A Luci Naciones, 25 de Enero de 2014

Querida Luci:

Como sabrás, hace unos días, ha ocurrido una desgracia terrible en mi pueblo. Una desgracia que pone de manifiesto la impotencia de los seres humanos –al día de hoy- para resolver muchos de los graves problemas que, como las cigüeñas, se han quedado para siempre con nosotros.

Yo, que ni siquiera soy capaz de abarcar el terreno que me corresponde, no voy a caer en la tentación de presentar, cual panacea, una solución simplista a la violencia que corre como un río y que brota –no nos engañemos- del machismo más rancio y demoledor. Me limito, desde mi parcela, que es la educación, a hacerme una reflexión y compartirla contigo.

Hace algunos años tuve la suerte de disfrutar las clases de una profesora –Ana Freixas- que se definía a sí misma, como la “profesora feminista y que suspende”. Aprendí mucho de ella: sus explicaciones de exquisita lucidez, su animación a la lectura (sí, en la universidad, porque hay muchas maneras de presentar la bibliografía de una asignatura), buenos apuntes, escogidas películas para la reflexión,… pero recuerdo, de una manera especial, que -siendo muy seria con su trabajo- sabía cuando un educador tiene que cerrar el libro, saltarse el guión, dejar de ser esclavo de la pregunta x de la página y,… y hablarle al corazón y al entendimiento de ese que, en aquel momento, era su alumnado.

Una tarde, Ana impartió una clase de psicología del ciclo vital sin más soporte que un folleto de Carrefur para el día de la madre, que había encontrado en su buzón y que la había indignado sobremanera por cómo se trataba en él (y -por extensión- en nuestra  sociedad consumista) a la mujer y, en especial, a las madres.

No compartía ni comparto todos los puntos de vista de mi profesora pero, en tardes como aquella (de monotonía de lluvia tras los cristales), agradecí y aún agradezco, su lucha y su compromiso para ayudarnos a pensar, aunque al final –como debe de ser- cada cual termine alcanzando su propio pensamiento.

Querida Luci, esta desgracia, que –por un momento- nos ha paralizado, tiene su origen cuando los niños y las niñas empiezan a hablar y el lenguaje (cargado de actitudes, educación, hábitos,…  cultura) los va alimentando. Creo que los adultos y sobre todo los que tenemos responsabilidades en educación -muy especialmente las madres y los padres- estamos obligados a cuidar que ese alimento no nos lo contamine (o al menos a minimizar sus efectos al máximo) nadie. ¡Nos va la vida en ello! A nosotros y a nuestros hijos e hijas.

Y terminaba Ana: Esto lo digo sólo para las chicas –pero se aseguraba de que lo escucháramos todos- Cuando ese novio tuyo te dice: “No quiero que hables con fulanito o que te vistas así o que pienses de tal modo… ¡Es que yo soy así!”. Tú (cuando aún estés a tiempo) tendrás que responderle: “Pues si eres así ¡Cambia!” Y si no lo hace, ¡Olvídalo!”. Hemos de aprender a gritar ¡Basta!; a cambiar la inercia; a decir no, a lo que hace todo el mundo, cuando toca o cuando nos lo marcan. Sólo así tendremos alguna posibilidad.

Creo que la educación capaz de transformar y forjar mujeres y hombres libres es una de las pocas barreras que pueden poner freno a esta trágica avalancha de minutos de silencio que guardamos con rabia y pena sinceras cuando, por desgracia, para esas personas ya no hay remedio.        

Atentamente.

Juan Bautista Escribano Cabrera