajo en plan meapilas. Nuestro hombre –Hilario Ángel Calero- asumió sus principios de manera inquebrantable y mantuvo pública profesión de fe hasta el final de sus días, asegurando, cito textualmente: <<Para creer en Jesús me basta con su primer milagro>>. He dicho.” 

Terminada su lección magistral, el catedrático se alejó abarcando en zigzag toda la anchura de la calle, mientras entonaba Asturias patria querida… Yo no lo acompañé pues, en esas ocasiones, a mí –menos instruido- siempre se me viene a los labios: La cabra, la cabra…

EPÍLOGO EXCLUSIVO PARA TIEMPOS DE COLAS DE GARRAFAS:

Si Hilario Ángel levantara la cabeza y viera a Jesús convertir el agua en vino, hoy, en su pueblo: A) Este sería de garrafón. B) Hubiera necesitado dos milagros, primero que el agua fuera de consumo humano y segundo tornarla vino. C) Previamente, se vería obligado a realizar el milagrazo de que los habitantes de los Pedroches y el Guadiato, ochenta mil gargantas y una sola voz, exigieran (Ayuntamientos al frente: equipos de gobierno y oposición) agua potable en sus grifos.

Si Hilario Ángel levantara la cabeza y viera lo complicado que se nos ha puesto aquel primer milagro, le daría un soponcio o buscaría asilo en su admirado Paul Verlaine.

 

Este relato nacido al calor de la lumbre de una Hilariada (El día que Hilario Ángel Calero cumple ciento un años) pone fin a una serie de doce, que trataron de recordar su figura y su obra y homenajear a nuestro poeta. Espero no haber molestado a nadie con mis palabras y si mis cuentecillos han servido, aunque solo sea, para leer: Misión cumplida. Gracias por acompañarme hasta aquí. 

 

12. aEL VINO CASI SIEMPRE DEPENDE